Hablaba Montserrat Bassa el pasado martes en la tribuna del Congreso de los Diputados y se escuchaba una voz de fondo que exclamaba: “¡golpista!”. La diputada de ERC soltaba en ese momento la típica retahíla independentista, que consiste en hablar de los políticos encarcelados sin mencionar el contexto ni los actos que les llevaron a prisión. Es decir, describiendo una realidad kafkiana que poco tiene que ver con lo que ocurrió en octubre de 2017, pues aquí no se ha detenido a Josef K. por vaya usted a saber qué. Es evidente que quien lanzó el improperio contra la portavoz de Esquerra Republicana se ha posicionado contra la investidura de Pedro Sánchez. Ella, en realidad, se abstuvo, aunque lo hizo por razones protocolarias, pues durante su intervención afirmó que le importa un pimiento la gobernabilidad de España. Y pocas situaciones resumen mejor lo que ocurre por estos lares.
Cuesta encontrar un momento de la Historia reciente del país en el que la realidad haya sido tan incandescente. Pedro Sánchez ha sido designado esta semana presidente del Gobierno y eso ha puesto fin a un largo período de transitoriedad, pero no se sabe por cuánto tiempo, pues las incógnitas internas y externas son demasiado grandes y su mandato bien pudiera durar un suspiro. De hecho, nadie sabe siquiera si logrará los apoyos suficientes como para aprobar los Presupuestos Generales del Estado, lo que podría obligar a repetir todos los acontecimientos que han sucedido en los últimos 11 meses. ¿Cuándo? Pues podría ser a no mucho tardar.
En Moncloa, los socialistas tendrán a su lado un partido de izquierda radical con la capacidad de enfangar el Consejo de Ministros y de radiar sus reuniones. En el hemiciclo, a unos independentistas que condicionarán sus apoyos a la celebración de un referéndum en Cataluña. Y, en la trinchera contraria, a una derecha que tendrá el tono más elevado desde 2004. Sobra decir que cualquier agenda fiscal que implique la creación o el incremento de impuestos a las grandes empresas le granjeará antipatías del poder económico, tan acostumbrado a lanzar mensajes por la vía indirecta, que es la de lobbies y medios a los que engorda.
El sector de la información es especialmente voluble y vaporoso en este momento histórico, en el que la inversión publicitaria ha caído y las dependencias con respecto a los grandes anunciantes han aumentado
A todo esto hay que sumar el peculiar carácter de Sánchez, quien demuestra una sorprendente ligereza para adaptar su argumentario a lo que la situación requiera, aunque eso le haga quedar como político amoral y sin excesivos escrúpulos. Cuando era líder de la oposición, acudió a los platós de TVE con un lazo naranja en la solapa, en defensa de la televisión pública independiente. Posteriormente, maniobró para colocar al frente a Rosa María Mateo (ratificada en el Parlamento), quien hizo campaña en favor del PSOE en 2011.
También hubo un día en el que ironizó sobre esa costumbre de Mariano Rajoy de esconderse de la prensa, algo que durante las últimas semanas ha hecho sin disimulo. Y así, con todo. No importan los renuncios si sirven para mantenerse en el poder. Otra cosa es su ego y su carácter poliédrico, que a buen seguro han influido a la hora de configurar su Ejecutivo. Un mero vistazo a su organigrama hace concluir que el presidente se ha preocupado muy mucho de que Pablo Iglesias no sea visto como el número 2.
Más fácil ser enemigo que aliado
Ser aliado mediático del Gobierno con estos ingredientes no resultará fácil, salvo que tenga aparejada una contraprestación. Cosa, por cierto, que está por ver si algún medio rechazará. Es cierto que Sánchez llegó a Moncloa en mayo de 2018 sin grandes amigos en la prensa y que, poco después y, por arte de magia, se encontró con apoyos inesperados en sus otrora 'enemigos' Prisa, LaSexta y RTVE. Pero también lo es que el sector de la información es especialmente voluble y vaporoso en este momento histórico, en el que la inversión publicitaria ha caído ostensiblemente -con respecto a 2008- y las dependencias con respecto a los grandes anunciantes han aumentado.
