Pedro Sánchez logró ayer ser investido presidente del gobierno por una exigua mayoría de dos votos. A pesar de las llamadas de los partidos de la derecha al "patriotismo" de algún diputado del PSOE, la disciplina de voto se mantuvo férrea, como era de esperar.
La sesión de investidura -en sus tres intensas jornadas- no ha estado exenta de teatralidad. La llamada de Rafael Simancas para que los diputados socialistas durmieran la noche del 6 de enero en Madrid, el miedo a que se pudiera producir otro tamayazo, las insinuaciones de posibles sobornos, las denuncias de amenazas, las pintadas llamando "traidor" al diputado de Teruel Existe... todo ello añadió a la alta tensión del momento una innecesaria dosis de dramatismo. La propia urgencia del candidato al convocar la sesión en la víspera de Reyes redobló el carácter excepcional del pleno. La excusa era que España necesitaba un gobierno cuanto antes.
Según informó ayer Moncloa no habrá gobierno hasta la semana que viene, porque, dijeron las mismas fuentes, "el presidente marcará sus propios tiempos". Es decir, que lo de las prisas para formar gobierno era un poco camelo.
Da la impresión de que Sánchez necesitaba un ambiente un tanto apocalíptico para crear en la izquierda y en sus aliados una cierta sensación de peligro. Había que correr antes de que la derecha pudiera dinamitar la mayoría progresista. No es la primera vez que la izquierda necesita de un poco de mambo. Como le dijo Rodríguez Zapatero a Iñaki Gabilondo antes de las elecciones de 2008: "Nos conviene que haya tensión".
Pero la teatralidad no nos debe nublar la vista. El gobierno de coalición PSOE/Unidas Podemos ha salido adelante con plena legitimidad, votado por la mayoría de los diputados del Congreso, como marca la Constitución. Darle vueltas a si es o no legítimo no tiene ningún sentido. Es más, si Vox insiste en ello sólo logrará dar argumentos a los que deslizan que Santiago Abascal lo que persigue es un pronunciamiento, aunque lo que en realidad propuso el general Fulgencio Coll (portavoz de dicho partido en el ayuntamiento de Palma de Mallorca) es que se conformara una mayoría absoluta en el Congreso para poder así acusar al presidente de "traición" (como plantea el artículo 102.2 de la Constitución).
La investidura dibuja un panorama político guerracivilista. Más allá de la teatralidad, lo que tenemos en la Cámara es un bloque de izquierda que acusa a la derecha de autoritaria (Adriana Lastra dijo ayer que "las derechas no cumplen con ninguno de los principios democráticos") y un bloque de derechas que acusa a la izquierda de "traición", de no defender al Jefe del Estado y de pactar con "golpistas y terroristas" (Pablo Casado dixit).
Hasta ahora Sánchez no ha hecho más que firmar letras. Pero el vencimiento de sus compromisos llegará con los Presupuestos. Casi todo depende de cómo vaya la mesa de diálogo con ERC
La bronca ha dejado malherido al Estado de Derecho. Y aunque en ese vapuleo han participado los dos bloques, la principal responsabilidad de que las instituciones (empezando por la Justicia) hayan salido dañadas le corresponde al presidente del gobierno.
Ni se puede pactar con un partido que humilla a la soberanía nacional: "La gobernabilidad de España me importa un comino" (se despachó Montse Bassa de ERC). Ni se puede escuchar el alegato contra la democracia española y contra el Rey de la portavoz de Bildu (Mertxe Aizpurua) sin responderle como se merece y, más aún, sin exigirle la condena explícita al terror de ETA.
La izquierda brindó ayer con champán como si hubiera muerto Franco otra vez ¡Por fin un gobierno de coalición de izquierdas! Llega la felicidad. Pablo Echenique -a partir de ahora portavoz de UP- henchido de gozo, lanzó un tuit en el que, tras la llorera de su jefe de filas, clamaba: "Lágrimas de la gente normal. De los que siempre perdíamos... Lágrimas de alegría del #SiSePuede". Falta que alguien reivindique a Palito Ortega: "La gente en las calles parece más buena. Todo es diferente gracias al amor.... Y todo gracias al amor".
Cuando los líderes de la izquierda se enjuguen las lágrimas, se darán cuenta de lo que se les viene encima.
La legislatura dependerá de la marcha de la mesa de negociación con ERC, en la que los independentistas plantearán la autodeterminación y la amnistía. En los próximos días conoceremos la resolución del Tribunal Supremo sobre Oriol Junqueras, que seguramente no le va a gustar ni al líder de ERC ni a Rufián ¿Defenderá el Gobierno al Tribunal Supremo?
Hasta ahora, lo que ha hecho Sánchez para lograr la investidura ha sido firmar letras. Una tras otra. Con sus socios de gobierno (que ya han nombrado a los ministros y a los secretarios de Estado, antes de que el presidente designe a su equipo), con los independentistas catalanes, con los independentistas vascos y hasta con Teruel Existe. Pero todas las letras tienen fecha de vencimiento.
El dead line del "gobierno progresista" llegará con la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Si Junqueras no se siente satisfecho con lo conseguido en la negociación votará "no", al igual que el resto de concernidos en la investidura. Y si el presupuesto decae, el programa de gobierno firmado por PSOE y UP -tan ambicioso como nefasto para la economía- no podrá llevarse a cabo. Es verdad que algunas medidas se podrán poner en marcha mediante decretos, pero eso no hará más que corroborar la debilidad y la soledad de Sánchez.
El presidente tendrá en frente a una oposición implacable. PP, Ciudadanos y Vox le van a negar el pan y la sal. Los tiempos del "váyase señor González" (Aznar) nos van a parecer plácidos en comparación con lo que nos espera.
Pablo Casado debe moderar su discurso, abandonar el catastrofismo y llegar a un acuerdo cuanto antes con Inés Arrimadas
Aunque lo que ocurra a partir de ahora será responsabilidad fundamentalmente del presidente del gobierno, hasta aquí se ha llegado, entre otras cosas, porque el PP no ofreció en su día su apoyo a Sánchez a cambio de que desistiera de firmar un pacto con Pablo Iglesias (tras ese acuerdo la consecuencia lógica era el acercamiento a ERC).
Casado optó por preservar su papel como líder de la oposición antes que evitar una alianza del PSOE con populistas de izquierdas e independentistas. Por querer evitar las dentelladas de Vox frustró al menos la posibilidad de otra mayoría alternativa.
Pero el PP, como hemos visto también en esta lamentable investidura, va a tener el aliento de Vox en la nuca de forma permanente. Casado no se va a librar fácilmente del marcaje de Abascal.
El líder del PP debe ser consciente de que para él los tiempos tampoco serán fáciles. Si quiere consolidar su posición, si quiere ser alternativa real de gobierno, lo único que puede hacer es moderar su discurso, abandonar el catastrofismo, alejarse de Vox y llegar a un acuerdo cuanto antes con Inés Arrimadas.
El panorama es ciertamente desolador. Pero los españoles hemos demostrado que sabemos sobreponernos a las circunstancias más adversas. No perdamos la esperanza.
Pedro Sánchez logró ayer ser investido presidente del gobierno por una exigua mayoría de dos votos. A pesar de las llamadas de los partidos de la derecha al "patriotismo" de algún diputado del PSOE, la disciplina de voto se mantuvo férrea, como era de esperar.
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