El independentismo vive de brillitos, quincalla, versalitas y pelotitas amarillas. Bueno, y de Sánchez. Todas esas pequeñas cosas, un globo de cumpleaños mostrado en la tele, una mala traducción, una mayúscula señoreada en un folio como en un pañuelo de mosquetero, una sentencia por otra cosa que no tiene nada que ver, y ya tienen una alegría, ya tienen una victoria dentro de la incontestable derrota a la que están condenados. Es lo que ha pasado con Junqueras, que va recorriendo su azafranado camino de martirio entre descalabros severos y consuelos inútiles. Este tribunal de Luxemburgo ya no tiene nada que chistar una vez que la condena del Supremo es firme, Junqueras quedará inhabilitado como parlamentario europeo y se acabó. Pero entre el ruido y el equívoco (y la ayuda de Sánchez), el conflicto sigue vivo.
El independentismo está ya como con el matasuegras triste de los tristes de las fiestas, soplando brillantina mientras le ahoga el fracaso de la noche y el dolor de zapatos. La realidad es que Junqueras, como otros, ha sido condenado a una considerable pena de prisión por delitos gravísimos, que poder ir a recoger el acta de eurodiputado no borra la sedición ni la malversación, que también Torra ha sido inhabilitado por desobediencia después de ir hasta el tribunal suplicando la condena como la admisión en su querida hermandad de la llaga, y que Puigdemont quizá podrá colgar algún tenderete más por Europa pero no escapará a un final que no tiene alternativa, como no tiene alternativa para los demás, salvo lo que pueda conceder Sánchez. Puigdemont en Perpiñán, ésa viene a ser la próxima alegría que espera el independentismo. Otro episodio como de tebeo de Tintín, otra victoria para fletar autobuses y bailar sardanas. Otro día de quincalla.
El independentismo no pretende ahora ganar, sólo estirarse. Se estira Junqueras intentando tocar más sol desde la celda, se estira Torra que será capaz de recurrir la condena por un delito que confesó abriéndose él mismo su pecho para el puñal o para la condecoración, se estira Puigdemont intentando que le dejen arrastrar su bata de cola por la malherida Europa hecha de puentes y costuras viejos. Se estira el independentismo en los tribunales, se estira en las tertulias haciendo lo político judicial y lo judicial, moral. Pero, sobre todo, se estira en la negociación con Sánchez.
Ahora que asumen que han ganado otro patito de goma amarillo en su competición de patitos de goma amarillos, el independentismo querrá magnificarlo, celebrarlo, disfrutarlo, restregarlo. O sea, que Sánchez tendrá que esperar para su investidura mientras se dilatan en orfeones y artículos las ridículas acusaciones de tongo judicial y de Estado corrupto, mientras una tribu ensimismada en sus salazones pardales, sus morcillas de sangre histórica y sus nacioncitas de tiro de piedra se bruñe ahora medallas de europeísmo. Y mientras los socios de Sánchez, como ya han hecho Alberto Garzón y el propio Pablo Iglesias, le hacen a todo esto sonoros ecos de tinaja. A la vez, el precio de la Moncloa irá subiendo, que es lo que ocurre siempre con el barullo, e incluirá más humillaciones simbólicas. Veremos si llega a salir un abogado del Estado, o el mismo Pedro Sánchez, con lacito bilioso o con careta de Messi.
Sánchez no tendrá problemas en facilitarles los recursos económicos, administrativos y propagandísticos para que la anomalía catalana se haga cada vez más fuerte, y esa independencia no desaparezca del horizonte
No es que esté más cerca la independencia, ni con ropones europeos tratando cuestiones prejudiciales ni con fogonazos de poliespán en el fútbol, en maratones cicloturistas o en excursiones tirolesas. Pero el independentismo sabe que se trata de ir rearmándose, de ir acumulando víveres y plomo para el futuro. Ni siquiera Sánchez, con su mano encharolada como una chistera, puede concederles su república. Pero no tendrá problemas en facilitarles los recursos económicos, administrativos y propagandísticos para que la anomalía catalana, la de una isla totalitaria dentro de un estado democrático, se haga cada vez más fuerte, y esa independencia no desaparezca del horizonte.
Una frasecita en francés apelucado o en el inglés mancuniano de tizne y Ken Loach de The Guardian, un preso plastificado en un graderío como un cantante de carpeta, un saco de pelotitas amarillas volcado como comida de cachorritos, Martín Pallín en La Sexta viendo volar libros de Derecho como libros de caballerías, Junqueras con un justificante como de la EGB, Puigdemont viajando con cajas de naranjas a las que poder subirse… El independentismo vive de cosas pequeñas y de señales recónditas o ridículas que ellos interpretan gozosa y gravemente, como los horóscopos de esas pitonisas con luna de cortina de ducha y mal de ojo de orzuelo con rímel. Ahora serían sólo eso, gente celebrando que han pescado otro patito de goma o que Júpiter ha entrado en Sagitario. Pero está Unidas Podemos, que se cree sinceramente esa astrología, esa vieja New Age. Y, sobre todo, Sánchez, que la comprará si hace falta. Más tarde, más caro, pero la comprará, más que nada porque no la paga él. Así es como se hace victoria lo que es sólo fracaso, oro lo que no es más que quincalla y verdad lo que siempre fue mentira.
El independentismo vive de brillitos, quincalla, versalitas y pelotitas amarillas. Bueno, y de Sánchez. Todas esas pequeñas cosas, un globo de cumpleaños mostrado en la tele, una mala traducción, una mayúscula señoreada en un folio como en un pañuelo de mosquetero, una sentencia por otra cosa que no tiene nada que ver, y ya tienen una alegría, ya tienen una victoria dentro de la incontestable derrota a la que están condenados. Es lo que ha pasado con Junqueras, que va recorriendo su azafranado camino de martirio entre descalabros severos y consuelos inútiles. Este tribunal de Luxemburgo ya no tiene nada que chistar una vez que la condena del Supremo es firme, Junqueras quedará inhabilitado como parlamentario europeo y se acabó. Pero entre el ruido y el equívoco (y la ayuda de Sánchez), el conflicto sigue vivo.
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