Para la inmensa mayoría lo que ocurrió en Venezuela a partir del 5 de enero fue coloquialmente un zafarrancho, es decir, “una agitación desordenada y ruidosa” pero, como siempre, hay dos lecturas. Vista la foto de estos días parece tratarse de un verdadero despelote, pero examinado como el resultado de una planificación previa, el análisis es muy distinto.
Veamos. El régimen venezolano el 5 de enero del año pasado amaneció con el 80% de las economías mundiales reconociendo que las elecciones no habían sido justas, ni transparentes, y en la práctica del ejercicio del poder, para esos países se dio la paradoja de reconocer a dos gobernantes, es decir, a un gobierno de facto que lleva la acción de gobierno y a un gobierno provisional sustentado únicamente en la Constitución, que solo lleva la razón jurídica.
Por lo tanto, para el régimen venezolano, lo prioritario fue a partir de ese momento quitarle a Juan Guaidó, a como diera lugar, esa razón jurídica y constitucional y de allí ha centrado todos los esfuerzos de manera muy hábil en algunos casos y es precisamente a partir de ese zafarrancho de combate, donde se debe apreciar lo ocurrido.
El régimen supo anular internacionalmente, y al mejor estilo cubano, a Estados Unidos
Cuando digo “muy hábil” me refiero a que el régimen supo anular internacionalmente, y al mejor estilo cubano, a Estados Unidos. Para ello abrió canales de comunicación con la ONU, Unicef, la Unión Europea, e incluso, como lo admitió Elliot Abrams, representante de EEUU para Venezuela, se sentó también con los estadounidenses y logró lo impensable: invalidar el futuro de Guaidó con sus negociaciones.
Con ello el régimen se volteó sobre sus apoyos internos y les dijeron: “Los estadounidenses consideran que Guaidó solo es un líder transitorio” y, pese a que no querían a Nicolás Maduro en unas futuras elecciones, públicamente hicieron hincapié en que el gobierno estadounidense “no avalaría una elección” con Guaidó.
El resultado de esas negociaciones con Estados Unidos es que dejaron acéfala a la oposición de cara al futuro. Al sacar a Guaidó del juego político futuro, quedaba solo una oposición atomizada y sin popularidad visible, lo que hacía impracticable una transición.
Es de esta manera que se debe analizar la semana. Una vez aislado Estados Unidos y eliminado Guaidó de una transición futura, ahora llegaba el turno de quitarle lo único que le quedaba: la legitimidad jurídica. Para ello, era necesario contar con una mayoría simple de votos en la siguiente elección del 5 de enero.
Pero había dos problemas. La mayoría de los 51 votos del polo chavista y sus acólitos se habían marchado del Parlamento, y necesitarían 30 votos adicionales. De este modo, entre abril y mayo del año pasado comenzó a constituirse una oposición artificial en función a perseguir a los diputados principales que terminaron con el allanamiento de sus inmunidades, amenazados, en el exilio, la cárcel o escondidos, mientras que trataban de encontrar algún apoyo entre los amenazados y sus suplentes.
Para darle alguna legitimidad a tal artificialidad, no pocos zombis políticos olvidados fueron convidados a participar y se prestaron de buena gana a volver al ruedo.
A partir de ese momento, como lo explicó un diputado venezolano al que intentaron sobornar, aplicaron “la frase de aquel conocido capo: ‘Plata o plomo’. El que no acepte el dinero le aplican la violencia”. Otro más explicó que se llamaba Operación Alacrán y estaba “orquestada por grupos financistas del régimen”. Señaló a tres de sus colegas mientras que al menos cinco diputados declararon públicamente que los habían tratado de sobornar con un “millón de dólares”.
El resto resultó más fácil al régimen porque fueron a buscar a la docena de diputados que habían sido expulsados de la oposición por estar señalados en actos de corrupción.
En el ínterin, el chavismo regresó a la Asamblea Nacional al grito de “Guaidó traidor” y “que se preparen”. Como casi siempre, la mayoría de los analistas de oposición celebraron esta vuelta, pensando que era el primer escalón para salvar lo poco que quedaba de democracia. Otros hablaban de “calmar a la opinión publica internacional”. No pocos pensaron que era obra de los rusos y chinos que obligaron al régimen.
Los pocos analistas que nos atrevimos a decir que esa gente no da puntada sin dedal fuimos anulados con la señal de costumbre, porque en la oposición otporista nadie pensaba que el chavismo superaría el ultimo trimestre del año.
Y así llegó el 5 de enero donde todo parece demostrar que el régimen había contado, al menos sobre el papel -o lo convencieron de que era posible- ,el sorpasso a Guaidó.
Es posible que sencillamente los que llevaban la “operación” sobredimensionaran sus cifras, entre los votos revolucionarios y nuevos votantes pretendían llegar a 81 diputados, pero al final de acuerdo a expertos alcanzaron poco más de 70 votos.
El resultado después del 5 de enero para ambas partes terminó siendo un caos, pero calamitoso para el régimen
Es temerario pensar que quizás algunos presionados no acudieron al llamado y se escondieron, o que otros simplemente se retractaron al último segundo. La realidad es que el resultado terminó siendo un caos para ambas partes, pero calamitoso para el régimen.
El espectáculo matutino que buscaba el sorpasso dio más bien cabida a una locura en la que los dirigentes del régimen abiertamente mandaban a callar y sentarse a los diputados opositores, mientras afuera los militares impedían el paso a un Guaidó que trataba de entrar a como diera lugar y se lo impedían con escudos antimotines. Al hacer eso frente a la mirada mundial, incluso quienes no pensaban votar por Guaidó lo hicieron. Finalmente logró una cómoda mayoría para ser reelecto.
