En enero de este año fijé y dejé por escrito mi posición sobre la polémica frase “todas las opciones están sobre la mesa” y la línea guerrerista. Advertí en aquel momento que ambos caminos eran un bluf muy peligroso para el nuevo y frágil proceso que se iniciaba.
Recomendé que había que abandonar algunos dogmas muy dañinos, dejar de ofrecer y apostar por salidas ilusorias. Les sugerí que debían diseñar políticas de medio plazo y concentrarse en tomar decisiones reales, pasado casi un año algunos amigos españoles me preguntaron: ¿Por qué el liderazgo opositor nunca me ha leído o hecho caso?
La respuesta es sencilla. Hacer críticas aunque todas sean constructivas me convierten en una figura incómoda, pero si planteo, como en efecto lo hice, que no hay salidas rápidas, eso me vuelve de inmediato en alguien impopular no sólo para la clase política, sino para la Venezuela que no conoce bien cuál es su situación real.
Ahora bien, si me leen o no me hacen caso nada tiene que ver conmigo, porque la verdad es que no me harían caso ni a mi, ni a ninguna otra persona de mi generación o de las anteriores a la mía, ya que buena parte del relevo político generacional nos responsabiliza injustamente del pasado y en no pocas ocasiones nos han hecho sentir con sus actitudes, como nuestras observaciones o recomendaciones han sido menospreciadas. Ahora bien, justificado o no, resulta imperativo comprender ese pasado, para entender cómo hemos llegado hasta aquí.
La oposición venezolana llega hecha jirones al final del año 2019. Ha quedado diezmada, en parte de sus propios errores, por tropezones de la comunidad internacional y más aún por la feroz embestida del régimen
Veamos. La oposición venezolana llega hecha jirones al final del año 2019. Ha quedado diezmada, en parte por sus propios errores, por algunos tropezones fatales de la comunidad internacional y más aún por la feroz embestida del régimen que obligó a que casi todo el liderazgo visible de los partidos huyera del país, esté asilado en embajadas o en la clandestinidad.
Mientras escribo estas líneas quedan en Venezuela y bajo amenaza, una minoría prácticamente desconocida y sin poder que debe llegar al 5 de enero de 2020 a como dé lugar, sorteando las fuerzas implacables del régimen y a su peor verdugo: la oposición de la oposición.
Si eso ocurre en el liderazgo, puertas adentro y algo que pocos saben, es que tras los errores estratégicos de la oposición durante años, los partidos políticos terminaron convertidos apenas en marcas, cascarones vaciados por el éxodo y la falta de cargos políticos en los niveles de bases que diezmaron a sus cuadros hasta estar prácticamente desaparecidos. En otras palabras, ocurre lo mismo que en las grandes empresas venezolanas: se ha marchado todo el que puede y el proselitismo político se lleva por unos pocos, en las redes sociale
Leer las encuestas -todas- hiela la sangre. Es cierto que el régimen tiene más del 80% de rechazo, pero es que el principal liderazgo opositor -en un país completamente desmantelado y declarado como un Estado fallido- el descontento está rondando ya el 70%. La decepción con la clase política es sideral y está motivada principalmente por las altas expectativas sembradas y por muchas promesas incumplidas.
Muy atrás fueron quedando las ofertas de cambios urgentes y las “opciones sobre la mesa” que comenzaron con el repudio de Europa y Latinoamérica a una sola voz, terminaron simplificadas en dinero contante y sonante para los migrantes venezolanos en los países de una región, que acabó encendida en llamas por la chifladura de crear un “eje del mal” en Latinoamérica.
Por otra parte, el bluf de las “opciones sobre la mesa” terminó siendo paradójicamente una bomba en los cimientos de la oposición, dividida hoy entre la izquierda tradicional que odiaría una acción semejante de Estados Unidos, la oposición más centrista que ya sabe que no vendrán los Marines y la que aún vende el espejismo de una invasión de donde sea, oferta que no le genera costo político alguno, aún cuando esa falsa propuesta congele la protesta de un sector de la población. Todo esto magníficamente usado por los ejércitos en las redes sociales que dirigen desde hace mucho la línea discursiva opositora.
Entonces, ¿por qué esta generación no escucha a los analistas y críticos? En principio, y como dije antes, porque los políticos de mi generación cometieron errores espantosos y la mayoría están desprestigiados. Se suponía que debían ser la generación emergente tras la debacle de los partidos que trajeron al chavismo, pero el primer error fue permitir que el pasado no terminara de morir y los que éramos jóvenes al principio del régimen, fuimos obligados a aceptarlos, bajo el chantaje de una unidad monstruosa que le dio oxígeno a los moribundos partidos y luego estos asfixiaron a los jóvenes emergentes.
Cuando salieron a la luz pública los primeros casos de corrupción en el chavismo y los señalados como culpables fueron expulsados, los recibieron como parte del liderazgo al grito de "¡valiente, valiente!"
La tesis de la unión hace la fuerza sirve para todos menos para los políticos y las manzanas, cuando hay elementos podridos. Y ese fue el segundo gran suicidio de los partidos emergentes, cuando salieron a la luz pública los primeros casos de corrupción en el chavismo y los señalados como culpables fueron expulsados, los recibieron como parte del liderazgo al grito de “¡valientes, valientes!”. La locura fue tal, que por el solo hecho de haberse pasado a la oposición, se convertían en líderes y referentes de una generación que no había tenido tiempo de leer ni entender la complejidad del proceso político que se aproximaba.
A partir de allí los partidos emergentes fueron asociados al pasado. No fue fácil vender una unión que incluía y otorgaba vocería a quienes habían traído al chavismo y que además se mezclaban con los chavistas corruptos, la suma de estos dos elementos terminaron por demoler la imagen de los jóvenes emergentes y su credibilidad de cara al futuro. De esta unión era imposible que calara algún mensaje positivo en las masas, porque Venezuela es un país que aborrece su pasado y paradójicamente la única ruta hacia el futuro la estaba promocionando el régimen.
