La guerra abierta entre las fuerzas independentistas estalló definitivamente ayer. Con la negativa del presidente del parlamento catalán, Roger Torrent, a desafiar al Tribunal Supremo y a las Juntas Electorales Nacional y Provincial manteniendo el acta de diputado de Quim Torra, lo que le hubiera llevado a él mismo a cometer un delito de desobediencia, se abrió la carrera entre ERC y JxCat por hacerse con el poder del sector secesionista de Cataluña.
El todavía presidente de la Generalitat pretendió ayer hasta el último minuto que la Mesa reconsiderara su negativa a impugnar los acuerdos de la Junta Electoral y aceptara defender el escaño de Torra. Visto que no tenían éxito, los diputados de JxCat hicieron una primera demostración de sabotaje de las cuentas de las instituciones no votando los presupuestos de la Cámara. Eso significa que, sin las cuentas aprobadas del Parlament, tampoco podrán salir adelante los presupuestos de la comunidad, que hubieran sido los primeros en ser aprobados desde 2017.
Los catalanes se encaminan a las urnas mientras los independentistas se mueven en rumbo de colisión
Por lo tanto, si no se produce uno de esos giros de último instante a los que tan aficionados son los independentistas -recuérdese la renuncia en enero de 2018 de Artur Mas a ostentar la presidencia de la Generalitat, por exigencias de la CUP, cuando faltaban horas para que se cumpliera el plazo legal para la sesión de investidura- los catalanes se encaminan a las urnas mientras los dos partidos independentistas se mueven hacia esas elecciones en rumbo de colisión.
Y no está ni mucho menos tan claro que el vencedor de ese duelo vaya a ser ERC, como tantos pensábamos en otro momento. Primero, porque el líder republicano Oriol Junqueras está en la cárcel y tiene en consecuencia muy limitados sus movimientos electorales mientras su rival directo, Carles Puigdemont, se pasea libremente por Europa y se dispone a celebrar en febrero un mitin multitudinario en Perpiñán, la que ellos llaman "Cataluña Norte", justo al otro lado de la frontera francesa.
Y además, porque el señor Torra está ingresando estos días en la amplísima nómina de mártires de la causa que resulta siempre tan del agrado de los independentistas catalanes: el "Estado opresor" le acaba de quitar el acta de diputado y no falta mucho para que el Tribunal Supremo le declare definitivamente inhabilitado pare ejercer cualquier cargo público. Y eso resulta muy rentable entre su parroquia.
Se hará el mártir pero la realidad es que el presidente de la Generalitat es el autor de sus propias dificultades políticas porque desobedeció consciente y retadoramente la orden de la Junta Electoral Central, primero, de que retirara del balcón de las sedes del gobierno y de las consejerías los lazos amarillos, las esteladas, y después, la pancarta en la que hablaba de los "presos políticos" a pesar de haber sido advertido por la JEC de que si no lo hacía, podría incurrir en responsabilidades penales. No obedeció dentro del plazo que se le había dado, no obedeció porque quiso deliberadamente desafiar al Tribunal de Justicia y, en consecuencia, fue juzgado y condenado por desobediencia a una multa y a un año y medio de inhabilitación.
Es más, cuando acudió a declarar ante el Tribunal de Justicia de Cataluña, insistió en su actitud de recalcitrante desafío al tribunal cuando dijo esto: "No cumplí las órdenes, o lo que es lo mismo las desobedecí. Era imposible cumplir una orden ilegal, dictada por un órgano ilegal y no podía hacerlo para no vulnerar los derechos de los ciudadanos".
Torra retó a la Justicia y se permitió dictaminar qué órdenes son legales y cuáles no
Es decir, el señor Torra buscó retar a la Justicia y se permitió además dictaminar qué órdenes son legales y cuáles no, en una demostración clara de falta absoluta de respeto y sometimiento a las normas, a las leyes y a las instituciones democráticas. Exactamente lo mismo que pretendió hacer ayer: desobedecer de nuevo a la Junta Electoral y al Tribunal Supremo amparado en la autoridad moral que por lo visto le otorgan los votos de los diputados del parlamento catalán y que en su opinión insostenible están por encima de la legalidad. Es la prueba más patente de su autoritarismo y de su desprecio a las reglas de cualquier sistema democrático en el que un principio rector esencial de ese sistema es el imperio de la ley.
