Hay mucho puestos incómodos por lo difíciles en los niveles de dirección de un partido político. Ser secretario de Organización es, por ejemplo, estar abonado a un calvario a menos que la formación política de turno se haya convertido en un ejército en el que la obediencia equivalga a la ausencia absoluta de discrepancia. Y hay que decir que, lamentablemente, hacia ese punto se dirigen hoy muchos de los partidos españoles.
El de líder del partido es un puesto agotador pero tiene una ventaja y es que la opinión del número uno se suele respetar por la generalidad de los dirigentes y la amplísima mayoría de los militantes. La opinión del líder cuenta, y mucho, en el seno de la formación. El líder influye, dirige y conduce a su partido y todos le siguen. Su opinión se recibe como la opinión del conjunto y eso sirve también para cuando se produce un cambio estratégico, táctico o incluso ideológico.
Lo sucedido con los innumerables vaivenes protagonizados por Pedro Sánchez en el transcurso de este último año y medio sirven de ejemplo de lo que digo: todos en el PSOE, con la excepción de unos muy leves y muy contados desacuerdos, han seguido sin rechistar la trayectoria zigzagueante de su secretario general y se comportan hoy como si siempre hubiera estado su partido en las posiciones que ahora defiende y que son, en realidad, exactamente lo contrario no sólo de lo que ha defendido históricamente sino de lo que defendía hace tan sólo unos pocos meses.
Cayetana Álvarez de Toledo es una solista. Lo es por formación, por educación y por naturaleza
El papel del portavoz es mucho más delicado porque tiene riesgos que no tiene el líder. El portavoz no tiene o no debe tener más opinión que la que recoja de su presidente y del grupo parlamentario. Es la voz del conjunto del partido y su labor consiste precisamente en transmitir públicamente las opiniones y defender las posiciones que representen a la mayoría de sus compañeros y, por supuesto, que remachen ante los medios de comunicación la postura del presidente o del secretario general. Las declaraciones del portavoz tienen que ser un destilado de la opinión del partido al que pertenece, no de la suya propia.
En consecuencia, el portavoz no puede ser un solista porque ése no es su cometido. Pero el problema es que para un solista resulta prácticamente imposible dejar de serlo: está en su naturaleza, es su condición intrínseca y no es que no quiera renunciar a ella, es que no puede, es que tendría que volver a nacer.
Cayetana Álvarez de Toledo es una solista. Lo es por formación, por educación y por naturaleza. Cuando Pablo Casado la nombró portavoz del grupo parlamentario debía haber considerado que las muchas e indudables cualidades de la diputada del PP se convierten, sin embargo, en inconvenientes si de lo que se trata es de hablar en nombre del conjunto de los representantes del partido en el Congreso.
Seguramente, el presidente del PP le propuso desempeñar esta función porque es una mujer brillante, con opiniones claras, intelectualmente pulidas, argumentadas con precisión y defendidas con eficacia indiscutible. Pero son sus opiniones. Y quien pretenda que deje a un lado su personalidad para convertirse en el concienzudo pastor que apacienta con amorosa dedicación a sus ovejas del grupo parlamentario y siga mansamente el argumentario elaborado por los responsables de comunicación del partido, fracasará estrepitosamente en el intento.
Es verdad que Álvarez de Toledo ha incomodado a algunos líderes regionales del PP, que ha introducido por su cuenta y riesgo cuestiones o incorporaciones al partido que no estaban en la agenda de la dirección y que seguramente no está especialmente interesada en trabajar con denuedo por la cohesión y el buen ambiente del grupo parlamentario a su cargo.
Quien pretenda que deje a un lado su personalidad para convertirse en el concienzudo pastor que apacienta con amorosa dedicación a sus ovejas fracasará estrepitosamente en el intento
Pero el error si, como cuenta en estas mismas páginas Cristina de la Hoz, hay descontento en el modo en que Álvarez de Toledo desarrolla su papel de portavoz, es de quien no calibró adecuadamente el perfil que tiene que tener quien asuma ese cargo. Y ese error se multiplicará por dos si Casado o García Egea, o los dos a la vez, optan por cambiar de caballo en mitad de la carrera porque eso equivaldrá al reconocimiento público de la equivocación cometida, además de empujar a sus sustituto/a a soportar la comparación con su antecesora no sólo en disciplina argumental sino en capacidad intelectual, formación académica y, lo más importante, brillantez de exposición.
No quisiera yo estar en los zapatos de quien haya de sustituir a la actual portavoz parlamentaria del PP si es que, finalmente, el presidente del partido decide remangarse y aceptar públicamente que se equivocó y opta por buscar un perfil menos, digamos, destacado.
Pero es verdad que lo que tienen delante los populares es una gigantesca tarea de reconstrucción y de fortalecimiento que va a requerir un esfuerzo enorme y continuado por parte de todas las piezas del engranaje que, por eso mismo, deberán estar perfectamente engrasadas para poder actuar en total armonía, y el puesto de portavoz del grupo parlamentario es clave en ese esquema. Veremos si lo consiguen.
Hay mucho puestos incómodos por lo difíciles en los niveles de dirección de un partido político. Ser secretario de Organización es, por ejemplo, estar abonado a un calvario a menos que la formación política de turno se haya convertido en un ejército en el que la obediencia equivalga a la ausencia absoluta de discrepancia. Y hay que decir que, lamentablemente, hacia ese punto se dirigen hoy muchos de los partidos españoles.
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