Del fraile escobero, hablando tristemente a los ratoncitos ciegos de la cárcel de su paraíso soñado y perdido, al Junqueras que hemos visto en el Parlament, orondo como un usurpador restituido, saboreando la humillación del constitucionalismo con retintín y poderío. Lo que va de uno a otro, es Sánchez. “¿Ahora os vais? ¿Ahora que empezábamos a dialogar?”, le soltó a los de Cs, que se marchaban de aquella comisión gemebunda del 155. Lo dijo con una satisfacción que yo definiría como digestiva. Ahí estaba él, recibido en el Parlament como un héroe con manquera de bombarda, pasándoles por las narices a los de Cs que sí, que estaban dialogando, que pese a su contumacia en la independencia, en la desobediencia, en la sedición, en el delito, estaban dialogando nada menos que con el Gobierno, el Gobierno que él mismo le había otorgado a Sánchez. Y tienen que aguantarlo, Cs y todos, como los eructos del rey medieval que Sánchez reconoce en él.
Junqueras entre hervores de camastros y estalactitas de orín, hablando de la gloria de su imaginaria república atlante con un rollo de papel de estraza en la mano, como una calavera hamletiana. Lo que va de ese Junqueras a alguien que maneja al Gobierno como un estraperlo y usa ese humor del capo que te invita a su mesa y hace paralelismos contigo y las tripas del pescado. Ese Junqueras con su mando, con su retranca, con sus ajustes de cuentas y con sus chistes de jefe, que hay que reír como un conserje, que se los ríe Sánchez como un conserje, igual que le ríe las gracias a Bildu como un limpiabotas de cuajarones de sangre.
La ley y el Supremo ya no significan nada porque se dirá que se trata de leyes contra el pueblo y de jueces sicarios. Se está diciendo ya, de hecho
Un preso que no sólo está preso, sino que ha visto que aquello que pretendía ha sido derrotado por la razón y la ley, que sólo le queda rayar las paredes con una uña cavernícola y hacer túneles para las hormigas con una cuchara y sus lágrimas ácidas. Lo que va de eso a alguien que ve de repente renovada su causa, y abierta la celda, y en la picota a los jueces y a las leyes, que ya son cloacas, que ya son fascio, que hasta el mismo Gobierno lo asegura. Sí, del melancólico fanático vencido por el mundo real, hablando con su dios sordo que se manifiesta en humedades y cucarachas, a alguien que es sostén del presidente, del mismo Estado, de la misma democracia que quiere destruir. Quién no se pavonearía ante tamaña victoria. Quién no se carcajearía ante un triunfo así, que merece paroxismo y baile de Joker. Podrían bailar de la mano, Junqueras y Sánchez, en la plenitud del delirio, ahí entre la roña de la realidad y el colorido de su desatino, brillantes colores de bandera y fiesta para el horror, como calaveras mexicanas.
El independentismo sólo esperaba su héroe de la retirada, salvar el honor y los despojos, guardar para la próxima guerra y el próximo advenimiento el aliento, el dinero y algún sombrero de tres picos simbólico. Yo he dicho muchas veces que su derrota ya era irreversible, que tras la sentencia del Supremo, como no podía ser de otra manera, la realidad, la adultez y el Estado de derecho se habían impuesto a la fantasía, al infantilismo y a las patrias de la raza. Pero Sánchez ya está ahí, presidente de mil Españas y mil deudas para el que no hay verdad ni mentira ni realidad ni suelo. La ley y el Supremo ya no significan nada porque se dirá que se trata de leyes contra el pueblo y de jueces sicarios. Se está diciendo ya, de hecho. Se cambiarán o se obviarán las leyes y los jueces, y pronto la necesidad del Estado se identificará con la necesidad de Sánchez, e igual todos sus poderes. Una democracia fuerte no tendría que temer estas tentaciones totalitarias, pero ya dudo que nuestra democracia fetichista y nuestra ciudadanía telecinquista tengan esa fortaleza. Ninguna democracia sólida encumbraría a alguien como Sánchez.
Junqueras ya respira el poder, ya respira la victoria, ya bufa con ello. Como los populistas de la falacia, como los posmarxistas de la miseria, como los nacionalistas de las jaurías. La ley es un estorbo, la justicia es un enemigo, la res pública es el pisoteo de la turba, la ciudadanía es una depravación facha contra las sanas “identidades”… La democracia se agrieta como un glorioso faro de la antigüedad y salen de su tumba las ideologías muertas y de las cárceles, crecidos, los delincuentes, los totalitarios, los verdaderos fascistas. Lo que va del Junqueras sedicioso al Junqueras virrey, de la verdad a la mentira, de la política al autoerotismo, de la ley a la arbitrariedad, de la democracia al autoritarismo del divo. Lo que va de una España a otra, o de España a Gotham, eso es Sánchez.
Del fraile escobero, hablando tristemente a los ratoncitos ciegos de la cárcel de su paraíso soñado y perdido, al Junqueras que hemos visto en el Parlament, orondo como un usurpador restituido, saboreando la humillación del constitucionalismo con retintín y poderío. Lo que va de uno a otro, es Sánchez. “¿Ahora os vais? ¿Ahora que empezábamos a dialogar?”, le soltó a los de Cs, que se marchaban de aquella comisión gemebunda del 155. Lo dijo con una satisfacción que yo definiría como digestiva. Ahí estaba él, recibido en el Parlament como un héroe con manquera de bombarda, pasándoles por las narices a los de Cs que sí, que estaban dialogando, que pese a su contumacia en la independencia, en la desobediencia, en la sedición, en el delito, estaban dialogando nada menos que con el Gobierno, el Gobierno que él mismo le había otorgado a Sánchez. Y tienen que aguantarlo, Cs y todos, como los eructos del rey medieval que Sánchez reconoce en él.
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