Convengamos en que hay que tener el corazón aseteado por un fuerte trauma para levantarse un buen día de la cama y escribir en Facebook lo siguiente: "Yo me cago en Dios y me sobra mierda para cagarme en el dogma de la santidad y virginidad de la Virgen María".

La falta de respeto a las creencias siempre me ha parecido el recurso más fácil para que los débiles de mente y los escasos de entendederas se hagan de notar. A fin de cuentas, llamar la atención de forma premeditada suele ser sinónimo de idiocia.

En el caso de Willy Toledo, parece añadirse un ingrediente adicional; y es que lo hace para tratar de exhibir cierta superioridad moral o intelectual sobre los cristianos. No sobre las corruptelas eclesiásticas ni sus más repugnantes metamorfosis, como el nacionalcatolicismo de rosario, crucifijo, moralina, moqueta y revancha. Lo hace contra quienes tienen fe en Dios, como se puede deducir de sus palabras.

Una cosa es penar que alguien apele a “matar a los rojos y las mujeres” y otra es prohibir a los nostálgicos que queden una vez al año en la Plaza de Oriente para gritar “viva Franco”.

Se ha popularizado el mantra de que las redes sociales son capaces de sacar lo peor que encierran los hombres dentro de si mismos y niego la mayor. En realidad, son herramientas que han hecho aflorar la rabia que hasta hace no mucho estaba situada en una zona de la sociedad que carecía de altavoces. También han permitido apreciar que una buena parte de quienes nos rodean consideran el insulto como argumento irrebatible. Entre ellos, Toledo, a quien el sol de la intelectualidad no le ilumina directamente la mayor parte de los días.

Vicios heredados

Dicho esto, el hecho de que haya tenido que sentarse esta semana en el banquillo como acusado de ofender los sentimientos religiosos causa sonrojo y sólo puede ser defendido por quienes son incapaces de frenar a esa pequeña criatura totalitaria que llevamos dentro, que es la soberbia. Los tipos penales que castigan la blasfemia son atávicos y deberían ser desterrados de cualquier sociedad que respete la libertad, pues sirven más para aplicar revanchas que para garantizar el respeto mutuo. A fin de cuentas, las faltas de respeto van a existir lo recoja o no el Código Penal. La diferencia entre unas y otras será la actitud activa o pasiva de los denunciantes.

El que Willy Toledo se haya tenido que sentar esta semana en el banquillo como acusado de ofender los sentimientos religiosos causa sonrojo y sólo puede ser defendido por quienes son incapaces de frenar a esa pequeña criatura totalitaria que llevamos dentro

La historia de la sátira no sería igual de encantadora si no existiera la figura del Obispo de estómago gigantesco y tragaderas aún mayores.

La comedia es quizá el mejor digestivo para los problemas cotidianos y, cuando se presenta con un componente de transgresión, cobra forma de misil. Bien dirigido, puede derribar pilares y tópicos que han dejado de ser necesarios.

Hubo un tiempo en el que la religión dejó de estar en el centro de la vida de una gran parte de los hombres, pero no así en los núcleos de decisión del Estado. Ahí, un “me cago en Dios” tenía un toque de heroicidad. Hoy, es sólo una burda ofensa.

En cualquier caso, la posibilidad de ser condenado por una blasfemia es todavía más absurda que el hecho de que alguien deposite sus desechos en la bóveda celeste para hacerse de notar.

Primero, porque legislar sobre algo tan subjetivo como los sentimientos no deja de ser un ejercicio de 'populismo punitivo'. Y, segundo, porque la libertad de expresión siempre debe de prevalecer sobre la capacidad del receptor de ofenderse.

No han sido fáciles los últimos años, pues a la precarización de las empresas periodísticas se ha unido una cierta tendencia de los partidos a cuestionar algunas formas de libertad de expresión, que son fruto, en buena parte, de su estúpida batalla ideológica.

Hace unos meses, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida -que en ocasiones parece que no ha salido muchas veces mucho más alla del portal de su casa-, consintió la suspensión de un concierto del grupo Def con Dos porque su líder, César Strawberry, había sido condenado por apología del terrorismo. No piensen en acciones subversivas que pusieron en riesgo la seguridad nacional, no. Fue por unos tuits totalmente desafortunados. Pero que no deberían ser motivo de condena.

El delito de ser franquista

El Gobierno quiere ahora dar un paso más allá y volver a tocar el Código Penal para que recoja como delito la “apología del franquismo”. Desde luego, es curiosa la forma con la que utilizan Pedro Sánchez y los suyos la dictadura militar para camuflar su 'ortodoxia' en temas económicos -Calviño-Escrivá- o de Interior. Para justificarse ante la parte de su electorado que más liturgia ideológica necesita.

Sería un enorme error llevar a término esta medida y la razón la expresó el otro día con una enorme claridad el propio Willy Toledo: una cosa es penar que alguien apele a “matar a los rojos y las mujeres” y otra es prohibir a los nostálgicos que queden una vez al año en la Plaza de Oriente para gritar “viva Franco”.

Generalmente, a este tipo de iniciativas, que pretenden moldear, añadir y hacer tachones en el Código Penal, se les llama “legislar en caliente”. Especialmente, cuando trasciende un crimen mediático y crece la indignación en la población.

Este articulista prefiere llamarlo legislar con profunda idiocia. Es bastante más acertado y, desgraciadamente, habitual.

Convengamos en que hay que tener el corazón aseteado por un fuerte trauma para levantarse un buen día de la cama y escribir en Facebook lo siguiente: "Yo me cago en Dios y me sobra mierda para cagarme en el dogma de la santidad y virginidad de la Virgen María".

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