Sostiene Carlos Iturgaiz que quiere "recuperar al votante del PP de toda la vida". Seguramente le invade la nostalgia de aquellos más de 300.000 vascos que votaron al PP en las elecciones autonómicas de 2001, cuando él era líder del partido y Jaime Mayor su cabeza de cartel.
Está bien que el nuevo candidato a lehendakari (una vez defenestrado Alfonso Alonso, un hombre serio y cabal que probablemente se haya equivocado al echar un pulso que no podía ganar) quiera recuperar el terreno perdido, aunque el objetivo se antoje imposible.
El problema es saber dónde han ido a parar los más de 200.000 votos que ha perdido el PP en los últimos veinte años. Equivocarse en eso -dónde tiene un partido su clientela- es probablemente el peor error que se puede cometer en política.
En principio, la idea de Pablo Casado de acercarse a Ciudadanos con el objetivo de confluir en un sólo partido en un futuro no muy lejano parece razonable si la orientación es dirigirse hacia el centro. Albert Rivera construyó un proyecto -cuyo testigo ha recogido con todo merecimiento Inés Arrimadas- liberal y sensato que concitó el apoyo de millones de personas. La fusión PP/C's implicaría una recomposición del centro derecha mirando a su lado más centrista, más moderado, más moderno.
Por eso suena incoherente escuchar al mismo Iturgáiz alabar la colaboración con Vox, su propuesta de extenderla a toda España.
Desde luego, ese mensaje de cariño a Vox, que podría tener algún sentido electoral en otras comunidades, como, por ejemplo, Andalucía, Murcia o Madrid, donde el PP y Ciudadanos gobiernan gracias a Vox, carece de sentido en el País Vasco. El porcentaje de votantes del PP que se han ido al partido de Santiago Abascal es insignificante. En las elecciones autonómicas de 2016 Vox tuvo 774 votos, mientras que en las generales del 10 de noviembre (en plena euforia verde) logró 26.659 votos.
La dirección del PP tiene que decidir ya si está a Rolex o está a setas, si quiere centrar al partido o parecerse cada vez más a Vox
Guste o no, la mayoría de aquellos votos añorados ahora por Iturgaiz se han ido al PNV. Por ello, todo lo que sea aproximarse a Vox significa alejarse de esos votantes que, por lo general, son autonomistas y defensores del concierto vasco.
Estamos ante una cuestión crucial, esencial, que debería diferenciar al PP y a Ciudadanos del populismo de Vox. El partido de Abascal quiere reformar la Constitución, entre otras cosas, para reducir las competencias de las autonomías, especialmente de Cataluña y el País Vasco ¿Es eso lo que pretende Pablo Casado? Lo dudo, y por ello, debería establecer con nítida claridad qué es lo que va a defender la coalición en ese sentido, dado que Ciudadanos, al menos en otros tiempos, también reclamó la abolición de lo que calificaba como un privilegio.
Cuando se le echan piropos a Vox no se está debilitando a ese partido, sino todo lo contrario. Vox sostiene, entre otras lindezas, que Núñez Feijóo es el "Torra gallego". ¿Está de acuerdo con ello la dirección de Génova?
Esa tendencia a acariciar a Vox no sólo es dudoso que dé resultados electorales, en el sentido de que sus votantes se acerquen al PP como corderitos descarriados, sino que da al PSOE y a Podemos un arma potente y efectiva para arrinconar a la derecha en la esquina del populismo.
El presidente de la Xunta está jugando justamente a lo contrario: separar al PP de todo lo que huela a Vox. Pero, sobre todo, defendiendo un modelo de España que es el que se recoge en la Constitución: una España diversa, con culturas y lenguas diferentes, con maneras distintas de entender el ser español.
Para recuperar los cientos de miles de votos que se ha ido dejando el PP por el camino hay que trabajar en esa dirección, convenciendo a los votantes de Vox de que una vuelta al pasado no sólo sería nefasta para la convivencia, sino que, además, es imposible.
Casado debe aclarar hacia dónde va el PP, si, como dicen los vascos, está a Rolex o está a setas, si mira hacia Ciudadanos o se le cae la baba con Vox.
El centro derecha, para ganar, necesita sumar a los votantes de Vox, pero, al mismo tiempo, tiene que demostrar que ese proyecto político no es más que una reliquia del pasado.
Sostiene Carlos Iturgaiz que quiere "recuperar al votante del PP de toda la vida". Seguramente le invade la nostalgia de aquellos más de 300.000 vascos que votaron al PP en las elecciones autonómicas de 2001, cuando él era líder del partido y Jaime Mayor su cabeza de cartel.
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