Creo que el salón de los besos esta vez era otro, entre seco y vergonzante, como el del amor de dos notarios. Éste va a ser un gobierno de pan y cebolla, de juglares colilleros, de franciscanismo del porro, de paguitas hamaqueras y de chiringuitos de clase a los que van a llamar igualdad y justicia social, mientras el dinero de verdad se lo llevarán los nacionalistas para pagar embajadas y subvencionar coros castrenses, teatro patriótico, folclore botijero, la Luftwaffe de TV3 y el escrache al disidente. Quizá por eso Pedro y Pablo no hablaron delante de dorados luisinos ni de acuarelas de la gallinita ciega, sino de feos portones de madera, portones de ermita o de casa de postas o de cuarto de aperos de un viñedo.

Nos van preparando para la pobreza, serena y digna, mientras prometen quitar al rico para darle al pobre. Es lo que ha hecho siempre la izquierda, lo que ocurre es que de los ricos sólo han sabido sacar más pobreza. A la izquierda todo se le hace pobreza en las manos, como a las castañeras. Eso era lo que parecían Pedro y Pablo, dos castañeras en el pórtico de una iglesia, con maderas de puente levadizo.

El salón de los besos era otro y esta vez se dieron sólo un abrazo de rapero. Esto ya no es el calentón, esto ya es el negocio. Ya no son los ojos cerrados de Iglesias, oliendo a Sánchez como la lana de su cuerpo. Ahora el pacto es entre tratantes, allí con todo el séquito, con Lastra como una Richelieu de cursillo, con Echenique moviéndose como un robot aspirador, con María Jesús Montero pensando cómo vaporizar y traspapelar millones, con Alberto Garzón fabricándose mentalmente ya un mural navideño pero con estrella del Kremlin. Ya no había amor, sino negocio, ajuar, esponsales, y la presentación parecía esos coitos reales de consumación con arzobispo y parentela. Un abrazo de rapero, el puño y el hombro por delante, que ahora se trata de manejar cada uno sus territorios y no pisarse el batín dorado.

Pablo Iglesias sigue exultante, se le notaba en la sonrisa plena, velazqueña, que saca él cuando es de verdad. Va a ser el primer comunista en un gobierno desde el Frente Popular, es como si hubiera estado soñando toda la vida con el quimicefa marxista y ahora le dieran el laboratorio entero de un científico loco. Me lo imagino con el rayo de convertir el chuletón en brócoli y al ciudadano en mero granito del pueblo. La verdad es que dijo casi lo mismo que en noviembre, alabando la mezcla de experiencia y frescura de los dos partidos, como si fueran una pareja de tenis, dando las gracias a Sánchez y asegurando que es un “honor tenerlo como presidente”.

Pablo Iglesias sigue exultante, se le notaba en la sonrisa plena, velazqueña, que saca él cuando es de verdad. Va a ser el primer comunista en un gobierno desde el Frente Popular.

Habló de una década perdida pero esperanzada, porque había nacido el 15-M (un movimiento que nunca supo lo que quiso, en realidad, salvo luz de gas y una sartén abollada), las mareas, los pensionistas y el nuevo feminismo. Iglesias mostraba ya sus legiones y los cajones de sus ministerios, que así divide él las cosas y la gente, en la diversidad de muchas uniformidades, y todas convergentes. Ahora podrá hacer granjas con todo eso, y lo llamará defender lo público. Iglesias habló hasta de patria, mordiendo la palabra con ese rechinar de cuero o fajín tan caribeño. Aquí hace falta más ley y menos patria. Las patrias remiten a sentimientos o a identidades, pero sólo las leyes proporcionan ciudadanía. Pero a ver qué va a decir Iglesias, con un quimicefa del siglo XIX y una confusión de fruncidos y botones entre Napoleón y Lenin

