Quizá España tenga pocas certezas, pero una de ellas es el sorteo de la Lotería de Navidad. Pocas verdades hay más indiscutibles por estos lares que la que se reproduce en la mañana del 22 de diciembre. Cada tópico rancio que se recita ese día conforma una realidad previsible que quizá resulte más necesaria que nunca en este país, sumido en un Sexenio Revolucionario contemporáneo en el que cada mañana se observan los titulares de prensa con el corazón en un puño. Por si todo hubiera vuelto a cambiar de forma imprevisible.
La lotería de Navidad es uno de los mejores recuerdos de ese país paupérrimo que hubo un día, que hoy es mucho más pequeño. Es el que se aferraba a un boleto para afrontar un órdago, saldar las deudas o poder dormir por las noches. Porque la lotería es, en realidad, un impuesto excesivo que se paga con gusto para tratar de salir de la pobreza. Es uno de los pocos motivos para la esperanza -cosa lamentable- de los que han visto cómo sus planes se iban una y otra vez por el sumidero, pese a que las probabilidades de éxito sean del del 0,00001%, según este artículo.
La forma de cambiar vidas de la lotería -a la desesperada- no ha sido especialmente cuestionada, entre otras cosas, porque es un gran anunciante en los medios de comunicación. Sólo en 2018, esta empresa pública repartió 'premios' por valor de 65 millones de euros en publicidad institucional, tal y como se refleja en los documentos hechos públicos por Moncloa. Es una de esas verdades que se han mantenido intactas por la capacidad de quienes la transmiten de 'sacralizar' a su entorno.
Por todo esto, el sorteo de este domingo fue extraño, dado que impregnó de cierto relativismo y de dudas -seguramente infundadas- una parte de la Navidad. Ocurrió después de que un operario presuntamente introdujera algo en el bombo principal en el momento en el que se hacía el tradicional trasvase de bolas desde el receptáculo en el que se encuentran almacenadas.
La mera sospecha de que la mano negra condicione incluso el azar no juega a favor de la deteriorada moral de este país, cuyos ciudadanos acostumbran a recibir abundantes noticias sobre la suciedad
La mera sospecha de que la mano negra condicione incluso el azar no juega a favor de la deteriorada moral de este país, cuyos ciudadanos acostumbran a recibir abundantes noticias sobre la suciedad, que supuestamente todo lo invade.
Es la ponzoña que gobernó la aciaga España de la burbuja, la que de una forma tan memorable describió Chirbes. “Se vivía de lo que se mataba”, pero nada se cuestionaba especialmente porque el país crecía y se suponía que la estructura que se había constituido era sólida, pues estaba recubierta con pan de oro. Lo demás, no importaba y las corruptelas digamos que se llegaron a considerar como algo inevitable en el país de la picaresca, en una actitud falsaria y deleznable.
Lobos con piel de cordero
Como no hay nada que fomente de una mayor forma la desmemoria que los fuegos de artificio -y en eso, este país es experto-, cuando estalló la crisis fueron muchos sinvergüenzas los que se pusieron el traje de analistas y hablaron de las causas del descalabro. Algunos, han sido condenados a prisión durante estos años de expiación moderada. En el país que ha observado desfilar por los juzgados a los encausados por Gürtel, el caso de los EREs de Andalucía, los Pujol, Pretoria, etc., es normal que exista cierta hipersensibilidad ante cualquier indicio de trampa en aquello que se considera 'incuestionable'. Aunque no sea lo que parece. Aunque el tipo de la lotería introdujera simplemente 12 granos de arroz en el bombo, por mera superstición, según comentó algún 'especialista'.
Veía el otro día El Irlandés, de Scorsese, y observaba con un macabro interés la figura de Jimmy Hoffa (Al Pacino), el sindicalista más influyente del siglo XX en Estados Unidos. Trataba de trazar paralelismos con lo que ha ocurrido por aquí, en varios ámbitos de la vida pública y resultaba difícil elegir un nombre, de tantos que había. ¿Quién iba a sospechar de alguien que, en realidad, prometía mejorar -y mejoró- las condiciones de tres millones de trabajadores?
¿Y quién fue Correa? ¿Y Urdangarín? ¿Y Chaves? ¿De cuántos habló la prensa como ejemplares y finalmente fueron condenados por corruptos? Con estos precedentes, aún cercanos y frescos en la memoria, es normal que ocurra lo del domingo, y es que un mero gesto de un funcionario desate teorías de la conspiración sobre un amaño.
Convendría evitar la histeria, aunque vivamos rodeados de ella y condicionados por su agudo rechinar. Es cierto que a veces cuesta, especialmente en los últimos tiempos, cuando al observar lo político cualquiera ha podido sentirse ofendido por los descarados renuncios de Pedro Sánchez; y al mirar hacia lo económico y empresarial, ha resultado especialmente larga la sombra de ese tal Villarejo y sus relaciones con el 'gran poder'. No obstante, entregarse al ruido sólo beneficia a odiadores y populistas. Ciertamente, es comprensible que vistos los precedentes exista una importante hipersensibilidad de los ciudadanos ante cualquier suceso como el que ocurrió durante la lotería de Navidad. Y por eso este domingo hubo quien vio algo muy grave en algo que, a buen seguro, fue anecdótico. De tanto viento del norte, se nos ha quedado la piel muy fina.
Quizá España tenga pocas certezas, pero una de ellas es el sorteo de la Lotería de Navidad. Pocas verdades hay más indiscutibles por estos lares que la que se reproduce en la mañana del 22 de diciembre. Cada tópico rancio que se recita ese día conforma una realidad previsible que quizá resulte más necesaria que nunca en este país, sumido en un Sexenio Revolucionario contemporáneo en el que cada mañana se observan los titulares de prensa con el corazón en un puño. Por si todo hubiera vuelto a cambiar de forma imprevisible.
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