Ayuso ha dicho que lo de Ábalos en Barajas le parece algo de Narcos, pero yo creo que Delcy Rodríguez llegó más como una duquesa rusa, con sus maletas llenas de candelabros y de turbantes de mujer, entre la diplomacia, el divorcio y el desvalijamiento. Hay gente que no trae dinero, negocio ni mercancía, sino que dice traer otras cosas, una guerra de medallones, política imperial en sus espejitos y en el oro ferroviario de su estirpe. Me estoy acordando de Ninotchka, de que los comunistas de la película venían con las joyas para venderlas, pero la Gran Duquesa quería las joyas para ser.
El chavismo ya ni siquiera tiene qué vender, ya no puede seguir en ese comunismo que vive de desguazarse a sí mismo porque ya lo desguazó todo, así que sólo le queda ser. Ser reconocido por paisillos, ser escuchado por gobiernillos y ser atendido por criadillos. Que en las maletas de Delcy Rodríguez hubiera loros o zapatos u oro de muelas casi es lo menos importante. Podrían ser los mismos escombros de Venezuela, porque cuando un país está destruido ya de esa manera, cuando todo es corrupción y caos, su equipaje es siempre ese escombro, que puede contener achicoria o esqueletos o diamantes con serrín o polvo de ángel, pero sigue siendo lo mismo, la destrucción cogida a paladas. El caso es que Delcy venía con equipaje y sueño de gran duquesa, a ser reconocida en la desgana, en la deshora, en el protocolo y en los bultos. Ábalos, más que un espía grueso ya de vigilancia y vodka, más que un esbirro de barba dura y zapatos de serpiente, lo que parece es un mozo de cuerda, un mulero de baúles. Ni una de agentes secretos ni una de Narcos: aquello era el Gobierno de España convirtiendo a la vicepresidenta de una dictadura de sangre y moscas en Pretty woman o en la Kate Winslet de Titanic a base de acarrearle las sombrereras.
Al bolivarianismo sólo le queda ser. Ser reconocido, atendido, disculpado. Por gente de simpleza supurante como Zapatero o de moral ameboide como Ábalos o Sánchez
Al bolivarianismo sólo le queda ser. Ser reconocido, atendido, disculpado. Por gente de simpleza supurante como Zapatero o de moral ameboide como Ábalos o Sánchez. El presidente de la OEA puede llamar narcoestado a Venezuela; la UE puede vetar a la camarilla de Maduro por atentar contra los derechos humanos, la DEA puede poner a sus ministros en listas de traficantes, todo mientras allí es más barato limpiarse el culo con billetes que comprar el propio papel del culo, y te puedes morir de hambre, de infección o de balazo con la misma facilidad. Pero España ahora es Cuba con más salero y más izquierdistas, España es un “gobierno amigo” dice Maduro. Sánchez pide “diálogo”, define a Guaidó como “líder de la oposición” y Ábalos va a evitar “crisis diplomáticas” que en realidad provoca él mismo haciéndonos pasar por camelleros de Maduro en Europa. A Maduro sólo le queda vivir de la muerte como del último estraperlo de sus muchos estraperlos, acosado ya por la comunidad internacional y por la vergüenza criminal de su tiranía de miseria ratonera y de palacios y bigotes con borlones. Y es aquí cuando el sanchismo le envía a Ábalos, su botones viejo como un tuno viejo, para ayudar a cargar excusas y cuberterías. Es decir, hace lo mismo que con el independentismo, resucitar en credibilidad y esperanzas a una ideología aciaga y derrotada. A los indepes, como a Maduro, sólo les queda ser. Ser reconocidos por politiquillos, ser escuchados por periodistillas, ser halagados por alcahuetillos, ser disculpados por ambiciosillos.
El otro día, en el Congreso, Ábalos se levantó de su escaño con la gravedad, la suficiencia y la decorosa tizne con las que un albañil sale de su saneamiento, y nos dijo cuáles eran sus valores, unos valores que le venían del 76, así como de una olimpiada. Nos contó que su compromiso era “por la lucha de la democracia en este país, por la libertad, por la justicia, por la solidaridad y contra el fascismo”. Se entiende que esté con Maduro y con los Iglesias, con los de Bildu y con los de Sabino Arana, con Torra y Puigdemont y Junqueras y la alcaldesa de Vic. Pero se entiende sobre todo que esté con Sánchez: todas y cada una de aquellas grandes palabras que decía Ábalos chocaban luego contra él mismo, como un punching ball, sin que se le moviera la mandíbula de encajador o de alabardero de mesón.
Ayuso, mujer con imaginación y alfiler y ojos de espía berlinesa, comparó lo de Ábalos y Delcy con Narcos. Pero hay mucho más. Hay negocio con patanes y pringados y lujo y matarifes, hay drama de frontera y de época, pero también hay comedia absurda, hay sátira de cementerio, hay locura y lascivia de la destrucción, de Lubitsch al Peter Sellers de Dr. Strangelove y hasta El jovencito Frankenstein. Uno ve a Sánchez con su mentalidad de búnker, con una mano viva, ajena y enguantada, estrangulándose o estrangulándonos, o levantándose tiesa contra sus palabras y sus principios, y todo encaja. También encaja Ábalos, acarreando palas y bultos y disimulando luego como Igor.
Ayuso ha dicho que lo de Ábalos en Barajas le parece algo de Narcos, pero yo creo que Delcy Rodríguez llegó más como una duquesa rusa, con sus maletas llenas de candelabros y de turbantes de mujer, entre la diplomacia, el divorcio y el desvalijamiento. Hay gente que no trae dinero, negocio ni mercancía, sino que dice traer otras cosas, una guerra de medallones, política imperial en sus espejitos y en el oro ferroviario de su estirpe. Me estoy acordando de Ninotchka, de que los comunistas de la película venían con las joyas para venderlas, pero la Gran Duquesa quería las joyas para ser.
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