La reunión del presidente del Gobierno con el -todavía- presidente de la Generalitat no pasará a la historia. Ha sido un puro trámite, una toma de temperatura, el cumplimiento, en fin, de una de las condiciones que impuso ERC a Pedro Sánchez para investirle como presidente.
Suenan como ecos en la lejanía aquellas palabras de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, aún hace una semana poniendo en duda su celebración y, en todo caso, rebajando su contenido, limitándolo a los problemas "que preocupan a los catalanes", como las consecuencias de la última tormenta.
A lo más que podía aspirar el Gobierno es que la entrevista no fuera un desastre. Porque se sabía, lo había dicho públicamente en repetidas ocasiones, que Torra iba a plantearle al presidente dos cosas que éste no puede concederle: el referéndum de autodeterminación y la amnistía para los presos.
A sabiendas de que el diálogo no iba a dar mucho de sí, la estrategia de Moncloa fue descolocar al president con sorpresas que este no esperaba. Por un lado, Moncloa difundió, nada más comenzar la reunión, un documento de 4 folios (44 puntos), que el Gobierno bautizó como Agenda para el reencuentro.
Por lo visto, la Generalitat desconocía que Sánchez se iba a presentar pertrechado de tal propuesta. De hecho, según dijo el propio Torra en su rueda de prensa posterior al encuentro, de esos 44 puntos ni siquiera se habló durante el encuentro. Es más, el documento quedó sobre la mesa y el president pensó que a Sánchez se le había olvidado.
Para demostrar que Cataluña es una nación, Torra recibió a Sánchez con honores militares. Pero, como no tiene ejército, hizo que los mossos se prestaran a una pantomima ridícula
La filtración del papel tenía un objetivo claro: arrebatar a Torra todo protagonismo. De hecho, el primer titular del día estaba en el primer punto del documento. El presidente mostraba su disposición a convocar la primera reunión de la mesa de diálogo este mismo mes de febrero. Eso tampoco lo sabía Torra hasta que se lo dijo Sánchez. De hecho, el presidente lo que tenía previsto es que la fecha de esa primera reunión se fijara tras reunir a los partidos y entidades independentistas.
Si Moncloa fue a lo suyo, Torra no se quedó atrás. Montó en el Palau de la Generalitat un teatrillo protocolario que no pegaba ni con cola. Hizo formar a una grupo de mossos vestidos de gala que rindieron honores militares al presidente Sánchez, como si fuera un mandatario extranjero. Los mossos presentaron armas, como si se tratara de un cuerpo militar. Una policía civil nunca hace eso. Como todo era forzado y un tanto ridículo, Sánchez, despistado, no inclinó su cabeza cuando pasó al lado de la senyera, cosa que enfadó al equipo de protocolo del president, que lo interpretó como una falta de respeto. Para no olvidar, en esa sucesión de despropósitos, la inclinación de cabeza de Iván Redondo ante Torra, como si de un rey se tratara. Como se ve, todos metieron un poquito la pata.
Y eso que los dos equipos -Moncloa y Generalitat- estuvieron varios días preparando el encuentro.
Pero, más allá de las anécdotas, lo que queda de la cita es nada. El presidente del Gobierno recurrió a frases hechas, como que en estos últimos diez años "nadie ha ganado, todos hemos perdido", y dio oficialmente por inaugurado "el proceso de diálogo para el reencuentro". Torra, en su línea, se mantuvo en el raca raca (referéndum y presos), para concluir: "Aún no sabemos cuál es la oferta del Gobierno español".
Lo único que ha quedado claro es que la Generalitat ha conseguido uno de sus objetivos, que el diálogo con el Gobierno sea bilateral, que Cataluña tenga reconocido un estatus especial que la sitúa por encima del resto de comunidades autónomas.
Mientras esto sucedía, Jordi Sánchez y Jordi Cruixart salían de la prisión de Lledoners en régimen de semilibertad, gracias a la aplicación del artículo 100.2 de régimen penitenciario. Una forma de hacer efectiva la amnistía por la puerta de atrás.
La reunión del presidente del Gobierno con el -todavía- presidente de la Generalitat no pasará a la historia. Ha sido un puro trámite, una toma de temperatura, el cumplimiento, en fin, de una de las condiciones que impuso ERC a Pedro Sánchez para investirle como presidente.
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