Quizá porque Madrid se mueve demasiado rápido, no mucha gente sabe que, durante algunas semanas de 2019, hubo un grupo de personas que cruzó una y otra vez el mismo paso de peatones de la calle de Génova. Lo hizo durante dos horas al día, ataviado con iconografía independentista y en completo silencio, en protesta por la falta de libertad de expresión que -consideraban- motivó el juicio a los responsables políticos del referéndum del 1-O.
No conviene menospreciar a quienes consiguen convencer a un grupo de ciudadanos para que haga una peregrinación de 120 minutos diarios, de una acera a otra; y vuelta, para defender una causa política. En estos tiempos de eclosión de religiones paganas, conviene tener siempre un ojo puesto sobre las reuniones inesperadas y los actos estrafalarios, dado que de ahí puede surgir el próximo mesías. O el nuevo problema.
Un buen día, los miembros del CDR convocan una homilía frente a un bolardo al que han sacralizado –mártir de la actuación de las autoridades, como San Sebastián-. Poco después, queman Barcelona o conforman presuntos comandos violentos mientras el presidente de la Generalitat les anima a incrementar su beligerancia.
La gran fotografía de 2019 no incluía violencia explícita, pero sí tensión. La tomó el fotógrafo Emilio Naranjo y la difundió la Agencia EFE el día que arrancó el juicio del procés. Muestra los banquillos de los acusados, en los que destaca la figura de Santi Vila –el botifler- mirando las alturas, como ese caballero que aparece en el centro de El entierro del conde de Orgaz. Quizá evitando fijar la mirada sobre lo terrenal, quizá escudriñando las nubes o quizá rezando una plegaria ante lo que tenía delante de sí mismo.
Alrededor de Vila, varios acusados observan a Quim Torra, a su espalda, que saluda con la mano. Oriol Junqueras se encuentra delante del todo, desenfocado, pero mirando hacia adelante, como ajeno al presidente de la Generalitat. Al representante del partido de Carles Puigdemont, líder del movimiento y quien huyó a Bélgica para no afrontar las consecuencias de sus actos.
Como todo sucede a una velocidad de vértigo, hay quien habrá olvidado que en esas fechas Pedro Sánchez negociaba con ERC los Presupuestos Generales del Estado. De la falta de acuerdo surgió la convocatoria de las primeras elecciones generales y, de ese mismo factor, aunque con otro partido, la de los comicios de noviembre.
Conviene echar un nuevo vistazo a la citada fotografía, pues el partido de una parte de quienes aparecen en el banquillo de los acusados tiene actualmente la posibilidad de tomar una decisión clave: si hay Gobierno o no.
La enorme anomalía
No queda más remedio, pues, que observar una imagen entre claroscuros, algo a lo que está especialmente acostumbrado este país. Por su excelencia en la pintura barroca, pero también por esa extraña fijación por el conflicto interno que ha mantenido durante su historia contemporánea, casi siempre fruto de la permeabilidad de sus ciudadanos ante los planteamientos ideológicos más nocivos.
La luz de los focos apunta ahora a Pedro Sánchez y a ERC. Pero en los márgenes hay una realidad desenfocada, que también forma parte del lienzo, pero que no puede apreciarse. Es la que se ha definido en la mesa de negociación de la investidura y en la sede de la Abogacía General del Estado. Entre las sombras, hoy se mueven quienes apostaron por la vía unilateral para romper España. Los que hace unos meses eran juzgados y hace unas semanas, condenados. Y los que no ocultan que su objetivo es la independencia. Pronto o tarde. Cuando sea factible.
La política no deja más remedio, en ocasiones, que pactar con el adversario. La cuestión es si los acuerdos persiguen la solución de un problema o si son meros parches temporales. Ribbentrop y Molotov no firmaron su famoso pacto, en 1939 a sabiendas de que iba a generar prosperidad en sus dominios.
Lo hicieron, entre otras cosas, para ganar tiempo. La clave es si, en ese espacio entre sombras en el que se desarrolla la negociación -sobre la que se pueden hacer contadas preguntas- se ha hablado de la renuncia a invadir Polonia. O a lo que se trató de realizar en octubre de 2017.
De lo contrario, no se puede decir que el pacto vaya a encaminar a España a la solución de su principal problema y, por tanto, el acuerdo será un mero parche. Otro más. Y quizá la misma imagen que figura en la parte superior de este artículo, que es la más representativa de 2019, vuelva a producirse en los años venideros.
Quizá porque Madrid se mueve demasiado rápido, no mucha gente sabe que, durante algunas semanas de 2019, hubo un grupo de personas que cruzó una y otra vez el mismo paso de peatones de la calle de Génova. Lo hizo durante dos horas al día, ataviado con iconografía independentista y en completo silencio, en protesta por la falta de libertad de expresión que -consideraban- motivó el juicio a los responsables políticos del referéndum del 1-O.
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