Irene Montero no se había traído la guillotina, ni siquiera esa guillotina para habanos con la que los comunistas tipo Fidel o Che parece que le cortan un dedo de mafioso al capitalismo antes de fumarse el mismo puro que el banquero de viñeta. El comunismo consiste en eso, en que el capitalista, el explotador, el de los puros y pelucos no es el patrono ni el financiero, sino el mismo Estado con su papa/banquero de Dios o de la Revolución. Irene Montero escribió aquello de “Rey Felipe, vienen nuestros recortes y vendrán con guillotina”, pero a ella, un poco papisa en aquel salón con tapices de cabello de ángel y relojes de camarlengo y el Rey haciendo de su muñeco de cera, le pareció que llevar la guillotina el primer día ante el Rey, que es como el primer día ante el suegro, era de mal gusto. Tampoco venía con tiburones como una niña con un pez payaso en una bolsita (“todos los Borbones, a los tiburones”, ha dejado dicho también). Ni siquiera tiburones de Lacoste, que ya se los puede permitir.

No vinieron con hoces desenterradas ni bieldos mohosos Montero, Iglesias ni Garzón. Esto maravillaba a Ferreras, que en su programa nos ponía una y otra vez las imágenes de unos comunistas que, asombrosamente, se habían plantado ante el Rey sin una ballesta ni una bomba de zurrón, y que leían la fórmula de promesa como no podían hacer de otro modo, pero a él le sonaba a tapabocas, a lección y a triunfo. Ferreras nos los volvía a señalar, comunistas con trajecito de boda de la prima, comunistas firmes como alumnos maristas, comunistas con cabezada monárquica discreta pero sonriente. No es que los hubiera domesticado Sánchez con sillones de buen tapizado, o el Rey con su protocolo de bautizo de fragata, o la Constitución con apariencia de Biblia de castillo. Es que parecía que los había domesticado él, Ferreras, y por eso presumía y nos los volvía a sacar. Era posible un Gobierno de progreso y que pudiera formar ante Felipe VI sin parecer una banda de punkis ni los electroduendes de la bruja Avería.

Los ministros entremetidos de Podemos, los vicepresidentes y vicepresidentas de su propia casa, decían lo de “con lealtad al Rey”, lo de “guardar y hacer guardar la Constitución”, que es lo que hay que decir porque no se puede decir otra cosa, y Ferreras nos invitaba a atender a lo ortodoxo de su promesa, lo ortodoxo de todo aquello, de un Gobierno de capitalistas y anticapitalistas que prometía ante una gaveta de notario sin llevarse el palacio como un mantel ni agitar un puñito como una campanita de comuna. Aquel minué no era para Ferreras sólo ortodoxo, sino prometedor. Para él y para otros muchos, es el sueño en el que se refleja su izquierda diletante, su izquierda de chancla y Visa, su izquierda Gwyneth Paltrow. Allí, como en un vals de cocineros y señores, juntos la monarquía, la socialdemocracia, la Constitución y los devotos de Fidel Castro. Allí, la síntesis de una izquierda de picú y camisetita negra que nunca pudo ser más que una estética, algo entre el Che maoizado y el cantautor que despulga su guitarra, porque la socialdemocracia y el comunismo, cuando no estaban odiándose y acusándose de traición, lo más que dejaban juntos eran porros en los clavijeros y chinchetas en los ceniceros.

La ortodoxia, llega la tranquilizadora ortodoxia porque Iglesias se ha puesto trajecito de sobrino y Montero ha prometido lealtad a un rey

La ortodoxia, llega la tranquilizadora ortodoxia porque Iglesias se ha puesto trajecito de sobrino y Montero ha prometido lealtad a un rey y el ministro que tiene como modelo de consumo sostenible a Cuba posaba su mano de librito de Mao sobre la Constitución, esa Constitución que consideran corrupta, franquista, fascista y no sé si isabelona. Es muy ortodoxo, ciertamente, contraponer ley y democracia, lo mismo que igualdad y libertad, lo mismo que política y justicia, lo mismo que pueblo y ciudadano. Pero esa ortodoxia es otra, ya sabemos cuál, y ya sabemos adónde llega porque ya la vimos llegar y destrozarlo todo, tantas veces y a tantos sitios.

Después de dejar al Rey desvestirse tras sus tapices de hilo de araña pintora, Irene Montero tomó posesión de su cartera y ya mencionó la palabra “revolucionario” y habló de “impulsar otro orden de cosas”. Un orden muy ortodoxo, sin duda. Iglesias, con su vicepresidencia que parece inclusera pero ya verán el poder que tiene para el relato y la propaganda, nos presentaba un futuro de “constitucionalismo democrático” porque el de ahora no debe de serlo. A todo esto, una ministra de Justicia acaba en la Fiscalía General del Estado, para que la ortodoxia nos calme de una vez por todas.

A los comunistas no los ha domesticado ni el plumón del poder ni la cortesía del Rey ni las cenas a oscuras de Ferreras con sus jefes o socios (Ferreras puede que sí sea un comunista domesticado). Estamos en el siglo XXI y ya no van a asaltar los palacios para robar hogazas ni a decapitar pelucas con pavo real encima. Lo que harán, ya lo he dicho, será empezar a provocar conflictos de legitimidades. Todas las crisis de las civilizaciones son crisis de legitimidad, decía Ortega. Y lo van a aprovechar.

Ferreras anda contento porque ha creído ver su izquierda de cineclub y velita olorosa, su izquierda de burgués bohemio en ese compadreo de las izquierdas y los menús góticos de la Zarzuela. Sólo es un paripé posibilista. La verdad es que Sánchez sólo espera sobrevivir, pero Podemos espera conseguir todos sus sueños. La ortodoxia no son esos pasitos como de seise ante el Rey Felipe. La ortodoxia es la que llevaba el otro día Monedero en el Congreso bajo el brazo: el libro con el nombre de Gramsci bien grande. Es a su teoría de la hegemonía a lo que deberíamos atender, no a si Pablo Iglesias ha estado con el Rey entre cojo y reverencias.

Irene Montero no se había traído la guillotina, ni siquiera esa guillotina para habanos con la que los comunistas tipo Fidel o Che parece que le cortan un dedo de mafioso al capitalismo antes de fumarse el mismo puro que el banquero de viñeta. El comunismo consiste en eso, en que el capitalista, el explotador, el de los puros y pelucos no es el patrono ni el financiero, sino el mismo Estado con su papa/banquero de Dios o de la Revolución. Irene Montero escribió aquello de “Rey Felipe, vienen nuestros recortes y vendrán con guillotina”, pero a ella, un poco papisa en aquel salón con tapices de cabello de ángel y relojes de camarlengo y el Rey haciendo de su muñeco de cera, le pareció que llevar la guillotina el primer día ante el Rey, que es como el primer día ante el suegro, era de mal gusto. Tampoco venía con tiburones como una niña con un pez payaso en una bolsita (“todos los Borbones, a los tiburones”, ha dejado dicho también). Ni siquiera tiburones de Lacoste, que ya se los puede permitir.

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