Casado pidió un minuto de silencio por los muertos, con la presidenta del Congreso dubitativa como una viuda joven y los diputados como cipreses mal plantados. Hay una tristeza agravada en los cementerios pelados, con sus fallecidos sin sombra, y eso es lo que parece ahora el Congreso, calvo como un Gólgota, sólo con unos cuantos diputados ahí igual que maderos. Lo que hace que esto sea una tragedia no es que los médicos duerman poco o que las vinotecas no abran o que los ERTE no se paguen, sino los muertos, que haya muertos, que cualquiera se pueda morir de una atragantada de aire o de un beso lejano y arácnido. Cualquier otra cosa sería una desgracia, una grave crisis, pero son los muertos los que convierten esto en la tragedia de varias generaciones. Y eso que define este momento es lo que no mientan.
El minuto de silencio hacía crujir el Congreso como un buque fantasma. No quiere hablar de muertos el presidente, sino de “moral de victoria” y de “doblegar la curva”. Aún se ve un fitipaldi de la epidemia, incluso ante el hueco de los muertos en el Hemiciclo. No es que el Gobierno esté compuesto por supersticiosos de cementerio y de lagarto, ni que sean anticuadamente respetuosos con los finados, es que para Sánchez esto es una guerra y los muertos sólo se sacan si te dejan heroico (de ahí lo de Margarita Robles) pero no si te hacen parecer derrotado. Y Sánchez parece derrotado.
Los muertos, que dan escalofríos, no son carnaza política sino lo único que nos sujeta a la tragedia de la que Sánchez quiere escapar
Sánchez ha tirado la toalla, por eso no es que no hable de muertos, es que no habla ni de nuestra salud, como le hizo notar Laura Borràs. Sánchez sólo habla de la “reconstrucción” después del “incendio”, como si únicamente la propia ceniza del virus ahogara al virus. Casado lo comparó con ese Nerón apócrifo con la lira en la barriga y permanente de llamas. Sánchez ha tirado la toalla porque no tenemos test rápidos (ninguno funciona), no llegan las mascarillas o llegan defectuosas después de encargos a empresas chungas con condenas y mordidas, los EPI aún se rompen en las manos en hospitales que se han convertido en casas japonesas de papel, y no tendremos estudio de seroprevalencia en meses. El Gobierno está tan sobrepasado que no sabe ni qué hacer con los niños, si echarlos a un pozo o regalárselos a feriantes.
Lo de los niños en el supermercado chupando el virus como su piecito no ha sido error ni improvisación. No es que improvisen con la gestión, es que la han descartado para centrarse en la propaganda, en las verbenas balconeras, en los flashmob de bomberos, en los militares a los que les falta salir con gorro de jefe indio para jugar, en los bulos de marcianos, en la derecha a la que siguen dedicando más doctores y desinfectante que al virus, y en un horizonte que nos sitúe psicológicamente fuera ya de la tragedia. Por eso lo de la desescalada y la reconstrucción, por eso lo de un Consejo de Ministros que decreta que los niños salgan más como eslogan que como medida científica, que salgan siquiera a cazar papel higiénico con los padres, pero que se abra esa puerta psicológica ya que no pueden abrirse la puerta de la ciencia ni la de cal.
Sánchez habló y luego parecieron contestarle los muertos, reprochándole el olvido y las flores pisadas en un minuto que no fue de silencio sino de lejanas respiraciones. Los muertos, en este caso, no son fetichismo ni política rapaz, sino lo único que hay para recordarle la realidad a un Sánchez que vuelve a estar como en las investiduras, pidiendo adhesiones con cara de desprecio y de guapo, encogiéndose de hombros ante la oposición como si hablara con una litrona, y usando el breviario más enclenque del partido, con lo público, las privatizaciones y hasta algo así como un mechón de vudú de Esperanza Aguirre. Puedo imaginarme una sanidad pública con el doble de camas y el doble de profesionales, pero ahora tendrían que ir contra el coronavirus desnudos y lavados con jabón verde, como una lozana andaluza. No hay mascarillas para una sanidad arrasada y las va a haber para una sanidad con el doble de manos que mojar y de bocas que tapar.
Casado pidió un minuto de silencio, él que va con un luto como de brazalete, de sobrino antiguo. Los muertos, que dan escalofríos y que a Rufián, con su cara de hambre, le recuerdan a los buitres, no son carnaza política sino, insisto, lo único que nos sujeta a la realidad, a la tragedia de la que Sánchez quiere escapar volando como un vendedor de globos. La realidad no es tan optimista ni se vence rozando en casa los pies con la parejita, haciendo fogatitas de amor. Los datos de nuevos contagios no tranquilizan. La línea de tendencia ya la hago con un polinomio de cuarto grado, la única manera de que acompañe los vaivenes y subibajas de las cifras, que son los de este Gobierno pendular o random. No tengo tan claro ese optimismo, ni esa próxima salida al sol que será como la salida después de mucho tiempo en el hospital, cuando ya hasta la ropa de calle en el armario te parece rara o ajena, como de cuando te casaste.
Casado pidió el minuto de silencio que no pidió Sánchez, pero los muertos no podían quedarse así en el aire, que dan mal fario. Fue Echenique el que consiguió que cayeran luego como con escopetazos a patos, cuando alabó el trabajo del comité técnico, de Simón y sus militares como chóferes o como emplumados de banda de cornetas, y los suyos empezaron a aplaudir. Sí, un aplauso para los que no son capaces de organizar ni los columpios de los niños. Se quedarán aplaudiendo hasta que todo pase, pidiendo adhesiones a la nada, lealtad a los vendedores de globos y esa reconstrucción cínica que exige el albañil malo que te echó antes la casa abajo.
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