No era Bildu, sino Sánchez. Bildu siempre ha dicho lo mismo, en los pueblos con fiestas de hachas y en los entierros con vino de muerto, en sus periódicos que envolvían al asesinado y en sus ayuntamientos de calavera y boina; han dicho lo mismo con capucha y con camiseta ratonera, bajo las pistolas como candelabros recién soplados y bajo las pancartas con el nombre recién chorreado, en los tiempos en que se mataba y en los que se cuenta que hubo que matar; han dicho lo mismo en tablaíllos como patíbulos y en parlamentos forrados de alegorías y plumas. Bildu, y sus padres, han dicho siempre lo mismo y lo conocemos bien. La diferencia es que luego no salía el presidente del Gobierno con voz y pasitos de geisha, terso como un muslo, tímido como una virgen, suave como un supositorio, a dar las gracias por investirlo y a hablar de soberanía compartida y de trabajar en equipo. El escándalo no era Bildu, que es la vieja bicha del viejo pozo. El escándalo era Pedro Sánchez vestido de raso para la ocasión.
El Congreso y los periódicos se ahuecan mucho cuando se habla de que ha habido bronca, insultos, abucheos de novillada, pataleos de palquito. Se olvida que nuestra política es una claque, con gente comprada para tirar verduras, huevos podridos y mentiras de corralón al contrario, para luego aplaudir con graznidos de morsa al jefe. Pero creo que uno ya agradece más el salivazo sincero y casi noble del enfado que la ladina falacia leída con gafitas de abuela y un dedito musical o pellizcador de párroco. Uno puede entender que si la señora Aizpurua habla de democracia, de derechos humanos, de la crueldad que gasta el Estado con los etarras, del “miedo y el terror” que infunde la derecha (¡miedo y terror, se atreven a pronunciar!), el señor Suárez Illana se dé la vuelta en la silla como un fumador de pipa educado y algunos diputados se solivianten. Sobre todo, si la portavoz de Bildu lo está diciendo como nunca, es decir, con poder, con la seguridad de saber que, si bien no tienen que hacerle caso en todo, sí al menos le tendrán que hacer un poco la pelota.
La vaselina chorreaba con rebaba dejando el Congreso como un perol de caracoles.
Las formas, sobre todo las formas. Hasta Pablo Iglesias se levantaba como para apaciguar gallinas, aleteando él mismo. Se admiten las falacias en ristras de morcillas quevedescas, las del mismo Iglesias y las de Sánchez, pero un respeto para los condenados por apología del terrorismo, que eso está muy feo. Menos feo, menos escandaloso, menos retumbante era ver a Pedro Sánchez como un gato todo de pelusa, resbalando por los escalones del Hemiciclo y dirigiéndose a la señora Aizpurua sin que su voz pudiera hacer temblar la llama de una vela, hablándole de Europa y de las naciones sin Estado, después de que ella acusara de autoritaria a nuestra democracia y citara a Otegi como al Dalai Lama, y en ese plan. Yo diría que llega un momento en que la caballerosidad no puede permitirse la buena educación. Pero la noticia, en fin, era el griterío, no que una señora de Bildu que llama “proceso democratizador” a lo suyo esté ahí humillando al Estado, que felicite al presidente del Gobierno por su cambio de actitud, que presuma de que él no puede formar gobierno sin las izquierdas soberanistas, todo esto mientras éste le hace las uñas y hasta le pinta medias lunitas siniestras o sexis.
