Han salido ataúdes en la portada de El Mundo, muertos de los que de repente tomamos conciencia en su número, en su tamaño, en su peso, al ver esos féretros que nos parecen altos como diligencias y brillantes como armadas incendiadas. Casi a la vez, TVE nos estrena una comedia sobre la cuarentena, que es justo lo contrario a ese peso de la realidad: la levedad de la inconsciencia, siempre más placentera pero menos humana. El ser humano sano, civilizado, prefiere siempre el conocimiento doloroso a la felicidad ignorante, propia sólo de niños, tontos, cobardes o fanáticos. Hay que desconfiar del que venga con esa felicidad ignorante como remedio o consuelo o evasión: o pertenece a una de esas categorías o le interesa que uno entre en ellas.
Salen ataúdes en las portadas, escalofriantes como un dominó de hueso, y en la televisión se hacen chistes sobre desinfectar naranjas. Pero no se trata de elegir entre el muerto y el humor, que a veces pueden ir juntos, ni entre el buitre y la paloma, que al final son aves de corral de la propaganda. Se trata de elegir el peso o la levedad, la consciencia o la huida. Cualquier otra dicotomía ahora es temporal, intercambiable y sobre todo falaz. No hay viles traficantes de cadáveres luchando contra Talía, musa de la comedia, esa señorita de escayola tan desconchada por el facherío.
Es la crítica lo que hace sublime y temible al humor, si no, lo que te queda es Arévalo. Y Diarios de la cuarentena sólo es Arévalo haciendo el gangoso en el cementerio
La comedia es tragedia más tiempo (esto puede ser de Lenny Bruce aunque lo dice también Alan Alda en Delitos y faltas de Woody Allen). Lo que le pasa a Diarios de la cuarentena es que en este caso el tiempo es cero y por eso se queda en tragedia. Cuesta evaluarla como humor, siquiera negro, porque es como ver a un payaso en un funeral, animando al personal con una margarita con chorrito. Alan Alda, por cierto, me hace pensar en MASH (serie, película y libro). MASH hacía humor con la Guerra de Vietnam, aunque se trasladara a la de Corea. No había terminado la guerra aún, pero ya era larga la tragedia, así que el tiempo permitía la ecuación Bruce-Allen. Sin embargo, MASH no era sólo una comedia aguda, sino una durísima crítica antibelicista. Es la crítica lo que hace sublime y temible al humor, si no, lo que te queda es Arévalo. Y Diarios de la cuarentena sólo es Arévalo haciendo el gangoso en el cementerio.
Nuestras autoridades han tardado menos en montar una comedia sobre el virus que en traer test útiles contra él, aunque tan significativo como su torpeza es su intención. La serie no es un divertimento, sino un intento de banalizar la epidemia. El personaje de Carlos Bardem, que en los créditos aparece simplemente como "el neurótico", siempre está desinfectándolo todo y habla de lo que puede durar el virus en una lata de atún o de lo peligrosa que es la carga viral de los niños para los ancianos, mientras su mujer lo mira con conmiseración. El personaje de Fernando Colomo también se inquieta por gente que tose lejos pero como con cara de mal de ojo.
La serie ridiculiza la preocupación por el virus y las precauciones más sensatas se tratan de neurosis. No es entretenimiento, sino propaganda de guerra. Y no ha comenzado con esta serie improvisada como una mascarilla de guatiné. Ya estaba en los informativos, llenos de matraca oficialista, optimismo de radiodespertador y hasta poemas hechos con lloviznas de palabras como "esperanza" o "calle". Ya estaba en ese programa, Todos en casa, que ha convertido el aburrimiento, los malos pelos y los chistosos de terraza de la cuarentena en una cosa de risa mellada, ternura y grima, como de Juan y Medio. Estaba hasta en las películas: “Siempre hay que mirar el lado bueno de la vida”, nos decían para presentarnos La vida de Brian, olvidando que la canción es paródica y no tiene nada de optimista, sino que es profundamente nihilista (como El sentido de la vida).
A nadie le dio por hacer una comedia sobre el 11-M, pero esta guerra es aún mayor, porque el manual de resistencia de Sánchez no permite la rendición
Esto es propaganda de guerra, en la que los muertos no existen o, si aparecen, sólo pueden hacerlo con armón de héroe o laurel de victoria. Cuando todos son payasetes en la ducha y drag queens en el balcón, TVE ha puesto una comedia justo encima de la tragedia, igual que una sábana sobre un muerto. Además, la ha puesto con prisa y torpeza, como si le hubiera dejado al muerto los pies fuera, provocando aún más dolor y rabia. A nadie le dio por hacer una comedia sobre el 11-M, pero esta guerra es aún mayor, porque el manual de resistencia de Sánchez no permite la rendición y él ya está vislumbrando la derrota.
Hay feos ataúdes a la vista que nos molestan como astillas para los aplausos, y hay un humor que da tanto miedo y tanta pena como las mentiras que se les cuentan a los niños sobre la vida y la muerte. El ser humano fuerte siempre preferirá la realidad dura y útil al ensueño placentero y vano. Pero elegir depende de nuestra necesidad y de nuestra valentía. Entiendo al que pide poder reírse con un meme o hasta con Arévalo en el fin del mundo; y al que apuñala una paellera consumido por la rabia. Entiendo hasta la propaganda de guerra, aunque no permito que la hagan pasar por terapia ni por compasión. En este caso, sin embargo, levantar la moral de una tropa en pijama puede no ser tan importante como la verdad que nos despierte contra la incompetencia, así sea con negros aldabonazos de ataúd.
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