Los datos, por delante: Pedro Sánchez ha aparecido en seis ocasiones durante los últimos 12 meses en la franja de programación conocida como access prime-time. Dos fueron en La 1, dos en Antena 3 y dos en Telecinco. Ninguna de las entrevistas logró superar la media mensual del informativo en cuestión y 3 de 6 mejoraron la media de la cadena. Esto último, conviene acompañarlo de un matiz: la cuota de pantalla de los noticiarios nocturnos suele ser superior a la media de los canales de televisión.
La cuestión que se plantea es: ¿estos datos se deben a que ha dejado de interesar la política o a que, a esa hora del día, el espectador que se planta frente al televisor no quiere escuchar hablar de este tema?
La respuesta creo que está en un punto medio. The New York Times realizó durante el año pasado un estudio sobre los hábitos de los lectores de prensa digital -salvando las distancias con la televisión-, con el objetivo de conocer lo que los ciudadanos reclaman a los medios de comunicación. Algo, por cierto, que sería extraño en España, donde la gran mayoría de los editores practican una particular versión del despotismo ilustrado.
Una de las conclusiones del estudio es que los lectores no piden los mismos contenidos por la mañana, cuando se levantan y quieren tener constancia de la última hora y de lo que va a ocurrir durante el día; que por la noche, cuando prefieren artículos con un componente de divulgación y literario.
Quizá en la televisión ocurra algo parecido y, al caer el sol, tras varias horas de exposición a programas de actualidad política -ahí el rey es Antonio García Ferreras, que mejora en varios puntos la audiencia de laSexta-, la audiencia pida entretenimiento, es decir, 'Hormigueros', programas de tele-realidad y series. Estas últimas, bien en la TDT, en los canales de pago o en las cada vez más potentes plataformas de contenidos bajo suscripción.
Iglesias, a la baja
Más allá de todo esto, lo cierto es que los resultados de audiencia que generan actualmente los líderes políticos son bastante peores que hace unos años, cuando los partidos de la nueva política saltaron a la palestra y eso concitó la atención de la ciudadanía, que veía en eso algo interesante y, según el caso, esperanzador o preocupante.
La sobre-exposición de los primeros espadas de los partidos ha provocado que los televidentes pierdan interés en sus mensajes. Al menos, en horario de máxima audiencia. El interés radica muchas veces en lo novedoso, pues resulta muy difícil levantar expectación sobre la aparición televisiva de un político cuando ya se sabe, de antemano, lo que va a decir. En este sentido, no es casualidad que la entrevista más vista durante la pasada campaña electoral fuera la de Santiago Abascal, que logró un share del 23,5% en El Hormiguero.
Pablo Iglesias acudió al programa en 2015, unas semanas antes de los comicios del 20 de diciembre, y registró el 21,7%, el récord del magacín presentado por Pablo Motos hasta esa fecha. Más que Will Smith y que Justin Bieber.
Este año, obtuvo el 12,5%. Su discurso ya no es tan atractivo ni tan innovador. Y, como decía la canción, “no hay porqué leer el periódico de ayer”.
Hubo dos alumnos de la Universidad Camilo José Cela que, en su día, realizaron un completo estudio sobre el impacto que causaban las apariciones televisivas de Pablo Iglesias sobre la audiencia. Su conclusión fue que, de media, el líder de Unidas Podemos mejoraba los datos de los programas en un 62%. Fue en esa época cuando el ala dura del Partido Popular acusaba a Atresmedia y a Mediaset de demostrar pocos escrúpulos, al aupar el 'populismo' para mejorar su cuota de pantalla y, por ende, sus ingresos.
¿Demasiada política?
La cuestión que se plantea es si el desgaste de la política en el horario de máxima audiencia televisivo se debe a los hábitos y preferencias de los ciudadanos a esa hora del día; o a la insoportable abundancia de información de este tipo que ha existido durante los últimos años. Ni la una, ni la otra, aunque es evidente que existe una saturación que ha apartado a una parte significativa de la audiencia de todo lo que huela a Gobierno o a actividad parlamentaria.
El contexto, desde luego, no invita al optimismo, pues la maquinaria es engrasada a diario por ambas partes. Por un lado, por los medios de comunicación, que son conscientes de que las polémicas de medio pelo, los cruces de declaraciones con exabruptos y las insidias altisonantes generan más audiencia que el sosiego y el análisis pormenorizado de los acontecimientos. Esto es bien sabido por los portavoces de los partidos y por sus asesores, que preparan sus entrevistas e intervenciones en modo dúplex con la certeza de que el latiguillo o la mamarrachada de turno van a ser más útiles que la noble argumentación.
Lo peor es que esto también se extiende al periodismo, pues rara vez dominan las tertulias televisivas analistas con sentido crítico y un buen arsenal de datos. Al revés, el personaje plano, paródico e irascible tiende a acaparar la atención.
Miguel Ángel Oliver no acertó al criticar la forma actual de hacer periodismo hace unas semanas, cuando le habían llovido críticas a Pedro Sánchez por no querer enfrentarse a las preguntas de los medios de comunicación.
Ahora bien, tenía toda la razón cuando afirmó que existen periodistas que ejercen más de opinantes que de informadores. Varios de ellos, habituales en Moncloa.
Tampoco conviene menospreciar otra cuestión, y es la relativa al sentido que tiene prestar atención a entrevistas como las que concede Pedro Sánchez, especialista en caer en renuncios y en esquivar preguntas para intentar -y generalmente lo consigue- que ninguna intervención periodística modifique su discurso y soliviante sus intereses en absoluto. ¿Qué sentido tiene sintonizar el canal donde se emite, a sabiendas de que no va a haber sorpresas, intercambios interesantes y novedades?
Quizá los debates tan irrelevantes, como el relativo al pin parental, y a la lamentable manipulación al respecto por parte de Vox, ayuden a ganar unas décimas de audiencia y unos cuantos miles de visitas en la prensa digital. Desde luego, también ayudan a orillar los debates verdaderamente importantes y los asuntos incómodos.
Pero lo cierto es que, a la larga, provocan una banalización de la política y un creciente desinterés y desconfianza hacia esa actividad. Y de aquellos barros, estos lodos. Y el fenómeno irá a más, con el tremendo peligro que implica: que los impresentables y los oportunistas cada vez estén más cerca de los lugares donde se toman decisiones y donde, a fin de cuentas, se concentra el poder.
Los datos, por delante: Pedro Sánchez ha aparecido en seis ocasiones durante los últimos 12 meses en la franja de programación conocida como access prime-time. Dos fueron en La 1, dos en Antena 3 y dos en Telecinco. Ninguna de las entrevistas logró superar la media mensual del informativo en cuestión y 3 de 6 mejoraron la media de la cadena. Esto último, conviene acompañarlo de un matiz: la cuota de pantalla de los noticiarios nocturnos suele ser superior a la media de los canales de televisión.
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