Las veinte mentiras dichas por el ministro Ábalos para no reconocer su larga reunión con la vicepresidenta venezolana, no tendrán más efecto político que la bronca en el Congreso y en el Parlamento Europeo, porque hemos naturalizado la mentira. Los mentirosos siempre creen ser creídos, como el vicepresidente Pablo Iglesias negando lo evidente, que recibió financiación de Bolivia, Venezuela e Irán. Pero de tanto negarlo y otros por acusarle tanto, han conseguido que ya no le importe a nadie. En esto de la mentira es un éxito aguantar, tiene este efecto anestesiante de los problemas hasta que mueren por inanición. Vox reconoció haber recibido dinero del exilio iraní, aunque el altavoz de los acusadores era mucho mayor que el suyo, por lo que pocos escucharon sus explicaciones. Es distinta la presunta mentira de Eduardo Zaplana asegurando no tener ni cuentas ni propiedades fuera de España ahora que la Guardia Civil le ha encontrado 13 millones de euros en el extranjero, distinto porque no ocupa cargo público en este momento. Si cuando era presidente valenciano se hubiese conocido esta corruptela sin duda el partido hubiese pedido su cabeza… o no, porque a menudo el poder protege la mentira cuando le perjudica la verdad y el objetivo a batir es demasiado poderoso.
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