Fue aún más calamitoso para el régimen cuando sus aliados de Uruguay, México y Argentina reaccionaron considerando la acción del régimen como ilegal y se declararon de inmediato en contra de lo ocurrido, mientras que incluso Argentina fue más allá y no reconoció a la embajadora enviada por el chavismo.
El resultado práctico para cualquier lector es el mismo caos que se puede encontrar si se consulta Wikipedia. Venezuela es un país cuya presidencia está “disputada” y ahora amanece con una presidencia parlamentaria también “disputada” y reconocida por distintos bloques de países.
Por lo tanto, Venezuela es un país único en la historia del despelote tercermundista, de allí que para el mundo existan dos presidencias y tres poderes legislativos, donde el lunes sesiona una parte, el martes otra, y el miércoles no dejan entrar a la que logró la mayoría y que debe sesionar en plazas públicas.
Pero lo que importa realmente es lo que viene. Se trata de un caos diseñado para crear el escenario que sucederá a continuación. Guste o no, habrá elecciones por mandato constitucional y, guste o no, la oposición tal como la conocemos, enfrenta sus últimos meses de existencia.
El problema grave es que el bloque mayoritario opositor se niega categóricamente a participar sin condiciones objetivas, pero, sobre todo, se niega al debate sobre posibles alterativas electorales y vías para lograr compensar lo que le viene.
La oposición, en vez de estar preparándose y debatiendo sobre su futuro, gastan su tiempo en debates estériles sobre una crisis educativa que no puede resolver o la toma de una televisión que nadie verá
Por eso, en vez de estar preparándose y debatiendo sobre su futuro, en vez de tratar de unificar la conciencia opositora y convencer, la oposición gasta sus pocas horas formales en debates estériles sobre una crisis educativa que no puede resolver, los sueldos de maestros que nadie puede pagar, o la toma de una televisión como Telesur, que nadie verá en Venezuela, o probablemente en ningún otro país. Es improductivo gastar tiempo, y mucho menos los pocos recursos de que se disponen, si es que se disponen, a tales efectos.
Todos los esfuerzos deberían estar concentrados en esta última hora política. Porque todo indica que la oposición sufrirá una tercera fractura, entre quienes están dispuestos a terminar de una vez con todo, pensando que algo renacerá de las cenizas, y los que saben que sin representación política estarán enterrados de por vida. Un sector irá a las elecciones,pero frente a esta alternativa la votación –aunque mínima- será mayoritaria para el chavismo.
La apuesta del régimen es simple. Esperan con ansias que un Trump impopular y en proceso de impeachment no repita, vuelvan los demócratas al poder, y reabran las negociaciones con Cuba, para sumarse en la misma propuesta de ser reconocidos como una “República Unipartidista”.
Internamente cuentan con que la oposición no acuda a las elecciones, y el mundo se vea obligado a dejar de reconocerlos, adquiriendo la condición de disidencia.
En la apuesta del régimen, a partir del 5 de enero próximo, la oposición política en Venezuela ya será otra. En la hipótesis de no acudir, ya no estará ni Guaidó, ni otro elegido, sino que habrá unos pocos diputados de partidos alternativos en la nueva Asamblea mayoritariamente unipartidista.
Una vez eliminada la razón jurídica que da legitimidad a la oposición, ya no habrá una presidencia en disputa, no habrá embajadores ni representantes políticos de la oposición en los organismos internacionales, y las medidas y recursos serán asignados al mismo modelo que los cubanos, pues ya no habrá diputados en el exilio, sino simplemente blogueros, que solo serán leídos por la comunidad de exiliados.
Una vez eliminada la razón jurídica que da legitimidad a la oposición, ya no habrá una presidencia en disputa, ni embajadores, sino simplemente blogueros
Las cartas hasta el momento parecen estar echadas. No se trata de “convocar” elecciones, se trata de un callejón sin salida, de un único escenario donde no caben más espejismos, ni utopías ni soluciones mágicas, sino de un mandato constitucional impostergable que tiene impacto directo sobre una legitimidad política opositora, que luce paralizada.
Ante este escenario real e inevitable, una oposición menos suicida debería estar pidiendo ayuda para construir un sistema de votación electrónico, avalado por los 60 países que apoyan a la oposición.
Debería sumar los 12 millones de electores que votarían sin pensarlo dos veces en ese sistema y prepararse para los que van a votar en los colegios electorales de manera tradicional.
Es en este momento en que se debería estar debatiendo con los gobiernos del mundo para que todos los millones de venezolanos en el exterior pudieran votar.
Debería estar convenciendo a los venezolanos de un último esfuerzo mayoritario, a los partidos de unirse con candidatos históricos y reconocidos en el voto contra un adversario que está ya a punto de aniquilarlos y convertir a Venezuela en la segunda Cuba del hemisferio.
Cuanto más tarde en darse el debate nacional, más peligro corre lo que queda de la República democrática en ser enterrada. Pero en un país en el que nadie quiere escuchar, y donde razonan con los mismos argumentos de un suicida, ni a gritos se les puede convencer de que el futuro, y no el presente, es todo lo que importa.
Thays Peñalver es abogada y escritora. Es autora de La conspiración de los 12 golpes.
Para la inmensa mayoría lo que ocurrió en Venezuela a partir del 5 de enero fue coloquialmente un zafarrancho, es decir, “una agitación desordenada y ruidosa” pero, como siempre, hay dos lecturas. Vista la foto de estos días parece tratarse de un verdadero despelote, pero examinado como el resultado de una planificación previa, el análisis es muy distinto.
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