Es imposible no sentir una cierta sensación de vértigo al observar lo que nos espera en Cataluña. La primera ley de Murphy dice que si algo puede fallar, termina fallando. El Gobierno, que ha puesto la legislatura en manos de ERC, debería tenerlo en cuenta. Sobre todo, para tener listo un Plan B que aplicar cuando la negociación que acaba de poner en marcha concluya en fracaso.
El riesgo para los que todavía defienden la unidad de España es ahora mayor que cuando se convocaron las elecciones autonómicas en 2017, con las calles encendidas por el 1-O, la declaración unilateral de independencia y el 155. Aunque los independentistas lograron sumar mayoría absoluta con 70 escaños (34 de JxC, 32 de ERC y 4 de la CUP), quedaron a 200.000 votos de superar la suma de los no independentistas. Además, el partido triunfador fue un partido constitucionalista: Ciudadanos obtuvo 36 escaños con más de 1,1 millones de votos.
Si, el peligro ahora no es sólo que el bloque independentista vuelva a sumar mayoría absoluta (algo que ya pronostican todas las encuestas), sino que en número de votos el soberanismo supere a los partidos no separatistas. El sondeo publicado por La Vanguardia este domingo apunta en esa dirección.
La estrategia de Pedro Sánchez en Cataluña parte de un silogismo falso: la política de confrontación del PP lo único que consiguió fue dar más apoyos a los independentistas; con la negociación se abre un nuevo escenario en el que ser puede invertir esa tendencia. Ergo, con esta estrategia es posible derrotar al independentismo.
Pues bien, este año podremos comprobar si la política de acercamiento a ERC logra esos resultados o bien consigue todo lo contrario.
Haga lo que haga Sánchez lo tiene muy difícil. El problema es que ha creado unas expectativas que -él lo sabe- no puede cumplir.
El elemento que hace imposible cualquier tentativa de acuerdo dentro de los límites constitucionales se llama Carles Puigdemont.
El pulso interno dentro del independentismo lo ganó el ex president frente a Oriol Junqueras en diciembre de 2017. Y ahora es muy posible que vuelva a repetir su hazaña. A medida que pasan las semanas, las opciones de JxC -o como quiera que bauticen al partido- sube enteros, mientras que ERC va perdiendo fuerza.
Puigdemont prepara un gran mitin al que espera que asistan más de 100.000 personas a finales de este mes en Perpiñán
Puigdemont mueve los hilos desde Bélgica con maestría. Y Torra, como buen vicario, no le pone ninguna pega.
Hemos visto al Torra antisistema defendiendo a los CDR o manifestándose en una autopista cuando tocaba hacerlo. El pasado jueves le vimos en plan institucional desfilando ante el cuerpo de Mossos en una ceremonia insólita por lo bufa. El president baila al son que le marca su jefe a distancia: ahora antisistema, ahora sistémico total.
Torra tiene en su mano la manija de la convocatoria electoral y la moverá en función de los intereses de su jefe. Puigdemont ha visto el acercamiento de ERC al Gobierno de Sánchez no como una amenaza, sino como una oportunidad. Por eso le ha ordenado a su peón de brega que no disuelva el Parlament... todavía. Que espere a que las contradicciones de ERC vayan aflorando. Y para eso necesita algo de tiempo.
La estrategia de Puigdemont consiste en convencer al movimiento independentista de que ERC le ha traicionado, y que Junqueras no es más que un butifler con modales de cura.
Para Puigdemont la cuestión es sencilla: todo lo que no sea lograr la amnistía y el referéndum de autodeterminación significará un fracaso de la negociación. Ese fracaso será atribuible en exclusiva a ERC. Cuando eso sea evidente, entonces será el momento de convocar elecciones. Lo que nos lleva a los meses de septiembre u octubre.
Mientras tanto, el ex president se ofrecerá a los suyos como el Mesias que no abandona a su pueblo. Será, todavía más, un referente para el independentismo, la figura del líder indómito que ha preferido el exilio a pasar por el aro de la Constitución.
Al margen de sus apariciones en plasma, Puigdemont prepara para finales de febrero una gigantesca concentración de más de 100.000 personas en un mitin sin precedentes en Perpiñán. Será el pistoletazo de salida de una larguísima precampaña, que concluirá con la presentación de su candidatura. Sus escoltas para la cabeza de lista ya calientan en la banda. Se trata de Jordi Puigneró (actual consejero de Políticas Digitales de la Generalitat), y Damià Calvet (consejero de Territorio y Sostenibilidad).
Mientras el independentismo se apresta repetir y ampliar su triunfo de 2017, el constitucionalismo, dividido, lucha por no sufrir una derrota humillante.
