Alfonso Alonso se había instalado en un regionalismo de merluza a la vasca y a lo mejor el PP no está ahora para regionalismos, que al final terminan siendo los sacristanes enaguados de los nacionalismos. Lo de Feijóo se consiente porque gana, pero todo el día con el botafumeiro y la marejadilla sentimental y santera del galleguismo no contribuye a un discurso de Estado, a un discurso moderno, que es lo único que tiene la derecha civilizada para oponerse a los nacionalismos étnicos y joseantonianos y al populismo antipolítico del sanchismo. Feijóo no usa ni la marca del PP, le bastan su cara y su manera especial de hacer política como de hacer empanada. A Alfonso Alonso, que no ganaba nada y encima no quería a Cs, no le han servido ni su cara sufridora ni su contemporización con el vasquismo juramentado, y ya ha dimitido o lo han dimitido. El nuevo candidato, Iturgaiz, viene del fondo de armario del aznarismo, pero uno lo ha visto reestrenarse con contradicciones y cierta anacronía de recién despertado de la tumba gótica con claro de luna que eran sus labores europeas.
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