De allí la realidad actual, este nuevo movimiento emergente de 2007 basado en el liderazgo estudiantil. Se trata de una generación que desde su nacimiento, a mediados de los 80, nunca ha conocido un año sin inflación de dos dígitos, sin devaluación y sin violencia, es decir, una generación donde lo normal, es sobrevivir, pero sobre todo que no ha conocido otra política o sistema de gobierno que no sea la revolución.
Es una nueva generación que quiere romper con ese pasado, pero que lógicamente arrastra problemas estructurales serios, ya que conviven en los cascarones vacíos de los que hablamos en el principio, en un país en el que no hay referencias políticas más que el chavismo y que además son víctimas de su propia formación autodidacta.
He aquí el motivo de la desconfianza que no les permite escuchar ni dejarse orientar. Están aprendiendo de sus propios errores y están escribiendo su propia historia, esa que los juzgará irremediablemente de la misma forma como ellos han juzgado a los responsables de su presente.
Ante los grandes retos que están por venir considero necesario explicar de manera simple lo que les ocurre. Un ingeniero recién graduado, por ejemplo, no está en capacidad de construir un edificio, es decir tiene la teoría, pero para llevar a cabo una tarea semejante necesita muchos años de experiencia, necesita además de la práctica, la de los demás en las decenas de áreas respectivas. En fin, para construir un edificio se necesitan décadas de perfeccionamiento y trabajo en equipo. Lo mismo sirve para un ingeniero recién graduado en procesos que llegaría como novato a la empresa, años como coordinador, luego sería gerente y una media de 30 años para presidir una corporación.
A esta generación le tocó la peor parte. Porque recién graduados, sin referencias, experiencia y sin estructuras formales les tocó construir edificios y para más colmo presidir corporaciones. Lógicamente y en consecuencia de sus máximas de experiencia, lo único que han sabido y podido desarrollar es el modelo de confrontación y calle en el que se formaron, basado en la resistencia activa y la desobediencia civil, privilegiándola permanentemente sobre la construcción de una alternativa de gobernabilidad democrática y donde no caben lógicamente, otros asesores.
A esta crítica constructiva hay que añadir los espejismos vendidos por determinados sectores, de aspectos como que los estudiantes de Otpor en Yugoslavia arrasaron con la dictadura comunista de Slobodan Milosevic, como si no hubieran ocurrido los otros factores más determinantes, incluido el resto de la oposición, que Milosevic se quedó sin fondos para pagar al ejército o los bombardeos de 1995 donde devastaron a las fuerzas de élite militares serbias en Bosnia, los 60.000 cascos azules y el remate de la OTAN en 1999 en el que aniquilaron el restante aparato que sostenía al dictador.
Cuando los serbios vieron que los rusos y los americanos estaban con sus ejércitos en Bosnia, se acabó la gracia de esa dictadura, el resto fue un cálculo muy simple de quienes sostenían al régimen y es la razón por la que nadie vota por Otpor actualmente y son gobernados por el pasado.
Por eso que todo lo que se vio en 2019 en Venezuela desde el famoso mantra cortoplacista, pasando por la gesta de la ayuda humanitaria y los llamados a la calle o incluso el varapalo del 30 de abril, no son otra cosa que el resultado de esa mentalidad otporista basada en máximas que solo han beneficiado al régimen.
La oposición enfrentará el último zarpazo con unas elecciones adelantadas que terminarán de socavar las bases de apoyo, pues lo que pretenden es que sea como la cubana, una simple disidencia ausente de cargos políticos
De allí que ofrecerles una narrativa que contrarreste los supuestos beneficios del socialismo que sigue vendiendo el régimen, aunque el país este destruido por completo, ante la bondades libertarias de la democracia sea tan cuesta arriba o la construcción de alternativas de gobernabilidad, sea tan difícil de hacerlas entender para quienes hemos propuesto esas alternativas. Aunado a ello la población ya ha sido permeada con soluciones que no existen y lamentablemente no asumirlo así es lo que tiene a la oposición política al borde de su desaparición.
La oposición debe comprender que el régimen ha tenido en el otporismo y la tesis de la bala de plata de las opciones sobre la mesa, a la oposición perfecta, para sostenerse en el poder cohesionados. Y enfrentará el último zarpazo con unas elecciones adelantadas, que terminarán de socavar las bases de apoyo, pues lo que pretenden es muy simple, que la oposición sea como la cubana, una simple disidencia civil ausente de los cargos políticos.
La oposición comenzará el 2020 entrampada, porque tiene que hablar de elecciones si no quiere desaparecer y en las próximas se juega nada menos que la vida. Además les toca hablar frente a una población que pide cuentas y que fue formada bajo el cortoplacismo.
El régimen apuesta como siempre al silencio y a la última hora opositora, una estrategia que de repetirse llevaría a la oposición a perderlo todo, aun si se dieran las más óptimas condiciones electorales. Si la oposición no actúa pronto, explica y cohesiona a los votantes, perderá a mediados del año el último resquicio de democracia que queda y los partidos se convertirán en disidencia sin poder, ni legitimidad alguna.
Por eso nunca es tarde para cambiar, desatar los nudos y las camisas de fuerza autoimpuestas, ampliar el espectro y ser inclusivos, retomar la senda de la gobernabilidad democrática y asumirla como única bandera para conquistar la libertad.
El problema como siempre es la respuesta a la pregunta. ¿Podrá hacerlo? De ello depende todo.
Thays Peñalver es abogada, escritora y periodista. Ha escrito La conspiración de los 12 golpes.
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