Lo lógico, casi lo inevitable, es que Iván Redondo pase a ser el individuo más odiado por todos los departamentos ministeriales porque tiene lo que antiguamente se llamaba "vara alta", es decir, autoridad sobre absolutamente todos los aspectos que incumben al presidente, que son precisamente la totalidad de lo que supone la tarea de gobernar el país.
Ya su enorme influencia sobre Pedro Sánchez desde los tiempos de la moción de censura había sido motivo de roces y de evidente descontento por parte de la actual vicepresidenta Carmen Calvo, que le lanzó algunos cuchillos en los últimos días previos a las elecciones del 10 de noviembre y en las horas inmediatamente posteriores a conocerse los definitivos resultados electorales.
Aquella apuesta de Redondo había salido mal, muy mal. Sus cálculos de que, yendo a unos nuevos comicios, el PSOE recogería los votos descontentos de Ciudadanos se habían demostrado dramáticamente equivocados porque el Partido Socialista no sólo no ganó más votos sino que, al contrario, perdió más de 700.000 votos y tres escaños.
Iván Redondo se ha convertido en un supermegaministro de Casi Todo pero con una particularidad de ninguna manera deseable: no estará sometido a control alguno
En ese instante la cabeza de Iván Redondo no valía un céntimo porque desde el propio complejo de La Moncloa y desde luego, desde Ferraz, había decenas, por no decir centenares, de arcabuces apuntando a su persona. Pero el asesor de Sánchez es inteligente y tiene un acusado instinto de supervivencia. En esas horas terribles al lado de un Pedro Sánchez realmente anonadado por el resultado Redondo apostó fuerte: hay que pactar con Pablo Iglesias ya, ¡pero ya!
Este es el tipo de apuestas que más encajan con la manera de ser del presidente del Gobierno, un hombre resistente ante las adversidades y que no se dar por vencido nunca. Pero aquella, más que una apuesta, que también lo fue, era una salida de emergencia, la única en realidad que se abría de una manera factible e inmediata capaz de tapar un fracaso que en este caso era doble: el del propio Sánchez y el del líder de Podemos, un partido que desde las elecciones de 2016 había perdido ya más de tres millones de votos y nada menos que 38 escaños.
Ambos estaban urgidos por la necesidad imperiosa de salir de aquel atolladero que se hubiera llevado por delante el liderazgo de Pablo Iglesias y que hubiera debilitado seriamente el de Pedro Sánchez. Pero quien habría sucumbido a las críticas, a la hostilidad y a los rencores envidiosos que se producen siempre en los aledaños del poder hubiera sido, sin la menor duda, Iván Redondo, el asesor del presidente a quien todos en el seno del Partido Socialista se aprestaban a culpar de una manera directa del resultado de la apuesta insensata de llevar al país a unas nuevas elecciones.
Y la apuesta les salió bien a los tres, ya veremos si también a los intereses de España. Por eso Redondo recoge ahora la respuesta y la complicidad del presidente del Gobierno que le ha colmado a manos llenas de responsabilidades, lo cual se traduce en un inmenso poder.
En estas mismas páginas Carmen Torres enumera las áreas de la actividad presidencial que le han sido adjudicadas al asesor de Pedro Sánchez. Y la conclusión es que Iván Redondo goza en estos momentos de un poder omnímodo dentro del enorme aparato de gobierno de La Moncloa.
Incluso la vicepresidenta ha quedado ligeramente disminuida en sus potestades por culpa de la incorporación de los ministros de Podemos porque las tareas de Igualdad, que le eran tan queridas a Carmen Calvo, han pasado a manos de Irene Montero. No es el caso del asesor presidencial, que tiene encomendadas competencias en sectores claves como la Oficia Económica del Presidente o el Departamento de Seguridad Nacional
Quiere esto decir que el señor Redondo reinará sobre la Oficina Económica de Pedro Sánchez. Es éste un departamento autónomo del ministerio y al servicio exclusivo del presidente del Gobierno, lo cual supone que tendrá información sobre este aspecto crucial de la vida española al margen del ministerio de Economía y de la responsabilidad de la vicepresidenta Tercera Nadia Calviño.
Una persona, por honesta que sea, y el señor Redondo lo es, no debería de ninguna manera acumular tal cantidad de responsabilidades sin que la opinión pública tenga la opción de pedirle cuentas
Y no sólo eso. Sus competencias sobre el Departamento de Seguridad Nacional le aseguran la información y el contacto con los servicios secretos, al margen de que el CNI siga dependiendo -no se ha dicho otra cosa hasta ahora- del ministerio de Defensa y de su titular, Margarita Robles.
Si a esto le añadimos que también la secretaría de Estado de Comunicación ha pasado a estar bajo sus órdenes, tendremos claro que Iván Redondo se ha convertido en un supermegaministro de Casi Todo pero con una particularidad de ninguna manera deseable: no estará sometido a control alguno, ni político ni parlamentario.
El papel de una persona que acumula en torno a sí esa inmensa cantidad de poder va a estar por completo al margen de las auditorías democráticas a las que sí están sometidos todos los ministros del Gobierno, empezando por su presidente, que tienen que acudir todas las semanas a las sesiones de control del Congreso y que están obligados por la opinión pública y por los medios informativos a dar explicaciones de sus decisiones y también de sus eventuales errores.
Iván Redondo no. El suyo es un poder omnímodo pero al margen de cualquier control que no sea la opinión del propio presidente del Gobierno. Es, si se me permite decirlo de ese modo, un poder oscuro, fuera de cualquier escrutinio público y es, por eso mismo, un poder excesivo. Una persona, por honesta que sea, y el señor Redondo lo es, no debería de ninguna manera acumular tal cantidad de responsabilidades y tan inmensa capacidad de influencia sin que la opinión pública tenga la opción de pedirle cuentas. Va a circular por un sendero al margen de la luz del control democrático, cosa que es por eso lo menos democrático que puede producir la estructura de gobierno de un presidente.
A este paso, el señor Redondo acabará mirando por encima del hombro el retrato del cardenal Richelieu, al fin y al cabo un pobre aprendiz...
Lo lógico, casi lo inevitable, es que Iván Redondo pase a ser el individuo más odiado por todos los departamentos ministeriales porque tiene lo que antiguamente se llamaba "vara alta", es decir, autoridad sobre absolutamente todos los aspectos que incumben al presidente, que son precisamente la totalidad de lo que supone la tarea de gobernar el país.
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