Alfonso Alonso se había instalado en un regionalismo de merluza a la vasca y a lo mejor el PP no está ahora para regionalismos, que al final terminan siendo los sacristanes enaguados de los nacionalismos. Lo de Feijóo se consiente porque gana, pero todo el día con el botafumeiro y la marejadilla sentimental y santera del galleguismo no contribuye a un discurso de Estado, a un discurso moderno, que es lo único que tiene la derecha civilizada para oponerse a los nacionalismos étnicos y joseantonianos y al populismo antipolítico del sanchismo. Feijóo no usa ni la marca del PP, le bastan su cara y su manera especial de hacer política como de hacer empanada. A Alfonso Alonso, que no ganaba nada y encima no quería a Cs, no le han servido ni su cara sufridora ni su contemporización con el vasquismo juramentado, y ya ha dimitido o lo han dimitido. El nuevo candidato, Iturgaiz, viene del fondo de armario del aznarismo, pero uno lo ha visto reestrenarse con contradicciones y cierta anacronía de recién despertado de la tumba gótica con claro de luna que eran sus labores europeas.
El pacto del PP y Cs tiene algo de pacto civilizatorio ante el caos y ante las supersticiones nacionalista y sanchista. Pero Iturgaiz, que ha cogido el micrófono como un resucitado cogería un cigarro, con instinto, ansia y torpeza, ha empezado por pedirles la confianza a los votantes de Vox y, a la vez, a Vox. Esto es paradójico y mareante, querer quitarle los votantes a Vox y a la vez pedir su colaboración contra el “fasciocomunismo” (Iturgaiz ha vuelto así, con un lenguaje de ráfaga). Pero lo que ocurre, insisto, es que creo que el PP se equivoca cada vez que olvida que Vox es sanchismo, que es el contrapeso que necesita el sanchismo igual que el que necesita un ascensor. Todos en un ascensor pensamos en el contrapeso sin mencionarlo, en que nos empuja la gravedad de un ahorcado o de un ataúd cargado de piedras, que es justo en lo que se puede convertir nuestra cabina si el otro lado se rompe. En su hilo musical, en su ascensor de reja y mozo y perfumerías y clases, como un ascensor del Titanic, está Sánchez todo el tiempo pensando si se le romperá Vox y se precipitará con todos sus porteadores y sombrereras a la insignificancia de donde proviene.
El PP se equivoca cada vez que olvida que Vox es sanchismo, que es el contrapeso que necesita el sanchismo igual que el que necesita un ascensor
No vamos a hacer otra teoría de Vox, pero yo creo que Vox es un populismo fetichista de derechas, fake y simplón, con lenguaje ridruejista y calzoncillo medieval. Pero no sé si puede considerarse nacionalista teniendo ya Estado. El nacionalismo tiene que conseguir Estado para su mito, para su imperio, para su raza; para eso se juramentan y para eso se inventan el mito, el imperio y la raza. A menos que Vox sueñe con el imperio que cantaban Los Nikis, Vox sólo es un patriotismo esencialista, xenófobo, tradicionalista y también herderiano. De todas formas, Vox aún estaría bastantes pasos por detrás de los nacionalismos socios de Sánchez, aún más esencialistas, xenófobos, tradicionalistas y herderianos, y que además cuentan con milicias de la fogata, del acoso y del asesinato civil. Y no sólo del asesinato civil en el caso de Bildu, y de los que recogían sus nueces ya con forma de calavera. De Vox aún no conocemos que hayan incendiado nada, salvo los diccionarios y los tratados de lógica, ni que hayan pegado tiros, salvo lo de Ortega Smith practicando el Kamasutra con un fusil.
Importa lo que es Vox, pero también importa para qué sirve. Y ahora, sólo sirve para regalarle a Sánchez la caricatura del fachilla así como de Los Morancos, que Vox ofrece además con gusto, con esa altanería chocante, latera, antigua y fondona del picador. A esa caricatura se le adosa luego desde el centro hasta la socialdemocracia que no hay (no sólo Savater es fascista, sino también González y Guerra) y ya sólo quedan Sánchez y sus socios como demócratas. Y ahí está la clave, porque, más que nada, Vox, ese espantajo con guantelete en el paquete, le sirve a Sánchez para distraer de que la ultraderecha más numerosa, poderosa y en forma es la que le presta auxilio a él. Sánchez no es de izquierda ni es de nada, y a falta de poder hacer izquierda (ni Podemos la hace, defendiendo elitismos burgueses y derechos de la sangre), Sánchez se construye una derecha ridícula.
Iturgaiz anda mareado después de un tiempo como emparedado en las criptas europeas, y aunque lo del fasciocomunismo no es mala definición del caos sanchista, ahora sale hablando de Abascal como de un compañero de la mili, metiendo a todos en ese ascensor de Sánchez. Lo que debería hacer Iturgaiz, y todo el PP, es explicarles a los votantes de Vox, y a los demás, que Vox es la novia de Frankenstein de Sánchez y que para defender la Constitución, la ley y la igualdad de los ciudadanos no hace falta acogerse a sus mentiras, ni a sus fobias, ni a sus prejuicios, ni a sus complejos, ni a su desfile de cupleteras cuarteleras. Es más, es contraproducente. Pero no es en Euskadi donde va a estar la pelea contra el sanchismo, y por eso estas cosas tan básicas las debería decir Casado, al que cada vez veo más como con sordina o con gripe política. A Iturgaiz, por su parte, mejor dejarle que se despeje y que le pida consejo y tabaco a Mayor Oreja, a ver si consigue no hacer ni regionalismo de mesón ni cruzada toledana.
Alfonso Alonso se había instalado en un regionalismo de merluza a la vasca y a lo mejor el PP no está ahora para regionalismos, que al final terminan siendo los sacristanes enaguados de los nacionalismos. Lo de Feijóo se consiente porque gana, pero todo el día con el botafumeiro y la marejadilla sentimental y santera del galleguismo no contribuye a un discurso de Estado, a un discurso moderno, que es lo único que tiene la derecha civilizada para oponerse a los nacionalismos étnicos y joseantonianos y al populismo antipolítico del sanchismo. Feijóo no usa ni la marca del PP, le bastan su cara y su manera especial de hacer política como de hacer empanada. A Alfonso Alonso, que no ganaba nada y encima no quería a Cs, no le han servido ni su cara sufridora ni su contemporización con el vasquismo juramentado, y ya ha dimitido o lo han dimitido. El nuevo candidato, Iturgaiz, viene del fondo de armario del aznarismo, pero uno lo ha visto reestrenarse con contradicciones y cierta anacronía de recién despertado de la tumba gótica con claro de luna que eran sus labores europeas.
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