Ser demócrata es respetar las libertades de los ciudadanos; y respetarlas es no limitarlas espuriamente.

Ser demócrata es poner los intereses generales por encima del deseo de mandar.

Ser demócrata consiste en no pervertir el funcionamiento de las instituciones que están al servicio de todos.

Ser demócrata pasa por dar cabida y participación en la cosa Pública a los que no piensan como tú y, si gobiernas un país, pasa por no marginar a tu Oposición.

Ser demócrata tiene que ver con no mentirle al pueblo, con no disfrazar tus errores a base de retórica vacua y meramente propagandística.

Ser demócrata radica en no caer en la tentación de ir silenciando, poco a poco, a los que no piensan como uno mismo, o sea, ser extremadamente tolerante con el adversario.

Ser demócrata, en fin, consiste en tener muy claro que uno está en las antípodas de los totalitarismos.

Ser demócrata es respetar la propiedad ajena, empezando por considerar ajeno aquello que uno administra porque simplemente gobierna.

Y podría seguir enumerando lo que, a mi juicio, representa las principales claves de las convicciones democráticas. Pero no: voy a conformarme con sugerir que el sufrido lector que me quiera aguantar se formule la pregunta de si Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y sus respectivos “corifeos” cumplen razonablemente con esos cánones de democracia.

A mi modesto entender, ¡desde luego, no!; y cada día se alejan más de esos parámetros.

Se han dotado de una herramienta, como es el estado de alarma, de dudosísima constitucionalidad para lo que con ella hacen, pero que les permite mantenernos acogotados, recluidos e inermes frente a casi todo lo que nos van metiendo en vena; y parece que el juguete les gusta a D. Pablo, no me extraña, pues sabido es que, para un buen comunista, ¡Cuánto peor mejor!, pues él mismo ha venido sosteniendo que el asalto para implantar la dictadura proletaria es mucho más fácil desde la miseria generalizada que desde un estado del bienestar suficientemente extendido. Pero no pensé yo (y eso que el Caballero Sánchez nunca me inspiró confianza ni credibilidad) que nuestro presidente del Gobierno fuera a caer tan bajo con tal de conservar el Poder. Y sí, sí que es capaz de seguir cosechando instrumentos de liquidación de las libertades; capaz de continuar mintiendo con toda sinceridad, como lo hace en sus comparecencias semanales en televisión y en las del Congreso de los Diputados.

Se han dotado de una herramienta, como es el estado de alarma, de dudosísima constitucionalidad para lo que con ella hacen, pero que les permite mantenernos acogotados

Vemos a cada paso los fracasos de su política frente a la pandemia. Constatamos que su imprevisión provocó el colapso de los hospitales y que, luego, para que la situación no acabara peor, nos han recluido, nos han quitado nuestras libertades más esenciales, han herido de muerte la economía española,. Estos gobernantes son culpables de muchas cosas y con muy graves consecuencias: han provocado que mucha gente muera en estricta soledad, sin consuelo de sus allegados; han logrado que ni siquiera se les pueda enterrar con dignidad; mienten en las cifras de infectados y de fallecidos; han hecho posible que seamos el país con más muertos por habitante en todo el mundo; gracias a ellos, tenemos el porcentaje también de más personal sanitario infectado; somos el país con medidas más drásticas en el confinamiento; nos están llevando al borde del estallido social, porque la gente, en número creciente de personas, empieza a no soportar todo esto; y un largo etcétera que cada cual puede rellenar a su modo.

Por un Gobierno de Salvación de España

Pero la Oposición no anda, precisamente, sobradita de capacidad de respuesta: Ciudadanos en proceso de extinción -que el Pueblo español ya les puso en cuarentena el 10-N-; el PP con la punta roma, sin liderar nada, agazapado, como si no hubiera más alternativa que escuchar y ver lo que el Gobierno hace para insistir sólo en los errores; y Vox, lamentablemente, tampoco muy sobrado de iniciativas.

