Creo no equivocarme si digo que la última vez que hablé con él fue el martes 24 de marzo. Pero después de muchos cientos de llamadas producidas en el escaso período de tres años, ésta última la recuerdo breve, insustancial y muy lejana en el tiempo tras lo sucedido después.
Francisco Hernando Contreras, más conocido como El Pocero, fue un hombre bueno. Injustamente estigmatizado por quienes de manera ligera y sin conocerle, se permitieron el lujo de juzgarle a él y no de valorar adecuadamente sus actos de generosidad que de manera frecuente tuvo con mucha gente necesitada fruto de una sensibilidad extrema por los problemas ajenos. Si alguna nota caracterizó la personalidad de Francisco Hernando fue precisamente ésa, su incapacidad para impermeabilizarse frente a la necesidad de la gente humilde, con quienes se sentía absolutamente identificado. Nunca perdió la conciencia de sus orígenes y tuvo siempre presente su humilde condición de maestro pocero de la que, hasta su muerte, se sintió siempre orgulloso expresándolo públicamente aun siendo conocedor de los recelos y las envidias que en algunos despertaba el progreso del modesto.
Fue precisamente eso, la aspiración por ayudar a medrar a aquéllos con quienes creció, lo que unido a una enorme pero sana ambición y deseo de superación, le llevaron a realizar obras mastodónticas de extraordinaria talla que le valieron el reconocimiento público de muchos y, lo que para él era mucho más importante, el agradecimiento privado y personal de quienes hoy tienen la suerte de disfrutar de su obra.
La obra de la que se sentía más orgulloso era la construcción del colector de Alcalá de Henares allá por 1970 cuando apenas tenía 25 años
Criticar la figura de Francisco Hernando por la rudeza o la tosquedad de una personalidad forjada a base de golpes sería lo propio de la miseria humana. Detrás de la irrelevante suntuosidad de que en momentos puntuales de su vida hizo gala como reacción a las carencias padecidas en su juventud, muchos tuvimos la suerte de conocer a una persona de fuerte carácter, profundamente inteligente pese a una total ausencia de estudios, buen amigo de sus amigos y enormemente agradecida con aquéllos a quienes debía gratitud.
En no pocas ocasiones durante estos últimos tres años, me reveló cuál era la obra de la que se sentía más orgulloso: la construcción del colector de Alcalá de Henares allá por 1970 cuando apenas tenía 25 años. Limitar su obra a la que constituye sin duda la brillante culminación de su carrera empresarial –las más de 8.000 viviendas construidas en Seseña– supone una visión reduccionista de una vida trufada de logros, de una historia de superación, de una pasión iniciada de niño; y, ya hoy, de un viaje emprendido a causa de una combinación de obstinación por permanecer junto a los suyos, y de generosidad hacia quienes consideró se encontraban en peor situación que él en un momento dramático de nuestra reciente Historia.
Paco Hernando, amigo, descansa en paz.
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