Señora ministra Arancha González Laya:

A lo largo de la Historia hemos aprendido que los humanos nos diferenciamos de los robots en algo tan simple como que los humanos tenemos sentimientos, así que para que le quede claro que no soy un bot voy a intentar expresarle los míos.

Me ha sorprendido saber que mi nombre se pronunció el jueves en la comisión de exteriores celebrada en el Congreso de los Diputados para contar, una vez más, mi historia de abandono por parte de la embajada tras quedarme atrapada en Boston debido al coronavirus y que una aerolínea portuguesa denegase el embarque a todos los españoles allí presentes en nuestro último vuelo de conexión a casa.

He escuchado cómo se ha aludido a los tuits que le escribí a usted directamente en Twitter, así como a otro de Laia Claver, y usted ha contestado que recibe día y noche cientos de mensajes de bots.

Los humanos nos diferenciamos de los robots en que tenemos sentimientos, así que para que le quede claro que no soy un bot voy a intentar explicarle los míos

Debo decirle que yo no quería volver: había comprado los billetes a San Francisco el día 2 de febrero para visitar a mi mejor amiga el día 3 de marzo y volver el día 14 de abril desde Los Angeles, pero tras declararse el estado de alarma en España el día 14 de marzo y sentir la peligrosa situación que se avecinaba para mi como extranjera en Estados Unidos en medio de una pandemia mundial, al día siguiente de madrugada improvisé por mi seguridad y compré nuevos billetes de vuelta a casa para unas horas más tarde.

Uno de los peores momentos de mi vida llegó cuando, tras esperar en Boston mi primera escala e ir a embarcar, me prohibieron el paso por ser española sin explicación o notificación oficial alguna y me dejaron tirada como a una colilla.

La que yo creía que era mi última oportunidad de volver a casa, antes de que las cosas se pusieran todavía más feas, había desaparecido y no sabía qué hacer. Intenté hablar con el personal de la aerolínea entre lágrimas y cuando pedí que me enseñaran documentos oficiales donde explicase detalladamente por qué, por ser española, no podía volar mientras el resto de pasajeros embarcaban, llamaron a la policía para que me echase de allí.

Sin saber qué hacer ni cuáles eran mis derechos llamé en pleno ataque de ansiedad a la embajada pidiendo ayuda, sola, en un país extranjero y en una ciudad donde no tenía ni un solo recurso, sin saber si iba a poder volver a casa y se me remitió a un contestador automático del que obtuve respuesta una hora más tarde, cuando el mi vuelo ya había despegado.

Me encontré con un grupo de españoles en su mayoría jóvenes entre 19 y 24 años en la misma situación que yo, y cuando recibimos la esperanzadora llamada de la embajada nos respondieron que no nos podían ayudar, que lo único que podían decirnos era que comprásemos otro vuelo y esperásemos que no se cancelase.

Cuando pregunté donde podíamos dormir, el cónsul español de Boston señaló que esas preguntas no eran convenientes y que ya "éramos mayorcitos para saber dónde dormir", y así lo hicimos. Conseguimos unas hamacas cutres propiedad del aeropuerto y dormimos en un pasillo que encontramos un poco más escondido en la terminal, muriéndonos de frío, ya que no teníamos mantas ni dinero para pagar un hotel.

Cuando me di cuenta de que estábamos solos en esto, decidí compartir mi historia en redes sociales, ya que sabía que si la situación empeoraba, la gente que nos quería no nos iba a abandonar como había hecho el gobierno.

¿Merecemos los ciudadanos ser castigados sin ayuda por no habernos adelantado a los acontecimientos que ni siquiera los políticos pudieron prever? Yo creo que no

El miedo que se siente cuando te ves solo en una situación de este calibre es indescriptible. Yo llegué a California con la ilusión de un viaje, de ver a mis amigos, de disfrutar del mundo y de la vida, y la situación cambió a pasos tan agigantados desde que llegué, y al igual que le pasó al gobierno español, ninguno de nosotros pudo actuar más rápido de lo que lo hizo el virus. ¿Merecemos entonces los ciudadanos españoles ser castigados sin ayuda por no habernos adelantado a los acontecimientos que ni siquiera los políticos pudieron prever? Yo creo que no.

Usted habla de que recibe mensajes de bots a todas horas, pero lo que nos diferencia a los seres humanos de los robots son los sentimientos, la capacidad de empatía, de sentir, de reconocer y ayudar al otro cuando lo necesita. Al final, con un cargo u otro, todos estamos hechos de la misma materia, todos nacemos y morimos, pero me parece que aquí nos encontramos con un caso excepcional.

Nos encontramos ante personas que se dedican a repetir frases bien estudiadas, sin ningún tipo de empatía o humanismo hacia las personas, que a diferencia de mi, todavía no han podido volver.

Nos encontramos frente a personas que se escudan detrás de un cargo que aparenta superioridad para no escuchar al ciudadano de a pie, y no lo hacen porque no quieren hacerlo, ya que su único cometido es seguir soltando el discurso bien estudiado para cubrirse las espaldas, y eso, señora ministra, me recuerda demasiado a los bots de los que usted habla.

No, yo no soy un bot que le escribe en twitter para boicotear su carrera. Yo era una chica asustada de 24 años que quería llegar a su casa y tuvo que llamar llorando a su madre para que le comprase otro vuelo de su bolsillo porque mi país me abandonaba cuando más lo necesitaba.

Yo, señora ministra, a diferencia de los bots, tengo sentimientos, pero he de decir que tras escuchar sus palabras en la comparecencia del jueves, me parece que de usted no puedo decir lo mismo.


Leyre Olivas es actriz, de 24 años. Se vio sorprendida por la propagación del coronavirus cuando estaba de viaje por Estados Unidos.