Todo el Congreso de los Diputados parece ya un comedor de estilo Remordimiento, aquel Renacimiento falso de rastro o de cuartel o de sacristía que se puso de moda en la posguerra, y que trataba de impresionar a las visitas con un lujo como de cetrería, feo, negro y encuerado. Los pudientes se traían mesas de médico como pasos de palio, sillones igual que ballestas y cómodas como tumbas de santa o del mismo anticuario que se las vendía. Hasta el lujo parecía entonces conventual, mortuorio y penitente. Algo así creo que le pasa al Congreso, que ahora ha repartido sus sillones, y que ya digo que yo veo como sillones Remordimiento, con sus grandes clavos de crucificado y su peso de herencia de cerrajero.
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