Ser periodista en una sociedad cada vez más polarizada no es fácil. Colocarse a uno de los dos lados de la contienda te garantiza la descalificación de los que están enfrente, pero, a cambio te asegura el apoyo de los que te consideran uno de los suyos.
Pero eso, no es periodismo. Uno puede tener su opinión, naturalmente. Pero para eso están las columnas, los editoriales. Los hechos son sagrados, las opiniones libres. Ese ha sido uno de los dogmas de nuestra querida y apaleada profesión, que ahora está en cuestión. La objetividad no existe, dicen los abanderados del nuevo periodismo; todo es subjetivo.
No sólo no comparto esa tesis, sino que creo que es una excusa de los que se desenvuelven cómodamente en el ambiente sectario que nos ha tocado vivir. Y, lo que es peor, vacía de contenido la función esencial de nuestra profesión: ofrecer a los ciudadanos información contrastada para que éstos puedan formarse una opinión sustentada en hechos, no en deseos, en aspiraciones o, abiertamente, en mentiras.
Las fake news son el paso natural desde el subjetivismo. Al final, dicen los pragmáticos defensores de estas teorías, el público sólo escucha lo que quiere escuchar, lo que le reconforta, lo que refuerza sus ideas y prejuicios. Entonces, ¿qué más da venderles una mentira como si fuera una verdad?
La entrevista a Abascal rompió el esquema empleado con anteriores entrevistados (Sánchez y Casado). Formalmente no hubo "cordón sanitario", pero el líder de Vox tuvo que responder como si estuviera sentado en el banquillo de los acusados
Algunos partidos, como Vox, han utilizado ese recurso para defender el llamado Pin Parental y otras de sus anacrónicas propuestas. Es la escuela de Donald Trump, que con tanto éxito explotó para ganar las elecciones norteamericanas en 2016 (llegando a insinuar a través de tuiter que el Papa no estaba a favor de Hillary Clinton).
Pero que no nos guste Vox o lo que dice Santiago Abascal no debería liberarnos de nuestras obligaciones como periodistas.
La entrevista del pasado jueves en la segunda edición del Telediario realizada por Carlos Franganillo al líder de Vox se sitúa claramente en la categoría de la confrontación entre el entrevistador y el entrevistado en la que el periodista juega más a la autojustificación que a mostrar al público las opiniones de la persona que tiene enfrente.
A diferencia de lo que hizo el director del Telediario con los anteriores entrevistados (el presidente Sánchez y el líder de la oposición, Pablo Casado), en las que estuvo agresivo pero, a la vez, mantuvo cierto grado de empatía, algo esencial para que el entrevistado se sincere y baje la guardia, en el caso de Abascal, desde el primer momento, mantuvo hacia él una agresividad evidente aunque, eso sí, cortés.
Tal vez la presión ambiental jugó en contra de Franganillo. El sindicato CCOO pidió boicotear la entrevista e incluso propuso el establecimiento de una "censura previa". ¡Ay, si Franco levantara la cabeza!
Vox, nos guste o no, es el tercer partido en representación parlamentaria: obtuvo 52 escaños y 3.640.063 votos en las elecciones del pasado 10 de noviembre. Y, como tal, merece que los medios públicos le permitan expresar sus opiniones.
Planteada como una batalla entre la corrección política y el populismo la entrevista dio muy poco juego. Abascal se defendió como pudo -a veces era imposible argumentar cosas que no se sostienen-, pero nos quedamos por conocer cuestiones esenciales, como, por ejemplo, si lo que quiere Vox es comerse al PP; si va a intentar quitarle la mayoría absoluta a Feijóo en Galicia, o su opinión sobre el pacto del PSOE con ERC y la mesa de diálogo del Gobierno y la Generalitat cuyo recorrido comienza este mes de febrero.
El pasado mes de junio Televisión Española, en La Noche en 24 horas, entrevistó al líder de Bildu Arnaldo Otegi. Hubo muchas críticas por parte de la oposición. A mí me pareció bien que la televisión pública diera voz al jefe de los proetarras. Sobre todo, porque nos permitió conocer de primera mano que Otegi sigue sin condenar los asesinatos de ETA.
Los periodistas, a veces, tenemos que sentarnos con personas deleznables. Desde militantes de ETA a políticos corruptos. Eso no nos convierte ni en filoetarras ni en delincuentes. Siempre y cuando no perdamos de vista cual es nuestra función. Tan malo es mimetizarse con el entrevistado o la fuente como convertirnos en su antagonista, como si fuéramos jueces o policías.
Perder de vista cuál es nuestra misión como periodistas -y a veces no es fácil- no sólo deteriora la credibilidad de nuestra profesión, sino que le hace un flaco favor al público.
El editor ejecutivo de The New York Times, Dean Baquet, reconocía en una entrevista a The Guardian (18-11-2019) los errores cometidos por el periódico en relación a la cobertura de la campaña del presidente de los Estados Unidos. Para los que no estén al tanto de lo que ocurre al otro lado del Atlántico hay que decir que Donald Trump considera al periódico liberal como su mayor enemigo y que Baquet es un afroamericano que ha denunciado abiertamente el comportamiento impresentable del presidente con sus periodistas. Pues bien, Baquet afirma en esa entrevista: "Desde mi punto de vista, nuestro trabajo es cubrir el mundo con enorme curiosidad. Y con el deseo de comprender a las personas que votaron por Donald Trump y por qué votaron por él. Creo que algunos de nuestros lectores quieren que descartemos a algunas de esas personas. Esa no sería una cobertura empática".
The New York Times (probablemente el periódico más influyente del mundo) subestimó a Trump, no supo ver qué razones llevaron a millones de personas a votar por él.
Tras la entrevista de Franganillo tampoco quedó claro por qué 3,6 millones de personas votaron a un partido tan malvado. Quizás el periodista quiso hacerse perdonar el pecado de entrevistar a un populista antisistema. Pero ese prejuicio no le hizo ningún bien a él, y sólo sirvió para caricaturizar a Abascal y decepcionar al público.
Ser periodista en una sociedad cada vez más polarizada no es fácil. Colocarse a uno de los dos lados de la contienda te garantiza la descalificación de los que están enfrente, pero, a cambio te asegura el apoyo de los que te consideran uno de los suyos.
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