España se va a la porra y ni siquiera nos ha tocado la lotería. Aun así, te vi levantarte temprano, como cada año, para ver el sorteo y adorar con fe de panadero a los polvorones con mantos dorados y azules y rojos de Sagrada Familia, dispuestos como ellos entre corchos de nieve, estrellas de pan y lana caliente, los dulces sagrados que desnudas luego con ceremonia de eucaristía blasfema, con el café dando campanadas de azúcar. Tú esperando igual que un soldado de invierno o un pastor con puchero, mientras la suerte hace ruido de perlas caídas por escaleras, y de niños abotonándose con oro, y de repartidor de periódico en bicicleta, y de jaula de querubines cantores chocando las alas.
Podría caer el Gordo, como uno de esos querubines atraído por tu jersey de red y migas, podría caer un consuelo al menos, un pellizco, una pedrea. Pero la suerte sólo es mirar la realidad desde una perspectiva
engolosinada, igual que miro yo tus ojos como de vino o aceite moros. España se va a la porra y no nos podrá salvar la suerte, ningún milagro que saquen esos niños de sus bolsillos de pelusa y regaliz, esos niños que manejan las liras y las ruecas de una felicidad que al final sólo llega a mesoneros y loteros. No quiero decírtelo, pero no nos va a tocar el Gordo, aunque le hayas preparado tan temprano trampas de ratoncito y rastros de hada golosa.
Tampoco nos va a salvar nadie del desastre y la deshonra de un Gobierno perjuro, que nos pillará a traición mientras nosotros estamos aún apagando la noria del cielo y descolgando las naranjas falsas de la ciudad. Un nuevo Gobierno con esbirros altaneros y desmanteladores de la democracia que atropellará y asaltará a los Reyes Magos y a todos los trenes de vuelta. Con la esperanza desechada como unos calcetines de regalo, con la melancolía vaciando las estaciones de novios, hijos y sombrereras, entonces
será cuando nos pillen.
Tampoco nos va a salvar nadie del desastre y la deshonra de un Gobierno perjuro, que nos pillará a traición mientras nosotros estamos aún apagando la noria del cielo
No es suerte ni mala suerte, es solamente lo que pasa. Yo sé que todo este ritual de la lotería no lo haces como superstición, porque no eres supersticiosa, sino como música. En un día que suena a música todo el tiempo, como a lluvia, tienes que poner tu cascabel, y tu piano de dedos en la manta, ya que el piano de verdad se quedó en el pueblo, como el piano o ataúd pobre de Chopin. No eres creyente ni supersticiosa pero te gusta la música que hace la Navidad, yo lo entiendo, la Navidad pagana, como celta, que tiene su
solsticio geométrico sonando como un triángulo en el cielo y su manzana de caramelo sonando como un tambor de niño.
Yo diría que hasta la lotería la aprecias como música, que dispones los décimos y el turrón formando escala, teclado, marimba. Y la gente, toda la gente con su gorro y su bufanda de orfeón navideño que hay por la calle, la gente haciendo arpa y patinaje con las luces y carámbanos de Madrid. Una vez hasta estuvimos en la cola de Doña Manolita, entre clarinetistas con guante de deshollinador y salmantinos con bocata. Yo creo que, más que para llevar el décimo a la familia, que sí es supersticiosa, fue por ver la música de la gente, que es como la de las cascadas. En Doña Manolita hacen nido la suerte y los turistas pero también hay trampa, juegan tantos números y llegan tantos matrimonios del Museo del Jamón que acaba tocando siempre y por toda España.
España se va a la porra y no nos ha tocado la lotería. No es suerte ni mala suerte, no es justo ni injusto, es la realidad, son los números. Le toca la lotería a una pescadera y le toca decidir a Junqueras, mientras nosotros nos quedamos tontamente invocando la razón de Estado, el bien común, la dignidad de la democracia, como quien invoca a un gato negro. Pero los gatos negros son sólo corcheas de los saxofones cursis que a veces nos imaginamos en la noche, Doña Manolita es sólo una tienda de estampitas, y Sánchez no tiene remedio, como el gasto en papel y esperanzas del día de la lotería.
Tú, sin embargo, te levantaste temprano, encendiste el árbol de plástico, con estrella de Navidad o de Eurovisión, y preparaste los dulces y el café así como entre churrera y japonesita. Al lado de la planta de flor de Pascua, con una hojita seca como el pie de un niño de Dickens, otros niños navideños de aquí
peinaban plata como una Virgen de villancico, entre cortina y cortina. Tu esperanza no estaba en la estadística ni en la magia. Estaba en la costumbre de tenerla. Aunque la lotería no toque y España parezca irse a la porra.
España se va a la porra y ni siquiera nos ha tocado la lotería. Aun así, te vi levantarte temprano, como cada año, para ver el sorteo y adorar con fe de panadero a los polvorones con mantos dorados y azules y rojos de Sagrada Familia, dispuestos como ellos entre corchos de nieve, estrellas de pan y lana caliente, los dulces sagrados que desnudas luego con ceremonia de eucaristía blasfema, con el café dando campanadas de azúcar. Tú esperando igual que un soldado de invierno o un pastor con puchero, mientras la suerte hace ruido de perlas caídas por escaleras, y de niños abotonándose con oro, y de repartidor de periódico en bicicleta, y de jaula de querubines cantores chocando las alas.
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