Junqueras ha salido de la cárcel para dar clases, pero la verdad es que para eso tampoco hacía falta abandonar la celda, que él ya estaba convirtiendo como en la Altamira de una nueva civilización a base de muescas y auroras. En la cárcel él ya era pedagogía, él ya era ejemplaridad, él ya era una sabiduría de suspiritos y orgullosas soledades, como la de un bibliotecario solterón. Él enseñaba sólo con la postura, con la disposición, con la actitud, como un Buda levantando una mano, igual que aquella enfermera que te pedía silencio en los carteles de los ambulatorios de antes, con la cariñosa amenaza de la aguja detrás. Junqueras hasta enseñaba allí a los presos, enseñaba cosas de gente con gafas, que a los presos les servía más que nada para reírse de nuevo, como en el colegio y en la calle, de los que llevan gafas.
Pero el independentismo es pedagógico de una manera cimarrona, es verdad. No basta un fraile preparándote el infierno en su celda mientras lee libros encuadernados de clavos y enrosca su jergón como la Torá. Igual que no basta Puigdemont en el último pupitre del Parlamento europeo, haciendo barquitos de papel, y tiene que irse a Perpiñán ahí como con una banda de moteros cantajuegos. Hacen falta espacio, gente, eco, trote, porque las ideas independentistas no tienen demasiado fuste, o no importan en realidad. Es su fuerza lo que importa. Por eso no les preocupa parecer ridículos ni frikis, vestirse de Mr. Proper o de luchador mexicano con la estelada, prender hogueras nocturnas tocando la flauta, hacer performances con coreografía de anuncio de compresa y tal. Necesitan aire, público, amontonamiento, insistencia. Descampados como para carreras de sacos, la calle con nieve de incendios, la tele repitiendo lo suyo una y otra vez como la furgoneta del tapicero, y la apostólica universidad con más góspel que ciencia.
A la que han podido, claro, han dejado que Junqueras vaya no a enseñar, sino a hacer fuerza. Ya digo que el independentismo siempre es pedagógico aunque sólo sostenga una tacita de porcelana (nunca la sostendrán igual que un andaluz, y lo sé porque conozco algunos que parecen tomar café como enseñándote ya la superioridad de su civilización así como japonesa). El independentismo siempre es pedagógico, insisto, y desde luego es lo mejor si uno quiere aprender sobre la antirrepública, la antihistoria y la antidemocracia. Pero Junqueras no sale a enseñar, sino a contribuir a las aglomeraciones sentimentales, esta vez alrededor de su presencia fundente.
En la cárcel él ya era pedagogía, él ya era ejemplaridad, él ya era una sabiduría de suspiritos y orgullosas soledades, como la de un bibliotecario solterón
La pedagogía del independentismo es la pedagogía de su fuerza, inmune a la razón, a la ética y a la estética, pero a mí me encantaría asistir a las clases de Junqueras. Va a dar, nada menos, un curso de historia del pensamiento occidental. Me pregunto cómo lo enfocará. A Bertrand Russell ya le afearon su Historia de la filosofía occidental por demasiado crítica o parcial. A Michel Onfray lo despellejan porque se atreve a decir que la filosofía ha sido sobre todo el triunfo de la perversa irracionalidad del idealismo frente al sano pero denostado materialismo. La historia del pensamiento occidental se desarrolla sobre todo en la tensión entre el Estado, el individuo y Dios (o sus representantes). Me gustaría ver cómo Junqueras desarrolla esto sin ir a parar directamente a 1939. Y cómo justifica lo suyo, la modernidad, la vigencia, el futuro de los nacionalismos sentimentales y románticos después de repasar todo lo que ha vivido Occidente.
Junqueras tendría que ir por la vía que odia Onfray, por la del idealismo irracionalista y llagoso, que es de donde vienen las naciones románticas, los suicidas con violín y los monjes con flagelo. Pero iría tropezándose con mucha gente en su curso. No tengo espacio aquí para explayarme, pero se tropezaría con Kant y con Stuart Mill, con el ser humano como fin en sí mismo y con la libertad de elegir ese fin. Y se tropezaría con Locke y todo el liberalismo, que por fin pudo conjugar las esferas del individuo y del Estado de una manera satisfactoria. Desde entonces, lo que no ha sido liberalismo sólo ha sido totalitarismo. El Estado nacional al principio es simplemente privado, propiedad de las monarquías. La nación romántica es una fantasmagoría hecha con esas herencias y sentimientos de camastro. Los fascismos y comunismos sólo toman para el Estado el lugar del Dios medieval. Únicamente el Estado liberal inaugura la política moderna, al fundamentarse en la igualdad, la libertad y el imperio de la ley. O sea, más Estados Unidos que esa Prusia mediterránea que se imaginan los catalanistas. Cómo defender, pues, sin parecer lo que eres, que el individuo se reduzca a mero medio para la “catalanidad”, y la bondad de un Estado teológico donde ya no hay ciudadanos sino fieles criaturas que definen sólo en la Nación su existencia y su esencia.
Sí, me gustaría estar ahí en ese curso y levantar la mano de vez en cuando. A lo mejor Junqueras tiraba la tiza y se volvía a la Altamira ahumada de su celda. Pero no se trata de enseñar ni de iluminar, porque su nueva civilización suena a latinajo. Se trata sólo de la pedagogía de la fuerza. Aunque ahora la justicia europea le vuelva a dar un palo, poder salir a hacer de poeta muerto del pensamiento occidental unos meses después de haber sido condenado a 13 años de cárcel es manifestar mucha fuerza. Teniendo eso y una nación de millones de teletubbies, quién necesita filosofías.
Junqueras ha salido de la cárcel para dar clases, pero la verdad es que para eso tampoco hacía falta abandonar la celda, que él ya estaba convirtiendo como en la Altamira de una nueva civilización a base de muescas y auroras. En la cárcel él ya era pedagogía, él ya era ejemplaridad, él ya era una sabiduría de suspiritos y orgullosas soledades, como la de un bibliotecario solterón. Él enseñaba sólo con la postura, con la disposición, con la actitud, como un Buda levantando una mano, igual que aquella enfermera que te pedía silencio en los carteles de los ambulatorios de antes, con la cariñosa amenaza de la aguja detrás. Junqueras hasta enseñaba allí a los presos, enseñaba cosas de gente con gafas, que a los presos les servía más que nada para reírse de nuevo, como en el colegio y en la calle, de los que llevan gafas.
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