Más de 1.300 días. 43 meses. Cerca de cuatro años. Es el tiempo transcurrido desde aquel referéndum de 23 de junio de 2016 en el que los británicos acudieron a las urnas para dirimir su vinculación con el Grupo de los 27. Un exiguo margen del 52% inclinó la balanza a favor de la salida.
Tras sendas negociaciones, el divorcio, anhelado o no, se ha consumado (al menos en el plano netamente político). Se abre ahora un período de transición en el que las partes implicadas deberán definir su relación económica y comercial antes del próximo 31 de diciembre a fin de minimizar el impacto.
La pesadilla Brexit, por tanto, no ha terminado y, paradójicamente, Reino Unido vea quizá su ansiada soberanía más limitada que nunca en un contexto en que deberá enfrentarse solo a los complejos y contrapuestos intereses de la globalización económica.
Desde la escena internacional, en la pasada Cumbre del G-7 en Biarritz, Boris Johnson exhibió especial sintonía con Donald Trump, quien le ofreció “un rápido, ambicioso y ventajoso acuerdo comercial” tras consumarse su divorcio de la UE (algo que Trump reiteró vía Twitter, tras la arrolladora victoria de los conservadores británicos en las elecciones de diciembre), lo que inflamó las perspectivas de éxito de Johnson, hasta el punto de amenazar al bloque comunitario con no pagar la factura de 43.000 millones de euros. Algo que, de consumarse, desataría una guerra política, comercial y judicial sin precedentes en el Viejo Continente.
Trump parece dispuesto a inmolar un acuerdo comercial con el Reino Unido si Londres opta por seguir adelante con la tasa digital a las grandes tecnológicas
Sin embargo, meses después, las perspectivas no resultan tan halagüeñas y, a la sombra del titular, los Estados Unidos de Trump parecen dispuesto a inmolar tan suculenta prebenda comercial, si Londres opta por seguir adelante con la famosa tasa digital a las grandes tecnológicas, en sintonía con lo pautado por Macron. Algo que desataría “tarifas arbitrarias” sobre las exportaciones de coches británicos.
En esta misma línea, la luz verde de Londres al despliegue de la red 5G de Huawei también podría enfriar la relación con EEUU en plena guerra comercial con China.
Antes de la crisis económica de 2008, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ya señalaba los problemas que conlleva aparejados una mala adaptación a la globalización económica; empobrecimiento, aumento de la desigualdad, peligro para el medio ambiente y de apropiación de los recursos.
Con el estallido de la crisis en 2008, los efectos se hicieron más visibles, con la consiguiente deslocalización de multitud de multinacionales y grandes tecnológicas que aumentaron el desempleo en muchos países.
En su discurso de investidura ante el Parlamento Europeo, en julio de 2019, la propia presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, y el nuevo comisario de Economía, Paolo Gentiloni, declararon la necesidad de impulsar los impuestos digitales a nivel global para que fuesen más eficaces. Fuera de un bloque geopolítico común y, por tanto, fuera del mercado único, Reino Unido, se encuentra, sin duda, mucho más expuesto.
Precisamente por el lado comunitario, también pintan bastos para la economía británica. Mucho se ha abundado estos días en la pérdida de músculo económico y demográfico de la Unión como bloque geopolítico (cerca del 16% del PIB y el 13% de la población), pero cabe recordar que la salida de la UE supone la renuncia de facto a un mercado único de 450 millones de personas.
La salida de la UE pone al albur de los mercados a una potencia muy dependiente del exterior: cerca del 45% de las exportaciones británicas son intracomunitarias
Además, pone al albur de los mercados a una potencia extraordinariamente dependiente del exterior; el 44% de las exportaciones británicas son intracomunitarias, según una reciente infografía del Círculo de Empresarios, elaborada a partir de datos de la Oficina Nacional de Estadística de Reino Unido (ONS), el FMI, Oxford Economics y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).
En lo estrictamente relativo a ese nuevo acuerdo comercial, Reino Unido sigue en su huida hacia delante de la sobreregulación europea y, consciente de su dependencia en sectores como el agrario o el sanitario, busca a la desesperada una bilateralidad ventajosa que reduzca a la mínima expresión aranceles y cuotas.
Boris Johnson demandaba esta misma semana ante Barnier, el negociador del Brexit para la UE, un acuerdo similar al que los 27 tienen con Canadá a través del CETA. ¡Tremenda inocencia! ¿Acaso olvida el premier británico que dicho acuerdo comercial supuso nada menos que siete años de ardua negociación?
Por cierto, el JEFTA (Tratado de Libre Comercio Japón – Unión Europea) también tardó cerca de un lustro en materializarse. ¿De verdad aspira Johnson a ventilarse un acuerdo de estas características antes de julio de 2020? La solicitud de prórroga es casi incontestable desde el inicio.
Así las cosas, en un contexto internacional extraordinariamente convulso, donde Trump se juega la reelección y necesita adoptar, ahora más que nunca, un perfil duro donde no quepan concesiones fuera del America First; y donde la UE, por su parte, necesita terminar de sofocar el virus euroescéptico que recorre el continente, no se dilucida un horizonte negociador muy ventajoso para Reino Unido con sus dos principales socios comerciales.
Decía Gandhi que la libertad no es digna de tener si no incluye la libertad de cometer errores. En palabras de Durao Barroso, “O nadamos juntos, o nos ahogamos por separado”. Los vericuetos de la soberanía en un mundo globalizado son múltiples y complejos. Veremos si la carta jugada por Reino Unido no tiene un coste de oportunidad demasiado alto.
Alberto Cuena (@Cuena_Vilches) es periodista y analista de política nacional y asuntos europeos. Presidente de JEF Madrid.
Jorge Juan Morante (@jjmorante) es politólogo especializado en comunicación digital y UE. Presidente de UEF Madrid.
Más de 1.300 días. 43 meses. Cerca de cuatro años. Es el tiempo transcurrido desde aquel referéndum de 23 de junio de 2016 en el que los británicos acudieron a las urnas para dirimir su vinculación con el Grupo de los 27. Un exiguo margen del 52% inclinó la balanza a favor de la salida.
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