Queda claro que Torra buscó la sanción, que persiguió el castigo con el propósito de empujar a todo el sector independentista a la insurrección ante la ley aunque, eso sí, nada de ello le impidió presentar sendos recursos ante distintas Salas del Tribunal Supremo, cuyas decisiones habría acatado de inmediato si le hubieran dado la razón. Sólo en ese caso, claro, porque el presidente de la Generalitat únicamente está dispuesto a cumplir las sentencias que le convienen a él y favorecen sus intereses.
Pero en esta ocasión le ha salido el tiro por la culata, porque en ERC no están dispuestos a poner más presos en la lista mientras los fugados de JxCat, con Puigdemont a la cabeza, se mueven de momento con libertad plena por el mundo adelante. Por lo tanto, el desafío final y absoluto pretendido por él en la jornada de ayer le ha salido rana.
Pero, independientemente del discurrir político en Cataluña, que tiene necesariamente que desembocar en unas elecciones anticipadas en las que no sería descartable que los de Puigdemont se alzaran con la victoria en su carrera contra los de Oriol Junqueras, el presidente de la Generalitat estaba a punto de jugar un papel determinante en la gobernación de España.
Todavía ayer se decía desde el Gobierno que el presidente Sánchez se reuniría con quien "fuera presidente de la Generalitat" en un intento de mantener a salvo de los convulsos acontecimientos en Cataluña su estrategia de pactar con ERC -y con Torra, por exigencia de éste- las cesiones que desde el independentismo se le exigen para que pueda cumplir su necesidad de aprobar los Presupuestos Generales del Estado.
Sánchez debe saber que va a hablar con un ser agonizante, pero aún cargado de deseos de venganza contra ERC
Es muy improbable que un airadísimo Joaquim Torra, que se ha visto irremediablemente abandonado ayer por los republicanos, esté dispuesto ahora a facilitar a Sánchez y a los de Junqueras el camino que desemboque en un acuerdo que resulte presentable ante la opinión pública española.
No sé lo que hará Sánchez a partir de ahora, pero si finalmente celebra un encuentro con el presidente de la Generalitat deberá saber que va a hablar, no todavía con un cadáver político, sino con un ser ya agonizante pero aún cargado de deseos de venganza contra sus enemigos más inmediatos, que son hoy los miembros de Esquerra Republicana.
En esas condiciones, no habrá acuerdo posible que no incluyera el máximo sometimiento del presidente del Gobierno a las exigencias de Torra para colmar los propósitos más rupturistas de JxCat y de su líder, el fugado Puigdemont y utilizarlo en su beneficio electoral. En definitiva, una suprema humillación que ni la aprobación de los Presupuestos Generales ni todo el oro del mundo bastarían para pagar el supremo daño a España y a los españoles.
Lo procedente es que Sánchez siga esperando a ver cómo se presenta el panorama dentro del independentismo catalán. Pero si Torra decide convocar elecciones para, por ejemplo, el próximo abril, ya se puede ir despidiendo el presidente de alcanzar acuerdos con los de ERC porque tampoco ellos van a arriesgarse a pactar nada con el Gobierno de España que les cuelgue en la campaña electoral de ese sambenito de traidores que ya se está confeccionando para ellos dentro de las filas de JxCat.
Los planes de Pedro Sánchez se están tambaleando.
La guerra abierta entre las fuerzas independentistas estalló definitivamente ayer. Con la negativa del presidente del parlamento catalán, Roger Torrent, a desafiar al Tribunal Supremo y a las Juntas Electorales Nacional y Provincial manteniendo el acta de diputado de Quim Torra, lo que le hubiera llevado a él mismo a cometer un delito de desobediencia, se abrió la carrera entre ERC y JxCat por hacerse con el poder del sector secesionista de Cataluña.
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