Torra aplazará la convocatoria electoral hasta el mes de octubre. El tiempo suficiente como para que la negociación del Gobierno y ERC haya fracasado
Sánchez ha decidido romper el bloque constitucionalista porque juega la baza de sumar con ERC y los Comunes para repetir la fórmula del tripartito que ya ensayaron Maragall y Montilla , con resultados lamentables por cierto.
Es una apuesta -como hemos visto- muy poco sólida. Si gana Puigdemont, todo salta por los aires.
Pero no sólo eso. No es sólo que pueda volver a repetirse un gobierno de coalición independentista, esta vez sin posibilidades de reconversión, sino que la derrota irá acompañada de un daño añadido: la desmovilización del voto constitucionalista.
Iceta podría lograr en esta nueva cita electoral un puñado más de escaños que en 2017 (de 17 a 27, según el citado sondeo de La Vanguardia). Pero, ¿de qué le serviría eso al PSC si JxC y ERC -sin necesidad de la CUP- superan los 70 escaños?
A los independentistas, incluidos los votantes de ERC, no les gusta la fórmula de coalición con los socialistas. No olvidemos que el único partido que ha variado su estrategia en 180 grados en los últimos meses ha sido el PSOE/PSC: de a poyar la aplicación del 155 en Cataluña a prometer una consulta sobre el acuerdo al que se llegue en la mesa de negociación bilateral entre el Gobierno y la Generalitat. Nadie se fía de ellos.
Ese cambio de táctica se produce en un momento de caída en picado de Ciudadanos y cuando el PP todavía no se ha recuperado del batacazo sufrido en las últimas confrontaciones electorales.
Las encuestas que hemos conocido hasta ahora dan a Ciudadanos una caída superior al medio millón de votos respecto a los resultados obtenidos en 2017. De ellos, un 14% se irían a parar a Vox; un 13% al PP, y un 12% al PSC. El resto, más de 250.000 votos, se irían a la bastención.
Por ello, Inés Arrimadas insiste una y otra vez en la movilización, la importancia que tiene movilizar el voto españolista. Una fórmula para intentar paliar esa sangría es el pacto con el PP, la coalición que, en principio, podría liderar el diputado de Ciudadanos (ex PP) Nacho Martín Blanco.
A lo más que puede aspirar el constitucionalismo es a que el independentismo no le supere en votos
Por desgracia, en ningún caso, esa coalición lograría mantener los 40 escaños que consiguieron Ciudadanos y PP por separado en 2017. Quedarse en algo más de la mitad ya sería considerado como un éxito.
Mientras Ciudadanos y el PP tienen ya practicamente cerrado su acuerdo en Cataluña, emerge una nueva opción catalanista, la Lliga Democrática, que agrupa a ex militantes de Unió, de Convergencia, del PP, de Sociedad Civivl Catalana y del PSC y que optará por primera vez a meterse en el Parlament con una representación que -según sus cálculos- podría alcanzar los 5 ó 6 escaños. Su Congreso constitutivo en marzo sorprenderá a la concurrencia. No hay que despreciar en absoluto el papel de esta nueva formación, sobre todo para intentar evitar el sorpasso en votos del independentismo al constitucionalismo.
En todo este proceloso mundo de la política catalana falta por colocar una pieza clave: Manuel Valls. El ex primer ministro de Francia entró en la política catalana con enorme entusiasmo y con ganas de constituirse en el referente del constitucionalismo en Cataluña. No ha sido así.
Muchos dudan de que incluso llegue a presentar su candidatura en las próximas autonómicas, ni siquiera que se integre en la coalición de Ciudadanos y el PP, aunque la apoye desde afuera. Recientemente comentó a un amigo: "He fracasado en dos matrimonios por culpa de la política y no quiero fracasar una tercera vez". La vida es dura y la política más. Ahora su vida es un poco menos dura.
Aunque no nos guste, la realidad no es muy prometedora para los que confían en una Cataluña tranquila y unida a España. A lo más que puede aspirar el constitucionalismo es a mantener una mayoría en votos en Cataluña, no así en escaños.
Para desconsuelo de los que pensamos que el independentismo es un desastre para Cataluña y para España, lo más probable es que tengamos que enfrentarnos a una situación irreversible.
Quizás, cuando el implacable principio de Murphy vuelva a cumplirse, cuando lo que puede fallar termine fallando, podamos reprocharle a Sánchez que su fórmula de prometer cosas que no puede cumplir sólo haya servido para fortalecer a los enemigos de la Constitución y para el debilitamiento de los que la defienden. Pero, ¿de qué servirá?
Es imposible no sentir una cierta sensación de vértigo al observar lo que nos espera en Cataluña. La primera ley de Murphy dice que si algo puede fallar, termina fallando. El Gobierno, que ha puesto la legislatura en manos de ERC, debería tenerlo en cuenta. Sobre todo, para tener listo un Plan B que aplicar cuando la negociación que acaba de poner en marcha concluya en fracaso.
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