Ya tenemos gobierno. El primer gobierno de coalición desde la muerte de Franco. La fotografía del Consejo de Ministros resume bastante bien lo paradójico de la situación. Los 22 ministros se apiñan para salir en la instantánea. Al fondo, el presidente Sánchez sonríe. Hay más sillones, pero la mesa es la misma.
El poder no es como los metales, que se dilatan con el calor. Eso sólo ocurría cuando los imperios se expandían. A uno se le podía nombrar virrey de Sicilia, o de Nápoles, o incluso de Portugal. Pero aquellos eran otros tiempos. Ahora los estados no ganan poder, sino que lo pierden en favor de estructuras supranacionales, como la Unión Europea.
La esencia de una coalición de gobierno es, por tanto, el reparto del poder, de un poder limitado. Cuando fracasó el acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos en la investidura del pasado mes de julio (que fue lo que nos llevó a las elecciones del 10 de noviembre) Pablo Iglesias culpó a Pedro Sánchez de haber pretendido dejar a su partido con ministerios marías; es decir, sin competencias. Los negociadores de UP, con Pablo Echenique a la cabeza, lo resumieron gráficamente: "Pedimos la habitación de invitados y poder utilizar la cocina y nos dieron la caseta del perro".
Veamos si ahora UP tiene la deseada habitación de invitados (con derecho a cocina) o se ha conformado con la caseta del perro.
Si Pablo Iglesias hubiera estado más listo habría reclamado las funciones de la secretaría de Estado de Redondo ¡Eso sí que es tener poder!
Pablo Iglesias ha conseguido ser vicepresidente (en julio renunció a ello en favor de Irene Montero). Una vicepresidencia social de nombre rimbombante (Derechos Sociales y Agenda 2030), pero con competencias compartidas y repartidas entre otras carteras que controla el PSOE. El enfado de Iglesias cuando se enteró de que Teresa Ribera iba a ser nombrada vicepresidenta no se produjo tanto por la falta de confianza del presidente al haberle ocultado la noticia (que también), sino porque la Agenda 2030 está ligada a la transición ecológica, que depende directamente de una cartera que no es la suya.
Los ministerios de Universidades (Manuel Castells) o Consumo (Alberto Garzón) eran antes secretarías de Estado y, de hecho, sus funciones y presupuesto son similares a los que tenían en el anterior gobierno. Tal es así que ambos ministerios carecen de secretaría de Estado.
El Ministerio de Igualdad (que tuvo su precedente en la época de Rodríguez Zapatero y que fue ocupado por la inolvidable Bibiana Aído) era también una secretaría de Estado dependiente de la vicepresidenta Carmen Calvo.
Es decir que Calvo pierde una parte de sus competencias en favor de Irene Montero. Pero poco más.
El caso más sangrante de este espejismo de poder compartido es el del Ministerio de Trabajo (Yolanda Díaz), al que no sólo se ha quitado la gestión de la Seguridad Social (ahora ministerio dirigido por José Luis Escrivá), sino que ha perdido uno de los caramelos, al menos desde el punto de vista de la imagen, de esta legislatura: la instauración de un Ingreso Mínimo Vital. Por si eso fuera poco, como hoy publica en El Independiente Carmen Torres, una parte de las políticas activas de empleo pasan de Trabajo a Educación.
A preguntas de un periodista en la primera rueda de prensa de Sánchez ya como presidente del nuevo gobierno dijo que él -que había dicho tantas cosas feas de Iglesias y de su partido- se alegraba de tenerle sentado a su izquierda: "No tengo reservas respecto al acuerdo firmado con Unidas Podemos. Todos somos miembros del gobierno de España".
Si le preguntaran a Iglesias diría lo mismo, aunque tanto en su fuero interno como en el de sus compañeros seguro que hay más frustración que satisfacción. Si no, no tendría sentido que haya dado instrucciones para que no se hagan críticas al nuevo gobierno... Al menos, de momento.
Un jefe es, ante todo, un gestor de egos, y este gobierno si hay algo de lo que no carece es precisamente de egos.
Iglesias querrá marcar su propia agenda y apuntarse tantos que no le corresponden. ¡De alguna forma tendrá que compensar el desequilibrio de poder que ha dejado a su partido acomodado en la caseta del perro (aunque sea con calefacción y agua potable)!
Sánchez es, ante todo, un hombre de poder y lo ha demostrado en la negociación con Unidas Podemos y en la composición del gobierno, del que tiene los resortes más importantes de competencias, ingresos y gastos.
Si alguien tiene alguna duda de lo que significa el poder para Sánchez que le eche una ojeada a las nuevas competencias que ha asumido su jefe de gabinete, Iván Redondo. Además de conservar sus prerrogativas y de la cercanía al presidente -que no es poco- asumirá la tarea de crear la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo; tendrá bajo su dirección el Departamento de Seguridad Nacional, la secretaría general de Presidencia (antes dependiente de Carmen Calvo, otro golpecito a la vice) y la Oficina Económica del Presidente. También estará bajo su mando la secretaría de Estado de Comunicación... ¡Ah, se me olvidaba!: actuará como interlocutor entre el PSOE y Podemos.
Como puede comprobarse, para tener poder no hace falta ser ministro. Redondo tendrá mucho más poder que algunos ministros, incluso que algunos ministros juntos. Si Iglesias hubiera estado listo debería haber reclamado para sí no una vicepresidencia sino la secretaría de Estado de Redondo. ¡Eso sí que es tener poder!
Ya tenemos gobierno. El primer gobierno de coalición desde la muerte de Franco. La fotografía del Consejo de Ministros resume bastante bien lo paradójico de la situación. Los 22 ministros se apiñan para salir en la instantánea. Al fondo, el presidente Sánchez sonríe. Hay más sillones, pero la mesa es la misma.
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