El reparto de la publicidad institucional tiene efectos milagrosos, pues es capaz de causar ceguera y, a la vez, de curarla
El reparto de la publicidad institucional tiene efectos milagrosos, pues es capaz de causar ceguera y, a la vez, de curarla en quien la recibe o quien la deja de recibir. Sin embargo, hay una ley casi universal en este ámbito que provoca que, cuanto más cercana al ciudadano sea la Administración, más capacidad tendrá de influir en la prensa a través de la asignación de campañas. Un Gobierno autonómico tiene más posibilidades de maquillar una línea editorial a través de esta herramienta que el Ejecutivo central. Aunque a veces parezca lo contrario, hay más periódicos zombies en los terrenos local y autonómico que en el nacional.
Ahora bien, con los empresarios a la expectativa por la posible toma de decisiones contrarias a sus intereses -la propia CEOE pidió un Gobierno moderado- y con la sombra de una posible recesión económica en el horizonte, quizá algunas alianzas mediáticas se resquebrajen o alguna posición de no agresión se convierta en beligerante si el poder económico comienza a mover hilos. Cosa, por cierto, que explica en buena parte el cambio radical que experimentó la línea editorial de Prisa a mediados de 2018; o una buena parte de los vaivenes que ha experimentado La Vanguardia en los últimos años.
Precedentes a tener en cuenta
Es interesante analizar lo que ocurrió a mediados de la primera década de este siglo, cuando el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero se vio acorralado por la crisis, con una auténtica armada mediática en su contra y con un poder económico en pie de guerra, y, de pronto, surgió un proyecto para eliminar la publicidad de RTVE.
Diez años después de aquello, es evidente que la principal perjudicada por la nueva ley de financiación fue la propia radio-televisión pública. ¿A quién benefició? A quienes observaron cómo, a partir de ese momento, tenían que competir en el mercado con un agente menos, es decir, a las televisiones privadas. Alguna de ellas, por cierto, con una gran capacidad para susurrar al oído de la entonces vicepresidenta, a la que invitan hoy a sus fiestas de aniversario y reciben con honores.
Tampoco conviene obviar las maniobras que se llevaron a cabo en el Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC) cuando arreció la crisis y vinieron mal dadas. Quien conoce sus reuniones sabe hubo un primer propósito de no hablar de medios de comunicación en ese foro, pero, al final, se puso el tema encima de la mesa y se tomaron decisiones relevantes sobre estas empresas. Eso, evidentemente, condicionó ciertas líneas editoriales en un momento en el que el poder económico presentó sus propias medidas contra la recesión. Algunas, diametralmente contrarias a las que proponía el Ejecutivo. Llevar la contraria al pagador no es bueno, en ocasiones.
En tiempos en los que la histeria, la teatralidad y el payaseo se premian con usuarios únicos y sillas de tertulia, es difícil concebir que la brillantez gane terreno en los medios
Comienza oficiosamente la nueva legislatura y ni se espera una presidencia que destaque por su coherente -sería muy sorprendente si Sánchez abandonara el zigzagueo ideológico- ni una oposición que lo haga por ser comedida. Tampoco un periodismo especialmente serio en la crítica, pues en tiempos en los que la histeria, la teatralidad y el payaseo se premian con usuarios únicos y sillas de tertulia, es difícil concebir que la brillantez gane terreno.
Los medios se han descapitalizado, las grandes empresas han tomado posiciones en sus órganos de decisión y aquí, mientras tanto, todos miran hacia las añagazas irrelevantes de los políticos. Es un sector equivocado en un país en el que el debate cada vez está más alejado de la realidad.
Hablaba Montserrat Bassa el pasado martes en la tribuna del Congreso de los Diputados y se escuchaba una voz de fondo que exclamaba: “¡golpista!”. La diputada de ERC soltaba en ese momento la típica retahíla independentista, que consiste en hablar de los políticos encarcelados sin mencionar el contexto ni los actos que les llevaron a prisión. Es decir, describiendo una realidad kafkiana que poco tiene que ver con lo que ocurrió en octubre de 2017, pues aquí no se ha detenido a Josef K. por vaya usted a saber qué. Es evidente que quien lanzó el improperio contra la portavoz de Esquerra Republicana se ha posicionado contra la investidura de Pedro Sánchez. Ella, en realidad, se abstuvo, aunque lo hizo por razones protocolarias, pues durante su intervención afirmó que le importa un pimiento la gobernabilidad de España. Y pocas situaciones resumen mejor lo que ocurre por estos lares.
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