Quizá los programadores de televisión pierdan mucho el tiempo en construir castillos en el aire y enrevesados formatos cuando, en realidad, la carne fresca siempre es un buen reclamo. Estrenó Mediaset hace unos días un programa que se llama La isla de las tentaciones y que, básicamente, consiste en juntar a un grupo de hombres anabolizados y mujeres siliconadas y sentarse a esperar. ¿A qué? Digámoslo así, a que compartan sabiduría y buena compañía.
El formato funciona en audiencia, pues el pasado martes logró el 17% de la cuota de pantalla en Cuatro, es decir, 12 puntos más que la media del canal. Ahora bien, no es especialmente sencillo encontrar en las conversaciones de sus concursantes afiladas referencias sobre el conocimiento humano o sobre los asuntos sobre el futuro de España que tratará la Oficina de Foresight Unit (que no falte la rimbombancia) que Moncloa ha creado para Iván Redondo. Al contrario, las charlas versan sobre fidelidad y asuntos del corazón; y a buen seguro que pronto se centrará en asuntos más lúbricos.
Un mero vistazo a ese programa hace recordar al desatinado artículo que publicó el pasado verano el Washington Post, que volvía a poner de manifiesto que la prensa del establishment prefiere centrar las culpas del auge del populismo de derechas en los otros antes que hacer propósito de enmienda.
El reportaje venía a decir que los jóvenes que estaban habituados a ver programas de Mediaset Italia eran "menos sofisticados cognitivamente, menos cívicos y menos políticamente activos", según un estudio. Eso predispuso a que germinara el Movimiento Cinco Estrellas y explica la llegada al Gobierno de 'los Salvini'.
Centrar en la televisión “de pacotilla” las culpas de la eclosión de la 'política de pelo en pecho' resulta como poco atrevido
Centrar en la televisión “de pacotilla” -así la definía- las culpas de la eclosión de la 'política de pelo en pecho' resulta como poco atrevido, pues supone pasar por alto sobre las consecuencias sociales de la gran recesión económica. También implicar obviar que desde hace unos años está en marcha una gran revolución tecnológica que ha traído aparejada nuevas formas de intoxicación que resultan difíciles de controlar.
Es curioso porque no sólo han sido utilizadas por los partidos radicales, como Vox y Unidas Podemos. También, por ejemplo, por Ciudadanos, cuya apuesta por los eslóganes tuiteros de 140 caracteres y el discurso permanentemente alterado, divulgado en las redes sociales, permitió medrar al partido. Eso sí, de forma temporal, como se aprecia hoy en el Congreso de los Diputados. No obstante, es indudable que ese estilo generó réditos.
'Fast food' informativa
No coincido con la tesis del artículo del Washington Post -pues obvia las causas económicas y llega a una conclusión simplista-, aunque es evidente que los medios tienen parte de culpa en el fenómeno de vulgarización de la opinión pública. Al contrario de lo que concluye ese texto, también la tiene la prensa, que en el caso español ha concebido sus formatos digitales como quien considera que tiene frente a sí un plato soso, le echa sal y lo hace todavía más incomible. Dado que la información per se no genera números millonarios de audiencia, los editores decidieron condimentarla con fuertes dosis de amarillismo, cosa que le viene al pelo a los extremistas.
Lo hicieron, básicamente, porque en la estúpida carrera por la audiencia que se ha desatado en la prensa digital son decenas de personas las que a cada momento buscan la declaración rimbombante, la astracanada, los zascas y las ocurrencias para inflar el dato de audiencia de su medio. Eso ha provocado que ni los portavoces profundicen en los temas -no hace falta- ni una parte de la ciudadanía la busque. Es la generación del tuit y del periodismo de declaraciones; y eso, evidentemente, no estimula las neuronas.
Dado que la información per se no genera números millonarios de audiencia, los editores decidieron condimentarla con fuertes dosis de amarillismo, cosa que le viene al pelo a los extremistas.
El escritor italiano Antonio Scurati (M. el hijo del siglo) concedía este miércoles una entrevista a El Confidencial en la que reflexionaba sobre el surgimiento de los neo-fascismos y sobre los mecanismos que han provocado que, un siglo después del auge de los totalitarismos, los ciudadanos sigan cayendo en las mismas trampas que antaño.
Expresaba lo siguiente: “Mussolini era el director de un periódico. Y el principal medio de masas de la época era el periódico. Y fue entre los primeros que comprendió la importancia de la radio, del cine. Y nosotros después de un periodo de progresiva culturización, alfabetización, instrucción educativa de las masas, que yo sospecho que ha sido un breve paréntesis en la Historia nada más, vivimos una forma de regresión. Una especie de analfabetismo generado por la hegemonía de los nuevos medios digitales. Fíjate los tuits. Por naturaleza excluyen un razonamiento articulado, un discurso complejo”.
Esto es lo que sucedía en los comedores de 1984, en los que se repetían constantemente eslóganes superficiales sobre las bonanzas de los propios y los defectos de los ajenos. Había un punto en el que sus receptores eran incapaces de recordar la verdad, ante esa constante exposición a la ruidosa propaganda. Así ocurre actualmente: los verdaderos escándalos, como puede ser el nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General del Estado, se mezclan en la palestra entre titulares innecesariamente rimbombantes y estupideces que “incendian las redes sociales”.
Eso provoca que fenómenos tan graves, como el desgaste institucional que se ha producido en los últimos años, sean percibidos con una sorprendente normalidad.
Es evidente que La isla de las tentaciones y concursos similares, de jóvenes recauchutados, no ayudarán a formar una ciudadanía más crítica. Ahora bien, tampoco lo hará una prensa entregada al hedonismo de la audiencia, las mesas de debate político de personajes de comedia italiana, ni esa política de presencia creciente gobernada por asesores que consideran el chascarrillo, la idiotez y la expulsión indiscriminada de bilis como herramientas necesarias para crecer. En eso, son expertos los extremistas.
Quizá los programadores de televisión pierdan mucho el tiempo en construir castillos en el aire y enrevesados formatos cuando, en realidad, la carne fresca siempre es un buen reclamo. Estrenó Mediaset hace unos días un programa que se llama La isla de las tentaciones y que, básicamente, consiste en juntar a un grupo de hombres anabolizados y mujeres siliconadas y sentarse a esperar. ¿A qué? Digámoslo así, a que compartan sabiduría y buena compañía.
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