Puigdemont ya está en el Parlamento Europeo. Lo han puesto alto y demasiado alumbrado, como cerca de los focos de granja del gallinero de allí. Eso sí, un gallinero limpio, solitario, blanco y acolchado, como una grada para diputados con camisa de fuerza. A Puigdemont parece que lo han metido en el cajón de las verduras del frigorífico europeo, o que lo han colgado en el hierro de su pollería (Puigdemont sería una especie de pollo vestido de murciélago). Se le notaba un poco ese frío de pollo en el quirófano, quizá porque nadie lo quiere en su grupo (habrá que llamar fachas a Los Verdes). Allí estaba, en fin, ya donde los fluorescentes, ya donde los carros de limpiar, y era como si hablara el tomate olvidado o el limón seco de aquella gran fresquera, entre asientos vacíos como hueveras y algunas cabecitas como hojitas de perejil amarillo.
Puigdemont ya ha dejado sus casitas picudas de princesito, sus discursos encima de palés y sus aparatosas huidas en traje de novia o en zapatones de payaso. Ahora está en el Parlamento Europeo para hacer desde allí europeísmo del sabotaje, pidiendo demoler Europa, dividirla según el estampado de las vacas de cada comarca. Un “mecanismo común democrático para la autodeterminación”, pidió, olvidando que la Unión Europea se formó contra los nacionalismos, ya sean metalúrgicos, pastoriles o frailunos, después de que nos trajeran nada menos que dos guerras mundiales. Puigdemont, de momento, quiso probar cómo iba la cosa de la libertad de expresión fuera de la peseta de Franco que sigue siendo España y sacó un cartel de Junqueras, que han terminado haciendo que se parezca ridículamente a Dick Tracy. Vino un ujier, un ujier franquista, un agente de Marchena sin duda, y se lo tumbó, claro. Puigdemont se quedó allí, en la última fila, como sin tirachinas, al lado de Comín, haciendo los dos una pareja como de castigados en el recreo.
Puigdemont hizo su primer discurso con su inglés de hamaquero de Torremolinos y en realidad nos dimos cuenta de que no le hacía falta Parlamento, de que le hubiera servido igual una caja de lonja. Él quizá creía que lo iban a aclamar como el último defensor de la democracia en esa dictadura de toreros con tricornio que es España, pero por supuesto pasaron de sus falacias y de su propaganda, como debe pasar Europa de todos estos queseros místicos de las patrias. Pero, además, y justo después de pedir “diálogo”, no quiso responder a Dolors Montserrat y a Luis Garicano, que habían enarbolado lo que allí se llama blue card. Comentaba luego en Twitter Maite Pagaza que casi nadie allí se niega a eso: “Es una deshonra no tener agallas para contestar”, decía la eurodiputada. Pero es que Puigdemont ya se había bajado de su caja de sardinillas y sólo pensaba en su futuro como titán del mundo libre, de poderoso Atlas gafapasta.
A Puigdemont parece que lo han metido en el cajón de las verduras del frigorífico europeo, o que lo han colgado en el hierro de su pollería
Puigdemont se estrenaba en el Parlamento Europeo, pero sus planes van mucho más allá de salir de vez en cuando, como un reloj de cuco, a dar esa hora como de parte de guerra que da siempre el nacionalismo. Él va pensando en su futuro de eurodiputado como si fuera el de un ganador de la quiniela, y eso incluye viajes y ostentaciones de indiano, vítores en el pueblo y disfrutar de la envidia espumosa de sus enemigos al verlo entre el pavoneo y el corte de manga sin poder tocarlo. Sí, sueña con venir a España, con visitar las cárceles, y no sé si con una cabalgata por la Diagonal, como la de un astronauta o la de una apoteosis de Marisol. La inmunidad, la impunidad, la democracia por encima de las leyes, las leyes como confeti del pueblo, todo eso se le mezcla a él ahora en su cabeza. El objetivo de la inmunidad es que a un electo no le busquen una denuncia de última hora, como un hijo de Julio Iglesias, que le impida ejercer su derecho de representación. Pero no es que alguien que está siendo juzgado se pueda librar de sus delitos metiéndose a posteriori en una lista electoral. Pero quién le quita a Marisol esa fantasía de mitad de la película.
El suplicatorio está pedido, pero mientras, Puigdemont puede probar a venir a España, a ver qué tal funcionan sus superpoderes. De momento, le ha pedido al PSOE que, si es consecuente con eso de “desjudicializar la política”, vote que no a ese suplicatorio. Así es como esas frases de buen rollo de Pedro Sánchez, igual que el que separa las broncas de la disco o del futbito, pueden influir de verdad en si Puigdemont u otros pagan o no por sus delitos. Frases templaditas, de las que quitan crispación y limpian los chacras, toda esa aromaterapia sobre el diálogo o sobre el exceso de tribunales como un exceso de rococó, pero que luego sirven efectivamente a los delincuentes y a los sediciosos. Imaginen cómo puede servir una fiscal general salida del Consejo de Ministros, del ladito de Sánchez, así como un soldado alemán de un sidecar.
Puigdemont durará poco en el Parlamento Europeo. Volverá a huir enrollado en sus alfombras o trenzas de princesito, o lo pescarán cuando quiera venir a España a hacer un veraneo como de Antonio Banderas, o se topará con la definitiva euroorden. Puigdemont, por allí por aquellas últimas filas o últimas vigas, parecía que estaba echando unos sueños breves de gallina navideña.
Puigdemont ya está en el Parlamento Europeo. Lo han puesto alto y demasiado alumbrado, como cerca de los focos de granja del gallinero de allí. Eso sí, un gallinero limpio, solitario, blanco y acolchado, como una grada para diputados con camisa de fuerza. A Puigdemont parece que lo han metido en el cajón de las verduras del frigorífico europeo, o que lo han colgado en el hierro de su pollería (Puigdemont sería una especie de pollo vestido de murciélago). Se le notaba un poco ese frío de pollo en el quirófano, quizá porque nadie lo quiere en su grupo (habrá que llamar fachas a Los Verdes). Allí estaba, en fin, ya donde los fluorescentes, ya donde los carros de limpiar, y era como si hablara el tomate olvidado o el limón seco de aquella gran fresquera, entre asientos vacíos como hueveras y algunas cabecitas como hojitas de perejil amarillo.
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