En los aeropuertos se cruzan los espías y los amantes, vestidos con las mismas gabardinas. Hay horas en los aeropuertos, en los bares, en los hoteles, en las que ya no queda ningún inocente. Menos que nadie Ábalos, que ya hemos dicho que es el Algarrobo de Sánchez, el matón que echa por delante para que lo descalabren un poco cómicamente, como a un Sancho Panza, mientras el guapo de trabuco en flor hace después heroísmo en jaca o en helicóptero. Hay horas en los aeropuertos, en los bares, en los hoteles, en las que ya sólo quedan culpables, de una traición o una mentira o un crimen, sangriento o sólo sentimental, que ocurrió en la cena o en la cama o que ocurrirá en el desayuno, para que lo descubra la criada o la esposa tirando las tacitas. A esas horas se fuma como los condenados, se observa como un estrangulador, se espera como un adicto. A esas horas, en esos sitios, cualquiera es un sicario. Más, un ministro.
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