Quizá el discurso más celebrado de los últimos años sea el que pronunció Steve Jobs en la Universidad Stanford en 2005; sin embargo, ese mismo año, David Foster Wallace dio una lección sobre lo mundano a los alumnos de Humanidades de Keyton que es mucho más valiosa, aunque con menos gancho. Inició su exposición con una fábula en la que dos peces se encuentran con un pez viejo mientras nadan. Este último, les saluda y les dice: “Buenos días, muchachos, ¿cómo está el agua?”. Un rato después de ese encuentro, uno de los dos animales más jóvenes le pregunta al otro: “Un momento, ¿y qué es el agua?”.
La corriente suele conducir hacia espirales destructivas que resultan difíciles de detectar hasta que llega el agua al cuello. De eso trata la gran obra maestra de Akira Kurosawa, '¡Vivir!', en la que un funcionario cae en la cuenta de lo absurda que ha sido su existencia durante los últimos 30 años cuando le detectan un cáncer de estómago en fase terminal. A partir de ahí, inicia la búsqueda de los paraísos perdidos, aunque ya a sabiendas de que está muerto. De que se encuentra en el tiempo de descuento.
Trascendía este lunes la noticia de que Dolores Delgado será nombrada Fiscal General del Estado y resulta inevitable tener la sensación de que algo muy valioso se ha perdido por estos lares sin que la mayoría de los ciudadanos haya caído en la cuenta, pues, de lo contrario, cuesta explicarse esta sensación de apática normalidad.
El pasado noviembre, quedó claro el particular concepto que tiene Pedro Sánchez de la separación de poderes cuando sugirió que la Fiscalía es un apéndice del Gobierno. Lo que ha ocurrido este lunes con la designación de Delgado como máxima responsable del Ministerio Público no ayuda a espantar ese fantasma.
Sería injusto atribuir al presidente el enorme desgaste institucional que padece España, pues esta erosión no es flor de un día, sino que viene de largo y ha sido auspiciada por los partidos con la mayor de las ligerezas. Ahora bien, resulta difícil pensar en que Sánchez encarna la regeneración cuando decide situar al frente de una institución tan importante a alguien tan sospechosa de defender los intereses de Moncloa.
Negligencia mediática
El problema es que la memoria es corta y gran parte de los medios, especialmente negligente a la hora de retratar estas bravuconadas. Así estamos. La nueva ministra de Trabajo, Yolanda Díaz hablaba este lunes de las futuras subidas del Salario Mínimo Interprofesional y la prensa recogía estas palabras sin abundar en el trasfondo, como si definieran el primer gran logro de este departamento ministerial.
Sobra decir que, en 2018, la patronal y los sindicatos –que son los más acreditados negociadores en este ámbito- acordaron que el SMI ascendiera a 900 euros en 2019 y a 1.000 euros en 2020. Unos meses después, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se vieron necesitados de fotografías mediáticas y pactaron un acuerdo de Presupuestos Generales del Estado que reventaba el calendario de los agentes sociales.
La partitocracia no sólo se conforma con moldear lo público a su imagen y semejanza, muchas veces, a costa de hacerlo ineficiente. También gusta de condicionar lo privado y puentear a quien sea menester.
La partitocracia no sólo se conforma con moldear lo público a su imagen y semejanza, muchas veces, a costa de hacerlo ineficiente. También gusta de condicionar lo privado y puentear a quien sea menester
En este país comenzó a hablarse hace unos años de recuperación económica sin tener en cuenta que, con la crisis, se produjo un desgaste de las instituciones democráticas y del Estado que no se ha corregido durante el ciclo de crecimiento económico. Al revés, el lustro de bonanza ha venido acompañado de una incuestionable erosión del Estado de derecho que quizá ha tenido su consecuencia más visible en el conflicto catalán, donde la Generalitat decidió echarse al monte y saltarse la Constitución, ayudada de un repugnante sistema clientelar en la prensa y de una televisión pública secuestrada. Ahora bien, esta circunstancia no ha sido la única que ha acaecido en este tiempo, pues la precariedad también ha sido aprovechada por el poder económico para bordear varias líneas rojas y, entre otras cosas, aumentar su peso en las empresas periodísticas. Lo cual constituye otro atentado contra el Estado de derecho.
Muy bien tan mal
El papel que han jugado los medios en este ámbito también recuerda a otra escena de la citada película de Kurosawa, en la que el enfermo de cáncer terminal se emborracha con sake al lado de un escritor de novelas baratas. En un momento, la camarera le pregunta la razón por la que bebe, dado que no ayudará a paliar los síntomas de su grave enfermedad. El afectado, responde algo así como: 'el alcohol me hace mal, pero a la vez bien. Me mata, pero consigue mantenerme vivo'.
Esta realidad la han experimentado los medios sin especiales escrúpulos. Un buen ejemplo se apreció la semana pasada, cuando Mediaset puso a disposición de Ana Botín una perfecta plataforma publicitaria. El masaje fue tan evidente como la intención de la presidenta de Santander de remarcar su defensa del ecofeminismo, de limpiar la reputación de la banca y de desterrar la afirmación de que su cargo es hereditario.
Al día siguiente, fueron varias las crónicas y tribunas que ensalzaron el programa sin rubor. Hubo un tiempo en el que, al menos, los medios se proponían ejercer de vigías para controlar al poder. Pero las cosas han cambiado. Esto les aniquila, pero les mantiene con vida. Como el sake al canceroso de la película de Kurosawa.
En un momento en el que los febriles independentistas catalanes tratan de desprestigiar la democracia española en los foros internacionales, desde luego, no ayudará el hecho de que la persona que ha ejercido de responsable de Justicia durante el último año y medio se acueste con la cartera ministerial bajo el brazo y se levante con los puñetes de la Fiscal General del Estado.
Quizá el pez de Foster Wallace no sabía que vivía dentro del agua, al haberlo dado por supuesto. Y quizá los ciudadanos españoles, preocupados por escapar a los efectos de la crisis, no hayan sido conscientes del deterioro democrático que se ha producido en estos años. Desde luego, los medios no lo han sabido contar como es debido.
Quizá el discurso más celebrado de los últimos años sea el que pronunció Steve Jobs en la Universidad Stanford en 2005; sin embargo, ese mismo año, David Foster Wallace dio una lección sobre lo mundano a los alumnos de Humanidades de Keyton que es mucho más valiosa, aunque con menos gancho. Inició su exposición con una fábula en la que dos peces se encuentran con un pez viejo mientras nadan. Este último, les saluda y les dice: “Buenos días, muchachos, ¿cómo está el agua?”. Un rato después de ese encuentro, uno de los dos animales más jóvenes le pregunta al otro: “Un momento, ¿y qué es el agua?”.
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