El coronavirus ha infectado a la economía mundial sin discriminar por zonas de riesgo. Las bolsas se desploman (al pánico por el Covid-19 se añade la guerra de precios en el mercado del petróleo entre Rusia y Arabia Saudí) y los gobiernos preparan planes de contingencia que tendrán un elevadísimo coste y que supondrán, en el caso de la zona euro, la revisión de los objetivos de déficit y de deuda. El primer ministro italiano Giuseppe Conte anunció anoche el cierre de fronteras... No estamos a las puertas de una nueva recesión todavía, pero sí ante un empeoramiento significativo de las perspectivas económicas globales: la ralentización ya es un hecho.
El dinero reacciona con miedo y se refugia en la deuda pública (los bonos de EEUU y Alemania) y, con su comportamiento irracional, acelera los efectos de la epidemia. Pero no hay manera de frenarlo. La decisión este lunes en Wall Street de suspender la cotización de manera momentánea ante la avalancha de órdenes vendedoras es un pequeño parche ante el tsunami que se nos viene encima.
Los humanos reaccionamos mal ante lo desconocido. Las sociedades desarrolladas se paralizan ante la inseguridad. La seguridad (seguridad jurídica, política, sanitaria, etc) es sinónimo de estabilidad, de bienestar. Estamos acostumbrados a que todo funcione, por eso cuando hay un corte de energía eléctrica y se va la luz el mundo se nos viene encima.
Ante la incertidumbre los gobiernos han reaccionado de forma un tanto espasmódica y, a veces, contradictoria. El gobierno italiano, por ejemplo, decidió el pasado fin de semana aislar a una población de 16 millones de personas que viven en las provincias del norte, las más pobladas. Pero, como ha reconocido el primer ministro Conte en una entrevista a La Repubblica, la información se filtró irresponsablemente horas antes de que se pusiera en marcha el plan de aislamiento y miles de personas tuvieron la oportunidad de trasladarse al sur de Italia, lo que ha limitado significativamente el fin que se pretendía. De hecho, se ha visto forzado a ampliar la medida a todo el país. Italia está desde anoche cerrada.
En España, hasta este lunes, se había producido una gestión de la crisis sin fisuras políticas. Ni la oposición ni las Comunidades Autónomas (que tienen cedidas las competencias sanitarias) habían cuestionado la política seguida por el Ministerio de Sanidad, pero ya han aparecido las primeras grietas. Pablo Casado ha criticado a Sánchez por no dar la cara y ha propuesto su propio plan de diez puntos para combatir la extensión del virus. Afortunadamente, por la tarde hubo una conversación entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición que garantiza la unidad de acción.
Todos los organismos internacionales y los gobiernos se verán obligados a revisar sus previsiones: habrá menos crecimiento, más paro y mayor indisciplina fiscal
La ruptura del consenso hubiera supuesto llevar a la batalla política una crisis sanitaria que se va a prolongar durante meses y que da pie a exageraciones, demagogia y noticias falsas. La unidad es la mejor forma de combatir la psicosis.
Al margen de ese peligro que se difumina, lo que los ciudadanos ven todos los días es la transmisión de mensajes y medidas equívocas. Al mismo tiempo que el gobierno vasco suspende las clases de colegios, institutos y universidades en Vitoria, se celebran acontecimientos deportivos o manifestaciones sin ningún control. Mientras se habla de celebrar a puerta cerrada los partidos del Valencia con el Atalanta o del Barça con el Nápoles, todo está listo para celebrar las Fallas en Valencia, que concentran a cientos de miles de personas que vienen de todo el mundo (Italia inluida, por supuesto).
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, de acuerdo con el ministro Salvador Illa, anunció la suspensión de todas las clases, desde las guarderías a la universidad, a partir de miércoles. También se recomienda a las empresas que puedan hacerlo que pongan en marcha el teletrabajo. Estas medidas no tienen precedentes y suponen una alteración sustancial de la rutina y las costumbres de cientos de miles de ciudadanos.
Conte decide poner en cuarentena a toda Italia. Una medida sin precedentes que demuestra el fracaso de las políticas aplicadas hasta ahora
A diferencia de otras pandemias (Sars, ébola, etc.) la del Covid-19 está afectando no sólo a los que presentan síntomas de haberla contraído, sino a todo el mundo, enfermos, dudosos y sanos.
Aislar a ciudades o regiones enteras, suspender la asistencia a las clases o recomendar el teletrabajo en las empresas que pueden hacerlo, no garantiza el freno a la extensión del virus. Parecen medidas profilácticas propias de la Edad Media, muy efectistas, pero poco prácticas.
Mientras se descubre una vacuna efectiva (a lo que las empresas farmaceúticas y los gobiernos deberían dedicar todos sus esfuerzos) la mejor forma de combatir el miedo es que las autoridades a todos los niveles (europeo, nacional, autonómico y local) actúen de forma coordinada y con unos protocolos similares. La transparencia y la comunicación son claves para que la población no sobrereaccione ante un fenómeno que ya ha provocado un primer efecto irreversible: que se tambaleen los cimientos de la economía mundial.
El coronavirus ha infectado a la economía mundial sin discriminar por zonas de riesgo. Las bolsas se desploman (al pánico por el Covid-19 se añade la guerra de precios en el mercado del petróleo entre Rusia y Arabia Saudí) y los gobiernos preparan planes de contingencia que tendrán un elevadísimo coste y que supondrán, en el caso de la zona euro, la revisión de los objetivos de déficit y de deuda. El primer ministro italiano Giuseppe Conte anunció anoche el cierre de fronteras... No estamos a las puertas de una nueva recesión todavía, pero sí ante un empeoramiento significativo de las perspectivas económicas globales: la ralentización ya es un hecho.
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