La vaselina, que decía García-Page. La vaselina chorreaba con rebaba dejando el Congreso como un perol de caracoles. Ya empezó la tarde del sábado, con un Rufián encuerado castigando, humillando a placer, dejando claro quién manda. Menos mal que la intervención de Inés Arrimadas, creo que la más brillante, apartó un poco los espumarajos de morreo o de bañera con velitas y volvió a hacer visible la realidad. Pero es que hace falta mucha vaselina para que Bildu quepa por la boquita como llena de cerecitas que parece que tiene siempre Sánchez. Y para que las patrias herderianas, el Volksgeist o espíritu del pueblo, sean una cosa muy progresista. Hasta el bueno de Aitor Esteban nos contaba muy simpáticamente que su idea de nación es la puramente joseantoniana, pero ningún progre se asustó. También hace falta mucha vaselina para tragarse la disyuntiva entre democracia y legalidad, que mencionó Aizpurua pero que es la base de todo el argumentario indepe. Según esta idea, el linchamiento sería democracia, claro, y la más auténtica. Pero es lo que piensan también el apóstol piscinero de los pobres y el azote del Íbex y de Mariló Montero, Pablo Iglesias, o Alberto Garzón, un economista con póster de coches desguazados por los propios desconchones de La Habana. Esa democracia sin contrapoder es simplemente tiranía, dictadura de tricoteuses, totalitarismo de bieldos en estampida. Pero eso es lo que vamos a tener en el Consejo de Ministros. Eso es lo que va a conducir las mesas de negociación. Eso es lo que va a regir, sin freno, en Cataluña. Con mucha o poca vaselina, pero ahí ha terminado entrando. Con vaselina, todo puede ser progre: fascismos germanoides, comunismo del mendrugo, la bala como pandereta étnica y la democracia de la marabunta. O sin vaselina, que todo lo que trae esa palabra suena a heteropatriarcal que tira para atrás.
Con tila y vaselina creo que se puede solucionar todo. Tila para el terrorismo, vaselina para la digestión
Sí, menuda bronca, vaya escándalo esos señores barbudos, esas señoras de pelo atocinado (de Isabel Tocino), toda la megaultraderecha en sus escaños como un tendido sólo de procuradores, ahí gritando vivas a la Constitución franquista, al Rey facha, a la España de la Enciclopedia Álvarez, mientras el auténtico progreso (PSOE, Podemos, ERC et alii) se levantaba para aplaudir la libertad de expresión de la portavoz de Bildu, puro espíritu de la democracia con bello labrado o nacarado de colt. Ahí estaba la democracia de verdad, el gobierno de progreso que por fin vamos a tener, que Lastra glosó con muy suaves falacias y que Sánchez ensalzó en un auténtico finale sinfónico, beethoveniano, lleno de esperanza, coros de aplausos y cañonazos de moderación, con rosas cayendo sobre las rosas, hermosamente, con sangre y belleza y dignidad y justicia, como en Madama Butterfly. La derecha, claro, está rabiosa. Le hace falta tila, como dijo Baldoví. Con tila y vaselina creo que se puede solucionar todo. Tila para el terrorismo, vaselina para la digestión. Y a gozar de la democracia bien ensanchada. El martes la tendremos ya aquí, victoriosa y disfrutona.
No era Bildu, sino Sánchez. Bildu siempre ha dicho lo mismo, en los pueblos con fiestas de hachas y en los entierros con vino de muerto, en sus periódicos que envolvían al asesinado y en sus ayuntamientos de calavera y boina; han dicho lo mismo con capucha y con camiseta ratonera, bajo las pistolas como candelabros recién soplados y bajo las pancartas con el nombre recién chorreado, en los tiempos en que se mataba y en los que se cuenta que hubo que matar; han dicho lo mismo en tablaíllos como patíbulos y en parlamentos forrados de alegorías y plumas. Bildu, y sus padres, han dicho siempre lo mismo y lo conocemos bien. La diferencia es que luego no salía el presidente del Gobierno con voz y pasitos de geisha, terso como un muslo, tímido como una virgen, suave como un supositorio, a dar las gracias por investirlo y a hablar de soberanía compartida y de trabajar en equipo. El escándalo no era Bildu, que es la vieja bicha del viejo pozo. El escándalo era Pedro Sánchez vestido de raso para la ocasión.
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