Ante todo este tenebroso panorama, uno piensa si no serían todos capaces, por lo menos, de darse cuenta de que nos estorban, que “lo están haciendo con esa parte noble del cuerpo con la que nos sentamos”; y que ya va siendo hora de que den un paso al lado para dejar que venga gente técnica y científicamente capacitada para gobernar esto. Si, cuando menos, fueran suficientemente generosos para reunirse con el único objetivo de hacer un Gobierno de ConcentraciónNacional, presidido por una persona muy independiente y muy preparada, de común consenso entre todos; una persona que se rodease también de buenos técnicos (y técnicas, no se me enfaden los inclusivistas); unas personas realmente democráticas, sin pedros, sin pablos, sin nadie de los hasta ahora habituales. ¡Dios mío, qué hermosa es la utopía!. Pero quiá: ¡ni con aceite hirviendo se apartan, no tienen dónde ir!.

Pero esa sí sería, en este momento, una solución que complacería y tranquilizaría a la inmensa mayoría de españoles (y españolas, bueno está).

¿Qué más hace falta?

Hace unos días, Pablo Iglesias tuvo el cuajo de decir en el Congreso que, ahora que él tiene una casa (una gran casa añado yo), puede comprender mejor y solidarizarse con los que viven en un pisito su reclusión domiciliaria. ¿Cuántos millones tendrá que “apañar” el Sr. Iglesias para comprender medianamente bien, por lo menos, a los modestos empresarios y no criminalizarlos? Se ve que el cinismo rampante tiene éxito entre socialistas como Sáncehz y su equipo.

Hay quienes pensamos que, entre el riesgo de morir por el coronavirus y el de morir de miseria  por este Gobierno, preferimos lo primero

El fracaso del señuelo que, en forma de presuntos pactos de la Moncloa ha lanzado Pedro Sánchez es inevitable: porque ni él los quiere, si no es para disfrazar sus errores compartiéndolos con los demás; ni tampoco los quieren sus socios independentistas; ni tan sólo el propio Pablo Iglesias. Y, entretanto, el Banco de España anuncia una caída del PIB entre un 6,6 % en el mejor de los escenarios, y un 13,6 % en el peor. Y estos chicos siguen jugando a someter a todo un pueblo con el pretexto de un virus que ¡vaya usted a saber!, o lo crearon los chinos, o se les fue de madre a éstos para dejarnos sin estado del bienestar.

¡Quién se Llevó mi Libertad!

¿Hasta cuándo, Sánchez, abusarás de nuestra paciencia? Ya no nos van a dejar ser libres ni siquiera para morir. Hay quienes pensamos que, entre el riesgo de morir por el coronavirus y el de morir de miseria  por este Gobierno, preferimos lo primero. Suena muy duro, muy terminante, ya lo sé. Pero todo este jueguecito de ahora te recluyo, luego abro un poco la mano, después te confino más, finalmente te dejo sacar a los niños de uno en uno; por último, te amenazo con una “nueva normalidad”, que a saber lo que se esconde en la cabeza de estos cuando hablan de ese nuevo concepto…

Todo este jueguecito de someternos, de dosificar nuestras libertades más importantes y que lo hagamos a manos de unos -como poco- profundos incompetentes, a mí me tiene ya muy harto, muy hasta los pulmones, tan hasta los pulmones que mi neumonía política es mucho más peligrosa que la del bichito chino. Vamos ya por casi setecientas mil sanciones (ilegales, por cierto), puestas por unos guardias a los que se les ha dicho que no nos dejen movernos. Pues me da que, un día de éstos, voy a pasar a engrosar la lista de sancionados (luego recurriré y ganaré, si quedan jueces que no sean convenientemente horneados). Pero es lamentable que tengamos que empezar a levantar el grito los de a pie, y que no lo hagan quienes debieran liderar la cívica rebelión.


Miguel Durán es abogado