Esto es lo que nos espera, ver a Pedro Sánchez cada quince días, toreando en una plaza vacía, con la gloria acostumbrada del fracaso, con el número triste y repetido del bombero torero alrededor del bicho de felpa del virus. Lo de Sánchez ya no son medidas ni alarmas, son pucheros y santiguamientos.
Sánchez detrás de ese atril con jarrillo de banderillero, después de correr detrás de los demás países del mundo, detrás de Europa, detrás de los científicos, detrás de la lealtad, detrás de Podemos, detrás de la derecha a la que luego insulta (él mismo o a través de Adriana Lastra), detrás del virus, detrás de algún pacto con nombre de rotonda, detrás de mascarillas y test de Avon, detrás de galeones llenos de ataúdes, detrás del Telediario y detrás de gente con desinfectante en el cinto, como vaqueros espaciales. Detrás con la lengua fuera pero el mentón alto, siempre atado como con barbuquejo.
Sánchez sólo intenta sobrevivir. Es una frase que le sirve siempre, sea contra Susana, ante Torra o en una fiesta del fin del mundo. Y sobrevivir consiste en robar tiempo. Tiempo para ver llegar al virus, para montarle la banda de música, para comprarles gafas de buzo a los científicos y a los médicos, y tiempo en general para prolongar la agonía no ya de la enfermedad, sino de la política. Ésa es otra palabra que sirve siempre para Sánchez: agonía.
Cada vez que veo esas autoridades, esos médicos resfriados de profesión, esos militares de ejército de recortable y esos técnicos ministeriales como de aerolíneas, me pregunto para qué quiere Sánchez la lealtad
España necesitaba agónicamente su investidura, y un Gobierno de progreso, y el diálogo, y sacar a Franco del cemento derretido de sus estatuas ecuestres, y cambiar la gramática machista que es como el lenguaje de los abanicos, y tantas otras agonías sucesivas, acumulativas e incluso inacabadas. Quiero decir que los indepes siguen esperando su negociación, Iglesias no sabe si es vicepresidente de España o de un campamento de vigilantes de piscina, el feminismo aún es un florero ministerial, y así.
Pero ganaba tiempo. Igual, ahora, España necesita agónicamente la lealtad, el pacto, y Sánchez lo exige como entonces, mirándose las uñas como una madrastra e insultando a esa oposición que debe aprobar sus alarmas y sus coches de bombero y su Nueva España, un proyecto wagneriano, como el Valhala de Wotan, que le tiene ya muy atareado aunque todavía esté el virus comiéndose el país igual que un gran queso.
Cada vez que veo esas autoridades de la crisis, esos médicos resfriados de profesión, esos militares de ejército de recortable y esos técnicos ministeriales como de aerolíneas, me pregunto para qué quiere Sánchez la lealtad. Tiene todos los poderes que se le pueden dar sin ponerle gorra de plato, tiene todos los funcionarios y todos los recursos del Estado, más todos los voluntarios con máquina de coser o respiradores hechos con el delco. Pero Sánchez necesita la lealtad, o sea el silencio sólo roto por campanazos de aplausos, para que nadie se dé cuenta de que se limita a navegar por la agonía y por el tiempo, buscando la siguiente urgencia o la siguiente distracción. Pero ya tenemos una urgencia encima, que es el virus. Consiga usted material, frene el contagio, y deje de pedir reverencias de cojo, señor presidente.
Sánchez dijo en su función que todo Occidente había llegado tarde al virus. No iba a ser él menos. Pero, sobre todo, no podía ser de otra manera, porque su supervivencia se basa en comprar tiempo. Ahora, está con eso de unos nuevos Pactos de la Moncloa, el nombre más imponente que encontró Iván Redondo después de Pacto de Varsovia o Tratado de Versalles.
Aún nos advertía Sánchez contra la “desinformación”, cuando todavía no sabemos el número real de infectados, ni de muertos, ni de test que son en realidad picapica
No es capaz Sánchez de que los médicos tengan lo mínimo para no morir en los hospitales como mineros, ni para evitar que los enfermos terminen en su propia bolsa de basura con las mondas, y va a empezar a construir la Nueva España llena de científicos, astronautas y a lo mejor funcionarios sin dos desayunos. A mí, como soy andaluz, ya me suena esto.
La Junta se inventaba lo de la Segunda Modernización y se tiraba legislaturas enteras sin que llegara segunda ni primera modernización, sólo carteles y anuncios que parecían de urbanización o de secta con urbanización. Es lo mismo que estos nuevos Pactos de la Moncloa. Traiga usted test que no resulten ser luego bolígrafos de cuatro colores, señor presidente, haga que esto termine pronto y déjese de pactos versallescos pensados como en Tordesillas.
Esto es lo que nos espera, ver a Sánchez cada quince días, colérico en sus agonías, con urgencia y color de cólico o de enfermo imaginario o de novillero amarillo, mientras compra tiempo. Tiempo no para ganar al virus, sino para tener más tiempo. Tiempo para volver a llegar tarde o para intentar rebotar o aplazar la responsabilidad (la responsabilidad del Gobierno no es una acusación, es una definición). Aún nos advertía Sánchez contra la “desinformación”, cuando todavía no sabemos el número real de infectados, ni de muertos, ni de test que son en realidad picapica. Pero eso le da tiempo, tiempo para sobrevivir, con torpeza pero dignidad, como un banderillero gordo. Sánchez no va a cambiar esto ante un virus ni ante un miura.
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