Hay una satisfacción evidente entre los votantes de izquierdas a propósito del resultado último de la sesión de investidura. Desde que se conocieron los votos a favor y se constató que, aunque fuera por sólo dos síes, Pedro Sánchez era investido presidente, las redes sociales y los mensajes de whatsapp se llenaron de un mensaje significativo: "¡SÍ SE PUDO!". La alegría era manifiesta y, por eso mismo, sorprendente.
Todos los que celebran con alborozo la victoria de Pedro Sánchez han decidido borrar voluntariamente las terribles circunstancias en las que accede a la presidencia. Y para saberlo no hace falta más que repasar los alarmantísimos episodios que se han sucedido a lo largo de las tres jornadas del debate de investidura.
En conclusión, Pedro Sánchez se alza con la presidencia del Gobierno gracias a los votos de los independentistas y de los proetarras. Eso se lo dejó muy clarito la diputada de Bildu Mertxe Aizpurúa cuando le dijo a Sánchez: "Sin nuestros votos y sin atender las demandas de nuestras naciones no hay ni habrá gobierno". Y esa es una afirmación que no solamente no discutió el candidato, que no se atrevió a pararle los pies a la diputada y que incluso llegó a darle la bienvenida al "pacto de progreso", sino que desgraciadamente no es una consideración discutible.
España ha pasado a estar, por decisión del presidente del Gobierno de todo su partido, en manos de un grupo de proetarras y de otro grupo de secesionistas
Sin las cinco abstenciones de Bildu y sin las 13 de Esquerra Republicana de Cataluña el candidato socialista no habría conseguido su objetivo. Y eso es lo terrible de este resultado por lo que augura a partir de hoy. Pedro Sánchez está en sus manos y nunca en democracia ha sucedido que el Gobierno de España tuviera que negociar para conseguir la venia de aquellos contra los que los demócratas han estado luchando durante décadas para derrotar a los asesinos de ETA a los que los miembros de Bildu siguen homenajeando e intentando justificar.
Esa conexión con los proetarras y el Gobierno de España debería resultar completamente inaceptable para todos los españoles, sea cual sea su ideología. Sin embargo, alguna mutación profunda se ha debido de producir en el ánimo de la izquierda para haber optado por ignorar este hecho, que tiene el poder disolvente del ácido sulfúrico y, saltando olímpicamente sobre él, celebrar el resultado de este debate de investidura como una noticia feliz.
No lo es, es la noticia más desoladora y más terrible de las que se han producido en la historia de nuestra democracia y no hay nada que la pueda ocultar, ni siquiera disimular. Porque, además, el presidente Sánchez ha sido taxativamente advertido de que va a estar férreamente controlado en su gestión de modo que, si no cumple con las exigencias de los proetarras y de los independentistas catalanes- y ya podemos suponer cuáles son, aunque nadie en el Gobierno se ha dignado explicarlo en público- le retirarán su apoyo. Porque no otra cosa más que un apoyo condicionado es un voto de abstención.
No se puede decir de otro modo: en la última sesión de este debate de investidura se consumó, se remató, la suprema humillación a las instituciones democráticas de España: a la Jefatura del Estado, a la Justicia española, a nuestra Constitución y también al Gobierno y a su presidente, humillación que desde las filas de la izquierda se quiso cubrir con el recurso, tantas veces utilizado por ésta, de la crispación que se adjudica a las filas de la derecha cuando levanta la voz ante tanto atropello como el que se ha producido estos días en el Congreso de los Diputados.
No se trata únicamente del hecho de haber ganado las elecciones, como pretende el señor Sánchez como único argumento de autoridad. Se trata de saber qué se hace con esa victoria, hacia dónde se dirige la acción del ganador y con qué aliados se pretende recorrer ese camino. Y la respuesta a todas esas incógnitas no ha podido ser más desoladora.
En la última sesión de este debate de investidura se consumó, se remató, la suprema humillación las instituciones democráticas de España
Independientemente del ínfimo nivel argumental de la señora Bassa, su intervención tuvo el valor de reflejar fielmente en qué condiciones y bajo qué hipotecas se va a desarrollar la acción del Gobierno, una cuestión que a los diputados de ERC, aclaró ella con evidente grosería intelectual , "les importa un comino".
Claro, los diputados de ERC, sus negociadores en la mesa con el PSOE y todo su partido no se han abstenido para facilitar el gobierno de España sino para forzar a su presidente a arrodillarse y aceptar todas las exigencias que ellos elijan plantearle en cada caso.
No es posible otra lectura de lo visto en estos últimos cuatro días de enero. España ha pasado a estar, por decisión del presidente del Gobierno de todo su partido, en manos de un grupo de proetarras y de otro grupo de secesionistas.
El choque con las derechas, que será intenso y constante a partir de hoy, no hará otra cosa que generar la niebla con la que se intentará tapar esta realidad insoportable.
Hay una satisfacción evidente entre los votantes de izquierdas a propósito del resultado último de la sesión de investidura. Desde que se conocieron los votos a favor y se constató que, aunque fuera por sólo dos síes, Pedro Sánchez era investido presidente, las redes sociales y los mensajes de whatsapp se llenaron de un mensaje significativo: "¡SÍ SE PUDO!". La alegría era manifiesta y, por eso mismo, sorprendente.
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