El feminismo ha tenido muchos intentos y muchas épocas antes de que haya llegado el definitivo, o sea Irene Montero con las mangas caídas. No se puede hablar ya de las mujeres, no se puede hablar siquiera de una mujer, por ejemplo Juana Rivas, sin hacer una teoría del feminismo, que termina en Irene Montero como la música termina en Stockhausen. En el feminismo hay que contar a Hipatia, a las escritoras románticas, a las sufragistas con estética de señoras de Tacañón del Todo (recuerden Historias de la frivolidad de Ibáñez Serrador), a Marie Curie y a Clara Campoamor y a Simone de Beauvoir, claro, para llegar, de nuevo, a Irene Montero. Igual que hay que ir mirando que también fueron feminismo el pantalón, el bikini, la minifalda y la píldora, para terminar en el Día del hiyab.
Irene Montero no es sólo una ministra en un ministerio, que ya ha habido muchas. Irene Montero es la primera ministra que ha feminizado, o mejor dicho, despatriarcado un ministerio. Lo de Juana Rivas, que es a lo que yo quería ir, ha pasado porque el mundo aún no está despatriarcado. Pero Montero demuestra que es posible, empezando por los propios búnkeres que se han hecho los señoros del poder. Los ministerios que construían los hombres les salían todos como cuarteles o como ateneos. Eran ministerios con más cura que ministro, todavía como un club de fumadores, como unos despachos del Real Madrid, todo masculino con colores de brandy, de billar, de guante de conducir, de maqueta de tren, de armería. Al ministro se le esperaba y se le llevaba la comida como a un coronel, se escuchaba en sus estancias el laborioso silencio de los puros y de los papeles, ese humo de pensar que ennoblece las maderas y los vinos. Hubo ministras, pero parecían también señoros travestidos como Dustin Hoffman. Con Irene Montero se ha acabado eso. Basta ver lo que han hecho en su ministerio. Aunque todavía era demasiado pronto para Juana Rivas.
A Irene Montero le han hecho una fiesta de cumpleaños en el ministerio, como si fuera una maestra de guardería. Sus trabajadoras, sus amigas, sus compañeras, sus hermanas, que no sé cómo se consideran, más algún varón que había también por allí, la sorprendieron con una tarta y le cantaron el cumpleaños feliz. Esto tiene que ser el despatriarcado, desde luego. No me imagino yo que alguien le hiciera eso a Solchaga, a Montoro, a Boyer. Que les trajeran una tarta, ni un futbolín tampoco, por poner algo de machito. Tienen que ver el vídeo, con esas chicas paseando la tarta y la cámara por las estancias ministeriales. Con ese movimiento iban vaciándolas de machismo y peste a cuero, y era una ceremonia purificadora realmente, como de feminísimas brujas celtas. Esas cosas, cantarle al ministro, llevarle una tarta, ponerse a lo mejor diademas de antenitas con estrellas (no sé si alguna la llevaba), eso no lo hace el patriarcado, porque para el macho todo es competición escrotal. Ministerios con el cumpleaños de Parchís, ministras con matasuegras, gobernar con la nariz manchada de nata, la sororidad manifestándose en una ceremonia no de guerra sino de dulzura y diversión.
Cuando veamos volar las plumas de almohada, pero no en los ministerios, sino en toda la sociedad despatriarcada, por fin se habrá conseguido. Y Juana Rivas será otra heroína
Irene Montero podía parecer que soplaba las velitas como cualquier quinceañera de instituto, esclava aún del amor romántico y de las canciones de Dirty dancing; que era como cualquier secretaria de Mad men agasajada en el cuarto de las fotocopias. Podía parecer que con sus amigas o hermanas no hacía más que volver al salón de chal y chimenea de Mujercitas (eso también es feminismo) o a una siesta en pololo como Escarlata O’Hara. Pero no, lo que hacían Montero y su corte era despatriarcar el ministerio, ese espacio masculino de cuartel, o sea sustituir el falo cachiporra por un merengue de besitos de animadora.
El feminismo ha tenido que recorrer un largo camino hasta llegar a estos avances. Lo doloroso es que ese triunfo todavía se queda en eso, en un ministerio con fiesta de pijamas. Juana Rivas aún se enfrentaba al mundo sin despatriarcar, al mundo masculino lleno de sillones de orejas y recuerdos de la Nochevieja de Sabrina. Sus amigas, sus hermanas, intentaron apoyarla, intentaron envolverla en ese merengue y esos lacitos de la sororidad. Pero resulta que hay leyes de hombres que no entienden el amor ni las mentirijillas de una madre. En Italia, fíjense, patria de Berlusconi y las Mamachicho, han desestimado todas sus denuncias y hasta han considerado a su ex pareja un “padre atento y modélico”, como si eso existiera, como si existiera el macho inocente.
Aún es pronto para Juana Rivas, aún dicen que sustrae a sus hijos y aún dirán que las lágrimas de esclavitud patriarcal no son prueba de verdad. Pero el feminismo ya ha llegado al final de su historia. Irene Montero monta fiestas de cumpleaños en el ministerio y pronto llevarán unicornios y quizá hiyab. Eso también es feminismo, si se mira con el espíritu limpio. El feminismo es esto, el feminismo es Irene Montero. Ya se están conquistando los espacios machos, ya se empiezan a barrer los pelos de bigote de los políticos coroneles e incluso de las políticas coronelas, y las mujeres libres han empezado a hacerse regalos, a abrazarse, a traspasar las clases, los escalafones, las brechas salariales, incluso a besarse en los ministerios. Cuando veamos volar las plumas de almohada, pero no en los ministerios, sino en toda la sociedad despatriarcada, por fin se habrá conseguido. Y Juana Rivas será otra heroína.
El feminismo ha tenido muchos intentos y muchas épocas antes de que haya llegado el definitivo, o sea Irene Montero con las mangas caídas. No se puede hablar ya de las mujeres, no se puede hablar siquiera de una mujer, por ejemplo Juana Rivas, sin hacer una teoría del feminismo, que termina en Irene Montero como la música termina en Stockhausen. En el feminismo hay que contar a Hipatia, a las escritoras románticas, a las sufragistas con estética de señoras de Tacañón del Todo (recuerden Historias de la frivolidad de Ibáñez Serrador), a Marie Curie y a Clara Campoamor y a Simone de Beauvoir, claro, para llegar, de nuevo, a Irene Montero. Igual que hay que ir mirando que también fueron feminismo el pantalón, el bikini, la minifalda y la píldora, para terminar en el Día del hiyab.
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