Mientras que la derecha esté divida en tres partidos la izquierda seguirá gobernando. Sobre todo, porque tiene mucho más fácil que la derecha encontrar apoyos entre los nacionalistas. Antes veremos un burro volar que ver a ERC, JxC o incluso el PNV apoyando un gobierno del PP o de Ciudadanos.
En los años 80 se hablaba del "techo de Fraga" para explicar la imposibilidad de Alianza Popular (en solitario o en coalición) para ganar al todopoderoso PSOE de Felipe González. Ahora ese techo se llama división.
Las cosas cambiaron a partir del Congreso de Sevilla de 1990 en el que José María Aznar refundó al partido conservador, creado por un hombre que había sido ministro con Franco, para transformarlo en el Partido Popular. Aznar nombró una nueva dirección, con personas de su generación y orientó al partido hacia el centro, intentando así recuperar el voto de la extinta UCD de Adolfo Suárez.
Seis años después, en 1996, ganaba las elecciones. En 2000 el PP ganó con mayoría absoluta.
Pablo Casado tiene ante sí una decisión crítica: conformarse con un crecimiento vegetativo del PP, a la espera de que Ciudadanos termine tirando la toalla; o bien, arriesgarse a construir un partido nuevo, ofreciendo a Inés Arrimadas y a su organización la integración en esa nueva formación.
No se trataría de una absorción, ni de una OPA hostil, sino de la creación de un nuevo proyecto que se convertiría en el gran partido liberal de centro de España.
La refundación del PP en un nuevo partido liberal de centro en el que se integre Ciudadanos es la única posibilidad de ganar a una izquierda ahora unida y con el respaldo de los independentistas
Esa idea está en la cabeza de Casado. La ha transmitido a algunos de sus colaboradores más cercanos y es lo que realmente le gustaría hacer. Ahora bien, ¿tendrá el valor de hacerlo?
Los partidos, ya se sabe, son grupos de poder, en los que muchos dirigentes piensan más en su particular carrera que en el bien del país al que dicen servir. Pero una tortilla no se puede hacer sin romper algunos huevos.
La creación de ese nuevo partido situaría a Vox claramente como un grupo populista de derechas. Si las convicciones y las ideas del nuevo partido están claras, esa circunstancia no debería ser un obstáculo. El partido de Santiago Abascal tiene un hueco en la política española, pero que, en condiciones normales, sería marginal. La inmensa mayoría de los ciudadanos en España se sigue situando en el centro político (de izquierda o de derecha). La fortaleza de un nuevo partido sería, además, la fórmula más eficaz para que Vox quedase reducido a la irrelevancia política.
Casi con toda seguridad, Pedro Sánchez logrará sacar adelante esta legislatura, gobernando con Unidas Podemos y respaldado por los independentistas de ERC. Casado piensa que el gobierno será débil y que no durará más de dos años. Puede que tenga razón.
Pero si no da un paso adelante, ¿tendrá votos suficientes para ganar cuando se convoquen nuevas elecciones? Los números son testarudos. En las elecciones del 10-N la suma de PP, Ciudadanos y Vox obtuvo 10, 2 millones de votos, casi un millón menos de los que agrupó seis meses antes, en los comicios del 28 de abril.
Esa pérdida se debió a que un millón de votos de Ciudadanos se fue a la abstención. Lo que no se ha producido es una fuga significativa hacia la izquierda. La fidelidad de los electores es casi constante. Desde hace ocho años, la derecha viene sumando en torno a los 11 millones de votos. El bloque es sólido, pero el reparto en tres grandes partidos sólo beneficia a la izquierda.
En las últimas elecciones en las que se presentó Mariano Rajoy (junio de 2016), el PP obtuvo 7, 9 millones de votos (un 33,03%) y 137 escaños. Si se produjera la integración de Ciudadanos y el nuevo partido pudiera sumar los votos del partido de Arrimadas, además de los que se fueron a la abstención, el resultado sería muy parecido al del PP en solitario en 2016. Lo que significa que, para lograr un resultado similar al de 2011 (Rajoy logró la mayoría absoluta con 10,8 millones de votos), aún habría que morderle otros dos millones de votos a Vox.
La tarea, como puede verse, no es fácil. Pero es factible: Vox ha engordado gracias a ex votantes del PP y de Ciudadanos. Recuperarlos puede ser posible si existe la convicción de que el único voto útil para ganar a la izquierda sería el destinado a ese nuevo gran partido de centro derecha.
Ahora bien, ¿estará dispuesta Arrimadas a asumir el riesgo de emprender una nueva singladura de la mano de Casado? Lo cierto es que no tiene muchas alternativas. Y ahora lo más arriesgado es precisamente no asumir ningún riesgo. El crecimiento de un Ciudadanos en solitario sólo puede producirse sobre la base del hundimiento del PP, lo que no parece probable tras haber superado el desastre del 28 de abril.
Claro que estas operaciones necesitan tiempo. Arrimadas ha pedido "oxígeno" a Casado para poder llevar a cabo su congreso del mes de marzo en condiciones de cierta tranquilidad. La fusión sólo puede salir bien si se hace con consentimiento mutuo, sin presiones, con consenso.
Si Casado y Arrimadas no son conscientes de las circunstancias excepcionales a las que se enfrenta España pueden perder una oportunidad histórica. El centro derecha no sólo quedará condenado al techo de la división, sino que estará amenazado por una derecha populista cada vez más envalentonada y sectaria.
Mientras que la derecha esté divida en tres partidos la izquierda seguirá gobernando. Sobre todo, porque tiene mucho más fácil que la derecha encontrar apoyos entre los nacionalistas. Antes veremos un burro volar que ver a ERC, JxC o incluso el PNV apoyando un gobierno del PP o de Ciudadanos.
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