En los campos de Toledo, el Gobierno de progreso parecía no más que la España de capea, galgo y tinaja. Al final el progresismo consiste en decir unos cuantos abracadabras ministeriales y montar algunos ministerios abracadabrantes e irte luego a desplumar perdices y a rebañar vajillas con escenas de caza a las grandes haciendas franquistas, con salones llenos de espadones y de gente emparedada, y unas camas altas y enjaezadas igual que dromedarios. En realidad, es una exhibición de lujo decadente, o sea muy de Sánchez

El lujo rústico es algo a lo que se llega cuando uno ya viene de todos los demás lujos, del lujo de rapero o del lujo de tenista o del lujo de ese político que ya no lleva ni dinero encima. El lujo rústico es el lujo del espacio y del tiempo, el de mil hectáreas vaciadas para ti, para que comas migas de pastor o enciendas una chimenea como un carbonero o mires el cielo entero abrillantado por el servicio como otro de tus platos decorados. Es cuando uno se siente señor feudal, con halcón en el guante y capón asado, en el castillo que era sobre todo espacio y separación, como la iglesia.

Uno puede ser incluso un hidalgo tieso, pero el espacio, la distancia, la lentitud que requieren todo ese espacio y toda esa distancia, eso es la distinción. La decadencia es justamente ese lujo cuando ya no queda nada más, casi ni qué comer, es el lujo santo, mantenido por encima de tus tripas y de tus huesos y de tu vida. En el caso de Sánchez, es el lujo mantenido por encima de la sustancia política.

En los campos de Toledo, el Gobierno de progreso parecía no más que la España de capea, galgo y tinaja

Sánchez maneja un lujo de ministerios y de ministros de alpaca, un lujo de aviones de mármol y yatecitos de bañera, un lujo de neologismos barroquizantes que no significan nada, y tenía que incluir también este último y superior lujo de los altos techos, de los miles de hectáreas, de las magníficas rapaces, de los lentos desayunos de monje rezador o príncipe cazador. El lujo sustituye al trabajo, a la idea, a la acción, sustituye a la vida del muerto de hambre político o aristocrático. Esa finca ya la usaron González, Rajoy y Aznar, que le decía a Bush “one mountain, another mountain”, como aquel muñeco que enseñaba inglés, Muzzy. Pero sólo Sánchez la usa con esa necesidad con la que se usan los últimos lujos, justo cuando son lo único que tienes. 

De nuevo, Sánchez, que es un tieso político, con tomates ideológicos en el calcetín por debajo de ese esmoquin de llevar el teléfono en una bandeja, suplanta el hecho con teatro y la realidad con apariencia. Es un aristócrata superior al berlanguiano, porque ha pasado directamente a la decadencia sin tener ningún episodio de gloria, derecho a la necesidad, a tener que vender todos los relojes de bolsillo del Estado y todas las armaduras de nuestros abuelos, simulando encima una fiesta de la abundancia. Pero aún puede trinchar un pollo bajo una gran cornucopia, y dirigir una reunión de su largo Gobierno en una mesa larga de vampiro, amojonada de candelabros.

El Gobierno de Sánchez necesita una ceremonia de ser Gobierno como el aristócrata tieso necesita una ceremonia de ser aristócrata. Y también una ceremonia de pensar y de hacer, aunque no piensen ni hagan, y es justo lo que tienen en Quintos de Mora, donde parece que respirar es pensar y que pacer es hacer. El progresismo necesita mucho aire que vender y eso es lo que sobra allí.

Sánchez es un aristócrata superior al berlanguiano, porque ha pasado directamente a la decadencia sin tener ningún episodio de gloria

Todo el Gobierno en la finca, ahí entre retiro del Opus, asesinato de Agatha Christie trasladado a un parador y, claro, La escopeta nacional. Con envidias embozadas, odios apenas deglutidos, muertos a los postres, negocietes privados y cuernos que se pasean por la noche con palmatorias, los varios Gobiernos de Sánchez se fingen de boda de torero o de magia de cabañuelista o de misticismo de futbolista. En realidad, lo que pasa es que Sánchez necesita la crisálida simbólica para poder presentar luego una mariposa política.

Todo el Gobierno reconcentrado en sí mismo, en su capullo latiente, en su huevo de alien. Del comunista y del capitalista, del guapo y del jorobado, del Algarrobo y del astronauta, tiene que salir la mariposa progre y eso hay que escenificarlo muy bien, enterrando si hace falta a todo el Gobierno en un pozo durante un fin de semana para que luego sea un milagro que resuene en los campanarios de los pueblos, como una Virgen aparecida bajo un árbol.

Todo el Gobierno de maitines, todo el Gobierno de parto de la burra, todo el Gobierno de escopeta nacional con un condesito tieso, todo el Gobierno allí en Quintos de Mora como en el Orient Express. Y yo no sé si nos saldrá la mariposa o nos saldrá un muerto de El nombre de la rosa o de Poirot. Si es una mariposa, saldrá de las manos de Sánchez e Iglesias como un pajarito de las manos de Heidi y Clara. Y si es un muerto, será Ábalos, por supuesto, que ya llegó a la chimenea con cara de envenenado. Las dos cosas, las mariposas de huevo Kinder y los muertos anunciados, son muy del progreso.

En los campos de Toledo, el Gobierno de progreso parecía no más que la España de capea, galgo y tinaja. Al final el progresismo consiste en decir unos cuantos abracadabras ministeriales y montar algunos ministerios abracadabrantes e irte luego a desplumar perdices y a rebañar vajillas con escenas de caza a las grandes haciendas franquistas, con salones llenos de espadones y de gente emparedada, y unas camas altas y enjaezadas igual que dromedarios. En realidad, es una exhibición de lujo decadente, o sea muy de Sánchez

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