Sánchez ha hecho del Falcon su casita de chocolate, su cabaña del árbol y su faro de falso marino. Es cierto que España entera es su juguete, pero la soledad heroica de Sánchez requiere especialmente esos sitios íntimos y angostos, esas batcuevas, esos refugios de pirata, ese útero de niño que sigue estando ahí para el adulto. Eso es lo que lo diferencia de los otros presidentes, que tenían el avión como avión, no como matriz agrutada. Allí, no como una urraca sino como un faraón de sí mismo, el héroe niño y grande, poderoso y solo, guardará sus tesoros, sus pipas, sus conchas; allí reconcentrará su rencor, enfocará su fantasía y tomará fuerzas; de allí saldrá Sánchez como un emperador infantil, con la niñez disfrazada por una grandeza de pelusa, para hacer de presidente zangolotino (Sánchez viste siempre ropa pequeña porque todo en él tiene que hacerlo más grande, porque necesita que todo en él parezca más grande).
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