A Perpiñán fue mucho la gente a ver a Marlon Brando untar la mantequilla, o sea, a hacerse la pajilla de la libertad, o a creerse que la libertad era como una pajilla. Una vez que el independentismo catalán se ha instalado en el autoerotismo de soga y fusta, ir a Perpiñán no significaba volver al antifranquismo de estación, ni a las estribaciones de la patria del pastor que regresa de la mili o del médico, sino al templo melancólico del alivio solitario. Brando parecía en aquella película más un pervertido de muñecas que de jovencitas, y la verdad es que Puigdemont tiene ya algo de señor que se ha encerrado a vivir con muñecas, como López Vázquez en aquella inquietante frikada que hizo una vez, No es bueno que el hombre esté solo.
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