Todo un señor general, jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, con su camisa de plomo y sus constelaciones de espadas y su verde de tanque, nos ha dicho que ellos trabajan para “minimizar el clima contrario a la gestión del Gobierno”. No era un tertuliano de gafita de alambre ni un opinador de los de librería reglamentaria con Serrat y saxofones. No era tampoco Iván Redondo ensayando, al que imagino con una regadera en la mano, currándose el relato y el drama entre Hamlet y Florinda Chico. No. Era un general de un cuerpo armado que admite que tiene la misión de controlar las opiniones contrarias al Gobierno. Un encargo tan interiorizado que lo suelta así, con naturalidad, rutina e higiene, como si fuera sólo un general de los camiones de basura.
El general José Manuel Santiago no es un general de los barrenderos, ni uno que se ha vestido de guardia civil como el que se viste de torero por tener cara de Manolete. No es alguien que simplemente se ha colado en la rueda de prensa disfrazado de cazador de patos, con el pecho forrado de anzuelos y naipes de metal, como un lotero grapado de su lotería y sus santos. Y eso que estas ruedas de prensa parecen montadas para que nos parezcan de autobuseros y jefes de perrera municipal con las incidencias del día. Quiero decir que hacen que nos duerman los datos, incluso los de los muertos, poniendo a Simón con esa voz de bingo de la parroquia; y que nos aburran los bañistas multados y los horarios de cercanías y esa confusión de uniformes de baile de soldado. Mientras, el virus sigue de picnic, como hormiguitas por nuestro brazo, y a nosotros nos van quitando derechos con la rutina del Telediario.
El señor general es general de verdad, de los de pistolera de cartabón y armería sagrario, no es un general de circo de rodeo, como si fuera Custer. Quizá se nos olvida porque en estas comparecencias se puede colar, ya digo, casi de todo, lo mismo un municipal condecorado que un domador de tigres con bigote de tigre, si acaso ese día se escapó un tigre. Es decir, que sale gente que a lo mejor no tiene ni autoridad ni conocimiento ni datos ni interés, que sólo intenta tener presencia, la de un Estado que moviliza igual al de la sirena, al de la hormigonera o al de la manguera a presión, o sea todo el ruido que puede hacer el Estado para asustar al virus y tranquilizar al ciudadano, aunque ni el virus se asuste ni el ciudadano se tranquilice. Pero este señor general es general de verdad y alguien le ha dado la orden de que controle las opiniones.
Entre excursionistas perdidos y trenes con zotal, entre queimadas de azotea y mascarillas de queso gruyere, se les ha colado que la Guardia Civil anda haciendo de policía política del Gobierno. Un cuerpo armado tiene la orden de “minimizar” las críticas a la gestión de Sánchez, aunque eso al ministro Marlaska le parece solamente un “lapsus”. Si es un lapsus, debe de ser el primero de ese calibre desde que Tejero entró con aires de picador viejo al Hemiciclo del Congreso de los Diputados. El general lo dijo incluso mirando papeles, o sea que no fue un lapsus, sino un descuido, normal cuando uno está acostumbrado a hablar no ante cámaras sino ante un mapa de operaciones.
Si es un lapsus, debe de ser el primero de ese calibre desde que Tejero entró con aires de picador viejo al Hemiciclo del Congreso de los Diputados
Marlaska, y luego Margarita Robles, tuvieron que hacer todo un discurso como ateniense sobre el sacro derecho a la libertad de expresión y el respeto a los medios de comunicación y lo sanas que son las críticas en un Estado de derecho. Pero parecían arrugar la nariz ante eso que se había quedado ya allí en la Moncloa y que eran incapaces de disimular, algo como ese olor y ese humo rizado de la pólvora en cerrado, como de cerilla algo dulce y cuero quemado, como si un notario antiguo se hubiera disparado en su despacho fumando en pipa. Sánchez se engola de engaños mientras se queja de las críticas y la deslealtad, Tezanos pregunta por el control estatalizado de la verdad, Iglesias lo bendice acotando que hay que expulsar a la “ultraderecha política y mediática” de la sociedad, esa derecha silbante de mentiras como una serpiente bíblica… Y ahora, finalmente, sabemos que los generales nos miran a través de nuestra cerradura temblorosa de miedo y vaho de lejía. Sí, todo eso amontonado y ardiendo es lo que huele en el aire y lo que espanta.
Todo un señor general de verdad, no alguien condecorado de abrebotellas, ni vestido del caqui apócrifo de malo del Equipo A o de coronel de la Estrella de la Muerte o de miembro de los Village People. Militares ya con la orden de controlar las opiniones que perjudican al Gobierno. Esto es lo que ocurre, y da tanto miedo y tanto vértigo de irrealidad como este fin del mundo. Las calles vacías, tomadas por espejismos evaporándose; guerras de zombis en los supermercados, muertos formando lagos de muertos, la Gran Cuarentena con todo un país tiritando bajo la manta como bajo tierra… Quién nos lo iba a decir. O nuestra democracia, nuestro Estado de Derecho en peligro de una forma tan cercana y tan cierta que parece increíble. Sí, quién nos lo iba a decir. Pero Sánchez asegura que esto es una guerra y ya nos vigilan ojos como balas.
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