A la entrevista de este jueves entre el presidente del Gobierno y el todavía presidente de la Generalitat, Pedro Sánchez va en calidad de víctima propiciatoria aunque no lo sepa o no lo quiera decir.
Joaquim Torra es un presidente que ya ha agotado su mandato porque él mismo dijo hace días que la legislatura está finiquitada, de modo que su conversación con Sánchez puede versar sobre lo único que le interesa a él y a su jefe, el huido de la Justicia Carles Puigdemont y que es, sencillamente toda reivindicación, mejor decir toda exigencia, que le sirva para iniciar en alto la precampaña electoral que él mismo abrió el 29 de enero pasado: amnistía, fin de la llamada "represión" que consiste en sacar a todos los presos a la calle y referéndum de autodeterminación para la independencia.
Sánchez no es más que un instrumento electoral en manos de un señor que lo que quiere es que su partido y su jefe le ganen las elecciones a su rival Oriol Junqueras y a ERC, así que hará todo lo posible por humillar con sus reclamaciones al presidente del Gobierno, que no tendrá más opciones que negarse a admitir ninguna de las exigencias que le va a poner sobre la mesa. Pero no es eso lo que le importa a Torra. Lo que le importa es lo que él va a decir a sus huestes en cuanto Sánchez se levante de la mesa. Ése es el único propósito de este encuentro.
Sánchez no es más que un instrumento electoral en manos de un señor que lo que quiere es que su partido y su jefe le ganen las elecciones a Oriol Junqueras
"No sabemos lo que va a pasar", dicen desde el Gobierno sobre el resultado de esta entrevista. No lo saben por la sencilla razón de que Sánchez no controla el desarrollo de esa conversación ni acude personalmente con otro propósito que el de demostrar a los negociadores de ERC que el "diálogo" es posible.
Sólo dando estos pasos -humillantes, insisto- para todo un presidente del Gobierno de España, Sánchez continuará haciendo los méritos suficientes para que los diputados de ERC se avengan al final a aprobarle sus Presupuestos Generales del Estado, unas cuentas cuyo calendario para su aprobación se alarga cada vez más en el tiempo pero que, en cualquier caso, le serán fundamentales para sobrevivir en el poder.
Parece que el señor Torra va a recibir con toda la pompa a Pedro Sánchez y eso incluye que ambos pasaran "revista a las tropas" es decir a los Mossos vestidos de gala delante de la Generalitat. Su intención no es, por supuesto, la de rendir honores al presidente del Gobierno sino la de crear la ficción de que está recibiendo al líder de otro país. Y el señor Sánchez no tiene otra salida que la de aguantarse porque ha decidido que París bien vale una misa.
Sólo que esta es una misa negra en la que, atado de pies y manos, va a tener que tragarse sin rechistar las pretensiones del medio-presidente, que va a utilizar este encuentro convenientemente publicitado para dirigir la propaganda política en la dirección que le conviene a su partido, JxCat.
En el Gobierno no son tan ingenuos como para creerse lo que dicen que se creen, esto es, que quizá en esta entrevista se vaya a hablar de las cuestiones urgentes que afectan a la población catalana como las listas de espera en los hospitales, lo relativo a la financiación o los devastadores efectos de la borrasca Gloria. Sí, y después nos despertábamos... Vamos hombre, vamos.
El encuentro de Sánchez y Torra va a ser un hito en el camino del sometimiento, las cesiones y la entrega final a quienes buscan acabar con España
Todos en el Gobierno saben bien a qué clase de trampa acude el presidente del Gobierno y por eso la portavoz Montero ya avanzó el pasado martes que difícilmente puede salir de ahí algo concreto. No puede salir nada porque lo que busca el señor Torra no es hablar en nombre de un gobierno al que él mismo ha privado ya de peso político y de autoridad desde el momento en que ha dado por muerta la legislatura y ha anunciado que en algún momento anunciará la convocatoria de elecciones catalanas. Torra busca algo muy distinto y lo va a obtener gracias a la dependencia que tiene Sánchez de los votos de ERC para los Presupuestos Generales del Estado.
Tuvo mucho sentido la reacción inmediata del Gobierno cuando, escuchado el señor Torra el 29 de enero pasado, anunció en un primer momento que la reunión de partidos pactada con ERC quedaba aplazada hasta la celebración de las elecciones catalanas. Era evidente que carecía de sentido negociar con los representantes de un gobierno catalán que ya no sería operativo en cuanto se convocaran esos comicios. Luego rectificó, como todos sabemos, porque ERC le paró los pies y así quedó claro quién manda aquí.
Y es que esto no ha ido nunca de alcanzar acuerdos prácticos concretos sobre los muchos asuntos que afectan a la vida de los catalanes y les preocupan ahora mismo. Esto tiene que ver única y exclusivamente con la pugna que mantienen ERC y JxCat por el dominio del sector independentista y en el que el presidente del Gobierno es un peón que cada uno de esos partidos está dispuesto a mover a su interés en el tablero político que se está jugando en Cataluña.
Y en calidad de eso, de peón, es como acude Pedro Sánchez al palacio de la Generalitat aunque, para disimular y para intentar diluir el engrudo indigerible que supone su encuentro con Torra, el equipo de Presidencia le haya organizado dos o tres encuentros con la intención de que puedan difuminar con un velo de niebla la cruda realidad de lo que va a tener lugar dentro de unas horas en Barcelona.
El encuentro Sánchez-Torra va a ser un hito, dicen desde Moncloa. Sí lo va a ser, pero no un hito en el camino del fortalecimiento de las instituciones españolas y de la unidad del país sino todo lo contrario: un hito en el camino del sometimiento, las cesiones y la entrega final a quienes buscan acabar con España y con la Constitución.
A la entrevista de este jueves entre el presidente del Gobierno y el todavía presidente de la Generalitat, Pedro Sánchez va en calidad de víctima propiciatoria aunque no lo sepa o no lo quiera decir.
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