Sánchez llevaba una corbata morada, y eso es porque ya están cruzando blasones, buscando el nuevo medallón de la casa o acordando cómo decorar los cuartos de costura. En estos detalles se nota la implicación del presidente, que le cede a Podemos ministerios con ventanal y hasta representación en el símbolo vivo de su cuerpo escaparate. Lo que ocurre es que a Sánchez ya no le podemos creer nada, así que él se había puesto en el atril y sólo parecía interpretar una coreografía de los Cantajuegos. “Soy progresista, un igualitario, un feminista y un negociador”, me imaginaba que decía haciendo de taza colmada o de cucharón aguantando la respiración. Es que Sánchez suena a mar, a gemido de ballenas, a lluvia sobre latón, a grillito con luz de luna, es una cosa que te va disolviendo el cuerpo en el sueño, puro ruido blanco. Derechos, libertades, justicia social, progreso.

No sabemos aún que es para él dormir tranquilo (por Podemos), o una clara rebelión (por Cataluña), o una nación, o un marco jurídico, o de quién depende la Fiscalía, o qué puede hacer la Abogacía del Estado por esa veredita que va de la ley a la Moncloa sin criar yerba, y vamos a creer que Sánchez tiene ahora un concepto de libertad o de justicia social o de los derechos ciudadanos. O de cualquier otra cosa, aparte de sus consistentes principios acerca de la importancia de la colchonería presidencial, que es algo así como la cerámica real.

Sólo podremos escuchar a Iglesias, fiarnos de él, que sí sabe qué quiere hacer y está dispuesto a hacerlo porque lleva toda su vida de mesías sandalio esperándolo y escribiéndolo con punzón.

Habló de “valores colectivos”, pero eso no es lo mismo, sino lo contrario, de los valores comunes. Los valores colectivos se enfrentan a otros valores colectivos y en ese enfrentamiento se define la colectividad. Seguramente se estaba refiriendo a Cataluña. Los valores comunes no requieren colectivos porque son simplemente ciudadanos. Luego dijo que quería “no sólo ser Gobierno, sino hacer Gobierno”. ¿Pero qué significa eso, buen hombre? Pero yo, por entonces, ya sólo lo veía haciendo el salerito de la coreografía.

En otro salón de los besos, aunque sean ahora besos como de anticuario, con serrín y lengua de pegar sellos, y sin aceptar allí redactores, sin preguntas, sin dejar hueco para la duda, la guasa o la estupefacción, Pablo Iglesias nos avisó de un comunismo ya con coches negros y Pedro Sánchez no sabemos de qué nos avisó. No lo sabemos porque ya no podemos saber nada de él. El principio de incertidumbre sanchista lo nubla y lo anula todo. Todo su programa, todos sus pactos, hasta ese abrazo de rapero que se dieron, sonando a sacos de anillos… Todo eso, mañana podría ser al revés. Lo peor de esto es que ahora sólo podremos estar seguros de lo que diga Iglesias, el vicepresidente Iglesias, con sentencias pensadas o soñadas desde el XIX. Sólo podremos escucharlo a él, fiarnos de él, que sí sabe qué quiere hacer y está dispuesto a hacerlo porque lleva toda su vida de mesías sandalio esperándolo y escribiéndolo con punzón. Iglesias será el referente del Gobierno, el verdadero líder. Iglesias haciendo comunismo y Sánchez haciendo la tetera. A ver a quién atenderían ustedes, a ver a quién temerían ustedes.

Creo que el salón de los besos esta vez era otro, entre seco y vergonzante, como el del amor de dos notarios. Éste va a ser un gobierno de pan y cebolla, de juglares colilleros, de franciscanismo del porro, de paguitas hamaqueras y de chiringuitos de clase a los que van a llamar igualdad y justicia social, mientras el dinero de verdad se lo llevarán los nacionalistas para pagar embajadas y subvencionar coros castrenses, teatro patriótico, folclore botijero, la Luftwaffe de TV3 y el escrache al disidente. Quizá por eso Pedro y Pablo no hablaron delante de dorados luisinos ni de acuarelas de la gallinita ciega, sino de feos portones de madera, portones de ermita o de casa de postas o de cuarto de aperos de un viñedo.

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