El de Perpiñán ha sido el primer acto de campaña de Carles Puigdemont que ha logrado convocar a todos sus partidarios en un acto destinado sobre todo a demostrar su poderío entre el independentismo ante las pretensiones electorales de Esquerra Republicana y seguramente también ante su predecesor Artur Mas y ante los miembros del sector moderado de la antigua Convergencia Democrática de Cataluña, CDC.
Pero además de esto, que era el objetivo esencial de la convocatoria, de los discursos pronunciados ayer se comprueba que más tarde o más temprano los representantes de JxCat que están presentes en la Mesa de diálogo, bautizada por Pedro Sánchez como del Reencuentro, será dinamitada en cuanto Puigdemont tenga claro que le puede a ganar el pulso a ERC en unas elecciones catalanas que se convocarán cuando a él le convenga y se lo ordene a su vicario Torra.
Este ha sido un acto de JxCat en exclusiva: estaban absolutamente todos los que tienen algún tipo de representación política de ese partido, lo que contrastaba extraordinariamente con la ausencia de líderes de ERC. Únicamente Ernest Maragall, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, una de las portavoces de ERC en el parlamento catalán, Anna Caula, y algún vicesecretario de segunda fila hicieron ayer acto de presencia en la celebración puigdemoniana. Ellos mismos pudieron comprobar hasta qué punto era su partido objeto de la hostilidad de los asistentes cuando la intervención en video de Oriol Junqueras provocó el abucheo de algunos asistentes.
Pero el colmo fue que Puigdemont se permitió hacer una comparación realmente humillante para el líder republicano, cuando dijo: “Hay que luchar contra la represión, de Oriol Junqueras a Valtonyc”, metiendo en el mismo saco y tratando por el mismo rasero al hombre que por defender lo mismo que él defiende está en la cárcel -de momento, hay que decir- y el rapero mallorquín que comparte con el propio Puigdemont su condición de fugado de la Justicia española y refugiado en Bélgica.
La Mesa de Reencuentro tiene como destino fatal su dinamitación en cuanto a Puigdemont le venga bien convocar elecciones
Decía que la Mesa de Reencuentro montada entre el Gobierno y ERC tiene como destino fatal su dinamitación en cuanto a Puigdemont le venga bien convocar elecciones porque no hubo más que escuchar a una Clara Ponsatí en pleno frenesí independentista -se ve que se ha arrepentido de confesar que con la declaración de independencia iban de farol- cuando explicó bien a las claras la opinión que les merecía a los líderes fugados esta negociación con los ministros y el presidente: "Coreografías de mesas de mentira que solo quieren hacer ganar tiempo a Pedro Sánchez. No sirve de nada aplazar la independencia".
Este fue su diagnóstico y este fue su disparo a la línea de flotación de la estrategia de ERC, que intenta lo mismo que los de JxCat, es decir, la independencia de Cataluña, pero han comprendido ya el fracaso de su intento y parecen estar apostando por regresar a sus cuarteles y volver a intentar alcanzar su objetivo más adelante, una vez que hayan conseguido haber ensanchado la base social del secesionismo para estar en condiciones de dar el golpe definitivo. La vía unilateral no les parece ya posible.
Y ahí es donde les está esperando Puigdemont que, sin plantear en ningún momento ningún programa de actuación para construir su república, ha tenido la audacia de llamar a todo el independentismo a "preparar la lucha definitiva". "Ya no nos pararemos, ya no nos pararán", ha dicho a los suyos, entusiasmados una vez más con las promesas de lo imposible. Pero este discurso, puramente emocional, ha estado reforzado por la señora Ponsatí que ha aplaudido y agradecido su actuación a los causantes de los brutales disturbios del pasado mes de octubre en Barcelona.
Los partidarios de Puigdemont secundan la violencia, eso se pudo comprobar en aquellos terribles episodios y se confirmó ayer por boca de la antigua consejera de Educación de la Generalitat: "Os necesitamos más que nunca", exhortó a quienes ella llamó "los jóvenes que ganaron la talla de Urquinaona". Y quedó claro que la estrategia del líder de JxCat es la movilización permanente, incluida la repetición de los disturbios porque, aseguró, "el Estado español sólo escucha la voz de un pueblo movilizado. Éste es el camino".
El líder de JxCat se refería a la imposición por la fuerza de una movilización masiva con el propósito de dinamitar la estabilidad del país
Ni una sola mención por su parte a la Mesa de dialogo -o lo que sea esa mesa- y únicamente las ya apuntadas descalificaciones de ese intento de negociación por parte de Clara Ponsatí. En ese ambiente de fervor secesionista resultaban algo patéticas las apelaciones de Oriol Junqueras al éxito que en su opinión supone haber "forzado al Estado a sentarse a negociar". Ese espíritu de victoria que intentaba transmitir el líder secesionista desde la cárcel de Lledoners no armonizaba con el espíritu de victoria que exhibía Puigdemont desde el escenario porque el éxito del que hablaba Junqueras derivaba de una negociación y el líder de JxCat se refería a la imposición por la fuerza de una movilización masiva con el propósito de dinamitar la estabilidad del país.
Independientemente del pequeño detalle de que esa mesa de dialogo no supone ninguna negociación con el Estado, del que forman parte, les guste o no, todos los asistentes a ella, porque es una negociación con el Gobierno, que no es lo mismo ni tiene las mismas consecuencias; no está nada claro, y desde ayer lo está mucho menos, que las aspiraciones de Junqueras de ganar las elecciones catalanas para poder dirigir desde la Generalitat el futuro camino de un proceso independentista al que jamás renunciará, se vayan a cumplir.
Si el independentismo catalán en general se nutre de símbolos, de fantasías, de promesas jamás consumadas y sobre todo de emociones, el que encarna Puigdemont lo hace en grado sumo, extremo, agudo. Y en ese campo, en el que la parroquia secesionista responde con frenesí y voy a decir que con fanatismo, el fugado de Waterloo tiene muchas posibilidades de volver a escamotearle a ERC la victoria.
Esta es una batalla entre dos apuestas imposibles en la que el presidente del Gobierno juega el papel de siseñor sin posibilidad alguna de ganar su parte de la jugada. El drama es que en esta peligrosísima aventura ha embarcado a todos los españoles.
El de Perpiñán ha sido el primer acto de campaña de Carles Puigdemont que ha logrado convocar a todos sus partidarios en un acto destinado sobre todo a demostrar su poderío entre el independentismo ante las pretensiones electorales de Esquerra Republicana y seguramente también ante su predecesor Artur Mas y ante los miembros del sector moderado de la antigua Convergencia Democrática de Cataluña, CDC.
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