Ángela Merkel primero y después la ONU, equipararon esta pandemia con la Segunda Guerra mundial, en una muy acertada metáfora, pues el Covid-19 ya ha causado muchas muertes en España, ensañándose con la tercera edad, sanitarios, fuerzas y cuerpos de seguridad, militares y demás servidores públicos implicados en hacerle frente. Esta lucha, con o sin sesgo retrospectivo, es indudable que no ha sido bien gestionada por un Gobierno que ha incurrido en imprudencia temeraria por acciones y omisiones imprevisoras e improvisadas, siendo además poco transparente en sus comparecencias; pero la oposición y las administraciones autonómicas deberían también hacer examen de conciencia, analizando en profundidad los pasivos de sus competencias sanitarias. Y para colmo ya esta llegando el corolario de la depresión económica, con el paro y los concursos empresariales.
Estos trágicos momentos, siendo nefastos para exigir responsabilidades a los gestores públicos por razones obvias, son en cambio fastos para recordar, tornándonos socráticos, que las tragedias también sirven para provocar “catharsis”, es decir, cambios emocionales, mentales y espirituales derivados del temor, el sufrimiento y la piedad, y en esta situación de enclaustramiento, siguiendo “la escondida senda de los pocos sabios que en el mundo han sido”, entrar como ciudadanos conscientes en un éxtasis que nos agudice el sentido crítico e impulse el ejercicio de las libertades constitucionales, coaccionando a los políticos para que también caigan en una profunda catarsis que les revele el fracaso de la pesudopolítica populista, demagógica, diletante, voluntarista y quimérica, dando paso a una auténtica política racional, prudente, realista y gestionada por personas sabias, competentes, reflexivas, generosas, sinceras y, por lo tanto, alejadas de la logomaquia, la charlatanería, el amateurismo de la ocurrencia, el postureo y el mero afán de conseguir o mantener el poder; exigirles en definitiva que dejen de ser politicos, que sólo pretendan ganar las próximas elecciones, para mutarse en “estadistas” que piensen en las próximas generaciones, practicando esta sentencia del mejor Bismark rememorado después por Churchill.
Hay que aprovechar esta inesperada Guerra mundial, la tercera en la que ya no hemos sido neutrales, para que las dos Españas machadianas -las tres si incluimos los hipernacionalismos- logren una definitiva reconciliación catártica, y no sigan helando el corazón de los ciudadanos no fanatizados hasta en estas dramáticas circunstancias.
Fueron ocasiones catárticas derivadas de temores fundados en riesgos reales, aprovechadas para sellar fructíferos acuerdos políticos
El enemigo actual -el coronavirus-, y el de este siglo y de los dos anteriores -la incapacidad para buscar y encontrar puntos de convergencia política reconvirtiendo en un mero adversario al odiado a muerte-, ambos “hostes” pueden y deben ser derrotados, cambiando radicalmente de mentalidad la sociedad civil y los partidos políticos gobernantes y en la oposición, los mayoritarios al menos, contando para ello con los modélicos precedentes de la reciente historia democrática española. Fueron ocasiones catárticas derivadas de temores fundados en riesgos reales, aprovechadas para sellar fructíferos acuerdos políticos.
La primera catarsis la provocó Franco con su muerte que, ante el vértigo del vacío de poder generado por la caída de un régimen dictatorial de cuarenta años, llevó a casi todos los políticos franquistas a hacerse el harakiri, derogando las leyes fundamentales del Régimen mediante la Ley de reforma política de finales de 1976, que abrió el camino hacia la democracia; después llegaron los Pactos de la Moncloa en octubre 1977, para encauzar una grave crisis económica y no frustrar la elaboración de la finalmente consensuada Constitución de 1978; y cuando esa unidad básica empezó a resquebrajarse, tras la dimisión de Adolfo Suárez, el miedo a la repetición del 23 F de 1981 aglutinó de nuevo a todas las fuerzas políticas y a la sociedad en una masiva manifestación.
Más tarde, en diciembre del año 2000, los dos grandes partidos firmaran el Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo, cuando las circunstancias así lo exigieron, acuerdo que propició la derrota de ETA reconocida por el grupo terrorista en 2011, repitiendo en febrero de 2015 otro acuerdo antiterrorista ante la amenaza real del yihadismo, que tras el 11-M movilizó y aglutinó de nuevo a la sociedad civil y a los políticos.
El epílogo de la crisis económica y social, iniciada en 2008, generó la indignación del Movimiento 15-M en 2011 y, en Cataluña, la deriva independentista culminada en la tragicomedia de la declaración de independencia de 27 de octubre de 2017, naciendo de ambos fenómenos el populismo de ultraizquierda de UP y el hipernacionalista de JxC, ER y la CUP, y, por reacción, el populismo de ultraderecha de Vox que en las elecciones de noviembre de 2019 se convirtió en la tercera fuerza parlamentaria, tras el descarrilamiento de Ciudadanos.
Ahora somos más nacionalistas que nunca
De estas elecciones procede el actual Gobierno de coalición PSOE-UP, con el apoyo expreso o tácito de PNV, ERC y Bildu, infectándose de populismo la acción de gobierno, y esta amalgama ha conllevado una degeneración del colectivo político, con el renacimiento de frentismos de derechas e izquierdas, la frivolidad de algunos proyectos -valga como ejemplo la pretendida reforma del Código penal por inexpertos- y sobre todo el alejamiento de la madurez política de acudir a pactos de Estado que superasen, con criterios de racionalidad y experiencia, los seculares problemas de la sociedad española: pensiones, educación a todos los niveles, sanidad, Administración de Justicia…, seriedad política que hiciera impensable para todos el hecho histórico que rememora Azaña en La velada de Benicarló -mayo de 1937-, poniendo en boca de Lluch, médico y docente universitario de Barcelona, el siguiente exceso del nacionalismo catalán en su universidad: “Ahora somos más nacionalistas que nunca. Funcionó un comité de bedeles y empleados subalternos bajo la presidencia nominal del rector, encargado de depurar el profesorado. Perdieron su plaza algunos catedráticos desafectos al régimen, y quedaron otros desafectos a la ciencia”.
Pues bien, en ese ambiente político ya degradado ha irrumpido el gravísimo colapso sanitario y el expresado corolario de una catastrófica crisis socioeconómica que España ha de afrontar, en contraste otra vez con Alemania y también con Holanda, con unas cuentas públicas deficitarias que dejan escasísimos márgenes de endeudamiento: sin vacas gordas ni graneros llenos.
Urge pues una catarsis regeneradora de toda la sociedad que exija a su vez la reconversión catártica de los partidos políticos, para que sacrificando sus propios intereses se instalen en la prudencia y en el espíritu de servicio, lejos de populismos demagógicos, eligiendo modelos de eficiencia en los que prime el esfuerzo y la meritocracia, y no permitiendo gobernar a diletantes emborrachados con irrealizables convicciones contrarias a la weberiana ética de la responsabilidad, negando la realidad fáctica.
En definitiva, retornar y acelerar la marcha por el camino de la política auténtica, en la que prevalezca la “autoritas” sobre la “potestas”, la autoridad del saber sobre la fuerza del poder. Dicho de otra manera: imitando a Alemania y no a Venezuela o Cuba, pactando una gran coalición de gobierno, centrada en los tradicionales valores de la verdad, el bien común y la belleza moral que nace de la justicia.
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